Jueves
(21 de septiembre) Vigésimo Cuarta Semana del Tiempo Ordinario
Ef
4, 1-7. 11-13
El
punto de partida para la perícopa de hoy es el de un hombre que, desde la
cárcel, y apelando a tal cautividad pide a los destinatarios coherencia (se usa
la palabra ἀξίως [axios]
que significa “digno”) con
el llamado que les han hecho. Ciertamente sería absurdo que -por ejemplo- se
convocara a un equipo de personas, tenidas por honestas, a trabajar en pro de
la honestidad, y en la práctica de esta labor, se recurriera a tretas y
artificios de deshonestidad.
La
convocatoria que se ha hecho, en este caso, es en pro de unos valores que -a lo
largo de la perícopa- se van señalando. Podemos decir que el mensaje se ha
estructurado cuidadosamente para que sea muy claro el sentido exhortativo de la
carta. Pide, ante todo -y será muy importante porque lo pone de primeras, y lo
que primero se dice, suele ser lo primordial-
que sean ταπεινοφροσύνης [tapeinofrosines] es
lo contrario de “autosuficiente”, “nada arrogante del propio yo”, “modesto”,
“sencillo”, “sin ínfulas”, “discreto”, “sobrio”, esta condición nos facilita
someternos al Señor, dejarnos en Su Manos, “deshacernos en confianza”,
“abandonarnos en Él”. Y, luego, segunda virtud de la lista: πραΰτητος [prautetos] es una “mansedumbre” muy especial, dada por
Dios, podríamos decir que es una virtud teologal, (otra además de la fe la
esperanza y la caridad). Nosotros muchas veces hablamos de una mansedumbre que
resulta de “agachar la cabeza”, en cambio, esta mansedumbre surge de otra
parte, viene directamente de Dios al hombre, por eso la llamamos “mansedumbre teologal”.
Pasamos al tercer valor por el que clama la Carta a los
Efesios: ser μακροθυμίας [makrotymias] es una
virtud poco conocida entre nosotros, lo contrario de la explosividad, aquella
virtud que nos enseña a “contar hasta diez”, es la “longanimidad”, aunque nadie
parece recordar de que se trata, tiene un hondo parentesco con la
imperturbabilidad, pero difiere porque tiene cero por ciento de “indiferencia”,
no se parece a la “impavidez”, pero es como un filtro que condensa la fuerza
eruptiva y la potencia, al no dispararla incontenidamente, sino que la
energiza, aplicándola sabia y prudentemente en el punto y momento estratégico.
Luego enumera varios valores fundamentales, muy útiles y
aplicables a la sinodalidad:
a)
Sobrellévense mutuamente con amor
b)
Esfuércense en mantener la unidad del
Espíritu -apoyados en- el vínculo de la paz.
c) La vocación a la que hemos sido llamados
es, como un solo cuerpo y una sola alma, revestidos con una única coraza, un
chaleco reforzado que modela y contiene la esperanza unificadora.
d) Todo esto se conjuga en una razón de ser
de la sinodalidad que ha de frutecer en una meta teleológica: un Señor, una Fe,
un Bautismo, Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo y lo penetra todo y
lo invade todo.
Muchas personas han entendido esto como una suerte de
kirigami, donde todas las figuritas obtenidas son exactamente iguales. No se
trata de esto; seguramente por eso, a continuación, la carta habla de las
diferencias y remarca que cada quien tiene los carismas propios, y las gracias
que los individualiza “según la medida del Don de Cristo”. Esa diversidad
resultante, lejos de ser inconveniente, puede y debe estimularse, la diferencia
siempre es vital, enriquecedora, deseable. La diversidad en la Comunidad es
sintomática de Fuerza Vital, así ha hecho el Señor todas las cosas y todas las
personas.
Sufrimos de un fortísimo prejuicio contra la diversidad,
cuando, aquí la Carta a los Efesios la saluda: señalando que es útil para “el
perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio y para la
edificación del Cuerpo de Cristo”. Dejemos que cada quien encuentre su carisma,
y florezca con los talentos que el Señor le haya confiado, esa floración -sin
duda- redundará en la Glorificación de la Trinidad Santísima. No desconfiemos
de la diversidad cada quien sabe sembrar mejor en ciertos corazones.
La perícopa entiende muy bien que esto está demarcando el
camino, y sólo al llegar, nos encontraremos con los ideales realizados del
“hombre perfecto” a la medida del Hijo de Dios, Nuestro-Señor-Pleroma, en la Fe
y en el Conocimiento: Por ahora, somos homo
viator,
(sin predeterminaciones, con libertad plena para avanzar certeramente o desviarnos),
peregrinos en proceso hacia la Patria Celestial.
Sal
19(18), 2-3. 4-5
Este
salmo es de la familia de los himnos, o sea una Alabanza al Señor. Consta de
dos partes, esta vez, y para esta perícopa tomaremos 4 versos de la primera
parte que data de antiquísimo donde el salmista, al contemplar la naturaleza,
alaba arrobado la Magnificencia Divina.
La
Fe del Israelita está totalmente cimentada en la Ley. El judío oye en cada Ley
la Voz de Dios que lo dirige. Así que su norte y su derrotero son la Torah.
Para él, el cosmos entero es un mecanismo de relojería perfecto, y Dios nos
muestra su armonía cósmica para hablarnos y simbolizarnos la perfección del Cuerpo Legal que nos regaló. Así que en la naturaleza el judío ve un
paralelismo con el Lenguaje Divino: vamos pues a lenguajear: De sus 14 versos
vamos a tomar sólo 4, y con esos 4 versos vamos a componer una breve alabanza a
la Creación, con su lenguaje silencioso, que sin romper la quietud alaba y
gloría a su Hacedor.
El
astrónomo puede fascinarse y mirar día tras día por sus cada vez más
perfeccionados recursos telescópicos y ¿qué verá? Los cuerpos celestes -sumidos
en el silencio cósmico- proclamando que Dios es Descomunalmente Maravilloso, El
astrónomo como el salmista no se atreverán a romper ese silencio que alaba y
bendice, así que con su quedo palpitar, orará su Alabanza, enternecido y maravillado.
Este
lenguaje lo llena todo, no con estruendo sino con reverencia, no con
bullaranga, sino con un himno lacónico que calla ente la insuficiencia de la
palabra humana.
Mt
9, 9-13
Suponemos
que los publicanos eran un ejército de cajeros, colectando los impuestos por
todo el imperio; eso no es lo que han encontrado los historiadores. Lo cierto
-parece ser- que, algunos personajes muy adinerados, negociaban con los
gobernantes y administradores del Imperio, y compraban a los Romanos, la
titularidad del cobro de los impuestos y de la invención de otros cobros y
otros rubros, dejados a la creatividad de estos adinerados. Muchas veces, esta
línea de titularidad subarrendaba el cobro a terceros, que, en no pocas
oportunidades contrataban “empleados de “tercera línea” como cobradores
efectivos. Ellos sí, se hacían a una banda de mercachifles que se veían
condenados a ponerse al sol, en su “mostrador”, y darle la cara a los
“contribuyentes” que eran los nativos de las naciones militarmente conquistadas
y sometidas, ya que los ciudadanos no cotizaban. Toda esta caterva de “sanguijuelas”
desangraban a los pueblos y se hacían odiosos, especialmente porque todo el
enojo se descargaba contra la “cara” que veían llevarse lo que tantos sudores
les costaba.
Como
en todas estas burocracias, había una consecutividad entre el pez más grande y
el pez más chico, no quedando vacíos que no fueran llenados por peces de media
monta, que elevaban onerosamente los cobros. Eso sí, los cuerpos militares del
Imperio debían respaldo a esta función que los enriquecía y fortalecía, y que
brindaba su solidez y poderío a Roma.
Mateo
era de los que daban la cara en esta tan desagradable y repugnante satrapía. El
Señor no sigue ningún tipo de procesualidad con él, directamente viene y lo
convida a dejar eso y venirse con Él. A continuación, nos encontramos con Jesús
sentado a la mesa en casa de Mateo, acompañados de otros cobradores de
impuestos, gente tenida por pecadora, y sus discípulos.
Jesús
no se atuvo a ningún estereotipo, miraba y veía personas, no prejuicios. Si
queremos desempañar nuestra mirada, sobrepasemos los preconceptos que
prematuramente hacemos. Esto está imbricado con el lema que Papa Francisco ha
sostenido: “En la Iglesia ninguno sobra, ningún está a más, hay espacio para
todos. Así como somos. Todos”.
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