8 de septiembre
Mi
5, 1-4a
Miqueas
es un profeta campesino de Judá, cuya cuna era Moréshet; su profecía es un Libro
con dosis de denuncia, de peligros e invasiones inminentes, de destrucción y
castigo, hasta rallar en el destierro, pero, por otra parte, tiene fuertes
dosis de consolación y promesa. Miqueas
vivió y escribió en el siglo -VIII, pero tiene algunas inserciones -lo que ha
dado cabida a hablar de un Deutero-Miqueas, analógicamente con Isaías, un contemporáneo
suyo a quien probablemente conoció cuando tuvo que abandonar su patria chica como
producto de la invasión asiria. Las adiciones son post-exílicas y corresponden
a finales del siglo V e inicios del IV. De esa manera el Libro canónico que nos
ha llegado se puede entender como resultado de un trabajoso proceso “editorial”.
La
perícopa de hoy, con bastante probabilidad es una de tales adiciones, tomando
en cuenta la ardua discusión sobre los capítulos 4 y 5. A esta profecía se
referirá San Mateo en su Evangelio.
¿Cuál
puede ser su sentido? Posiblemente, mostrar cómo -desde el inicio de Su Vida Humanada-
se da la Opción Preferencial de Dios por los צָעִיר “pequeños” “insignificante”;
al entenderlo quienes oyeron cuál era su cuna, enseguida captaron el trasfondo
de absurdez; el adjetivo explicativo que se le yuxtapone es el de “pequeña”,
como quien dice, “de todas las ciudades de Judá, la más mínima”. En el lenguaje
de Dios, la elección de este caserío de Efratá, muestra su Predilección, por
los pobres, y su antagonismo respecto de la soberbia. Efrata, -¡déjense de
bromas!- significa “fértil”, fructífero”, pues ¡cómo será de fértil que de su
tierra ha brotado el “Pan de Vida” de generación en generación para el mundo
entero: Ese sí que es un Pan-Católico, Manjar-nutricio-Universal!
Otros
explicativos comparten términos con el de “pequeña” que sobresale por ocupar el
primer puesto: que Jesús está en existencia desde los orígenes y es previo a
Aquel. Leyendo atentamente se encuentra la afirmación de que, si hubiéramos de
hablar de un principio en Jesús, el “Jefe de Israel”, habría que fijarlo מִימֵ֥י עֹולָֽם [mi-me oulan] “desde los días de la Eternidad. ¿No les resuena como gran
titular del Prefacio Joánico?
Estaremos librados al mordisco del Malo-el-gran-mentiroso,
hasta cuando su Madre Lo dé a Luz. El Pastor, en términos veterotestamentarios
se refiere al “gobernante”. Y, nos dice
que el “Jefe de Israel, nos pastoreará, o sea, ejercerá su Gobierno, basado
sobre la Fuerza del Señor Glorioso, Gloria sobre toda Gloria, sin apoyar su “autoridad”
sobre Fuerza distinta a la que dimana de יְהוָ֣ה YHWH.
Entonces,
habrá una “conversión” definitiva de la historia: ¡Toda esta zozobra a la que
nos hemos habituado como el clima normal de la realidad, desaparecerá! Esta
atmosfera incesante de violencia y atropello, de nerviosismo y afán, de consternación
y desastre cesará. En cambio, viene aquí esa palabra hebrea, tan rica en
significado, שָׁל֑וֹם [shaloum] que nosotros solemos traducir por Paz, pero que es supresión
de todo nerviosismo y preocupación, salud, con ausencia de toda enfermedad,
bienestar, buenaventura, serenidad espiritual, dicha, quietud, prosperidad.
Sal
13(12), 6ab. 6cd
Salmo
de súplica. ¡A ti oh Señor, elevamos nuestro clamor! No es una simple oración
de Petición, es ir al Go-El, y ponerse incondicionalmente bajo su amparo. Es
elegir un Redentor y sometérsele. Solicitar que nos apadrine -ni más ni menos-
que, Dios-Mismo.
Este
salmo fracasa ocultando las humanas dudas respecto de Dios: ¿Dios es
indiferente a nuestro clamor? ¿Dios nos creó y nos dejó ahí, “colgados de la
brocha”? ¿Será que el Señor ha preferido entregarle la victoria al Malo? ¿Hasta
cuándo, Señor, hasta cuándo? ¿No ves que ya no puedo más? Le falta dar el
maravilloso salto de la confianza: ¡Dejarse todo en manos del Santo-Padrino!
Pero
aquí, con un solo verso, partido en dos para configurar dos estrofas; toma
impulso y se lanza al vacío:
a) Confía y se gana la
alegría
b) Al reconocer que
Dios lo ha atendido, se lanza a entonar cánticos.
En
síntesis: Salta y reboza de alegría, se vuelve puro gozo.
Mt
1, 1-16. 18-23
Casi siempre a uno le da muchísima pereza escuchar esta lista de nombres hebreos, que para nosotros no pasan de ser nombres raros, y muchas veces difíciles de pronunciar. Pero, pensemos en esas familias que arman sus árboles genealógicos y procuran forzar la memoria de sus mayores hasta las generaciones más lejanas, procurando conocer los nombres de sus ancestros e investigar, de dónde eran, si tenían propiedades, si fueron famosos, qué hicieron digno de recordación. Muchas veces se topan con la agradable sorpresa de tener entre su parentela nobles, marqueses, duques, condes, legendarios personajes de la historia, ser parientes remotos de algún bravo combatiente, de un guerrero valiente.
En
más frecuentes ocasiones, la persona se da con un personaje, digno de
ocultación, una vergüenza familiar, algún bandido, bandolero, pervertido,
degenerado… mejor, no haberlo sabido. ¡Esas cosas marcan!
Algunos
de los nombres nos resultan memorables, a partir de su mención en el sagrada
Escritura: demos por caso Isaac, Jacob y Judá. En este caso hay dos personajes
que dan su impronta y marcan el abolengo de Jesús: son David y Abrahán. La
aseveración más rotunda que se infiere es que Jesús, indudablemente, era un Judío
de Ley. Nombrar a Abrahán, ya es entroncarlo en la veta primigenia de nuestra
fe. Y citar el nombre de David, es decir, del linaje mesiánico.
Hay,
sin embargo, ciertas menciones de esta genealogía que rompen el flujo del
judaísmo puro: Tamar, Rajab, Rut, “la mujer de Urías (el hitita)”. Tamar fue “víctima”
de una violación planeada por parte de su medio-hermano Amnón; Rajab era una
prostituta que acogió a los espías que Josué había delegado para ir a explorar
la “Tierra Prometida”; Rut, era moabita, emparentó por fidelidad con su suegra,
a través de Booz; y Betsabé entró en esta genealogía, porque David se antojó de
ella cuando la vio desnuda bañándose y no tuvo reparos en condenar a la muerte -en
combate- a su esposo Urías, un mercenario, así ella concibió a Salomón, y pasó
a formar parte de una estirpe, (cómo será que ni se da el nombre, sólo se la
cita en cuanto madre de Salomón).
Acostumbrados,
como estamos, a ver las manipulaciones noticiosas, y el ocultamiento de las facetas
más oscuras de la historia personal de los políticos, quedamos atónitos, cómo
pudo el hagiógrafo manchar de manera tan desastrosa este parentesco consiguiendo
tan solo desmoronar lo que creíamos que era su objetivo demostrar: Jesús era
del más límpido abolengo del pueblo de Israel, el “pueblo elegido”.
Será,
quizás, que el hagiógrafo quiere dejar puestos los fundamentos para enseñarnos
que a la familia de Jesús se llega por otra vía distinta a los lazos raciales y
consanguíneos. ¡La insinuación es fortísima! José romperá el ritmo del relato,
él no engendró a nadie, fue -oficialmente y según lo entendía la gente- el
esposo de María.
Se
quiebra allí, la línea de descendencia, y se abra la historia por medio del
quiebre de lo que es -según entendemos nosotros- histórico. Y es que Jesús no
es un ser histórico, es un Excepcional, es Divino, se abaja y humildemente se
solidariza con los ínfimos. ¡Él es Trascendente! Paso a paso, y en la medida en
la que vamos conociendo a Jesús, vemos que Él nos hace de su parentela por vía
de su propia Sangre, que tiñe el dintel y las jambas de nuestro hogar, signándolas
con Sangre Sacrificial, vertida de Sus Propias Venas. ¡Si, así llegamos a ser
verdaderos consanguíneos con el Salvador!
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