Col
1,24-2,3
La
carta a los colosenses, cae en el grupo de las cartas que llamamos de la
cautividad, escritas entre el año 58 y el año 63: junto con la de los Efesios y
la dirigida a Filemón. Algunos aspectos de la historia de Colosas nos
referenciaran una mejor exégesis de esta perícopa que abarca los seis últimos
versos del capítulo 1 y los tres primeros del capítulo 2. Vimos que la carta
comenzaba con el saludo, y la acción de gracias; luego, enunciaba la
centralidad de Cristo, pero no vista desde la óptica de uno más entre las
muchas deidades que en aquella zona proliferaban, venidas de Egipto, de Grecia,
de Frigia -por ejemplo- donde se elaboró una doctrina de angelología, con
ángeles organizados con una jerarquía militar -cuya gradación obedecería a
diversos niveles de inteligencia-: potestades, principados, dominaciones. La
atmosfera politeísta, con mixtura esotérica era francamente sincrética, y Jesús
terminaba clasificado como un ángel.
En
aquella región de Laodicea, Frigia, Colosas, la evangelización fue llevada por
un discípulo de Pablo -que ya habíamos mencionado- Epafras, la Carta a los
Colosenses estaba pensada para llegar, también, a Laodicea, y a otros lugares
de esa región; no hay ningún indicio sólido para pensar que San Pablo estuvo
allí; en esta perícopa leemos: “Quiero que sepan lo que tuve que luchar por
ustedes, por los de Laodicea y por tantos que no me conocen personalmente” (Col
2, 1).
Lo
que plantea la perícopa es un ensamble de dos ejes: El esfuerzo que pone San
Pablo al servicio de los gentiles y sus esfuerzos para pastorear la fe que allí
se ha sembrado. San Pablo, lejos de rehuir sus padecimientos, los aporta como
suplicio solidario con los dolores de Jesús en la Cruz -no vayamos a
interpretar que San Pablo quiso decir que el Sacrificio del Crucificado padecía
de alguna imperfección por “deficiencia”, ¡no es eso! Lo que demuestra es,
haberse hecho a una consciencia clara de la Misión que había recibido: el
anuncio completo de la Palabra de Dios; entonces, quiere decir que él dona su
vida a la misma “causa”.
Aquí
viene un argumento que reconoce la Inabarcable Grandeza de Dios, pero -sacando
la fe cristiana del riesgo de emparentarla con los doctrinas esotéricas- señala
que Dios hace accesible su Magnificencia, descifrando a “sus Santos”, los
fieles que acceden a ser sus discípulos, todas las claves de una experiencia de
cercanía y amistad con Dios. Así neutraliza absolutamente la idea de la gnosis,
que pretendía acaparar y reservar a una élite, el conocimiento, sólo dado a
ciertos iniciados por medio de ritos específicos. Muy claramente declara que lo
que enseña la Iglesia y las amonestaciones y exhortaciones que difunde, son
para todos: se amonesta a todos, se enseña a todos, todos los recursos de la
“sabiduría” son puestos a disposición; esa fe se hace así, una fe común, un
saber abierto a todos, de ninguna manera dirigido exclusivamente a minorías, no
se trata pues de alguna clase de monopolio del ocultismo.
Señala
-a continuación- el vínculo que “inicia” en este discipulado: “el amor mutuo”,
que se convierte en el único requisito para construir esta sinodalidad.
No
es un club de “selectos”, no es un ghetto exclusivo para alguna escuela de
magia y ciencias ocultas: aquí, “todos pueden acceder a la plena inteligencia y
al perfecto conocimiento del misterio de Dios que es Cristo. En Él están
encerrados todos los tesoros de la σοφίας [sofias]
“sabiduría” y del γνώσεως [gnoseos] “conocimiento” (Cfr. Col
2,3).
Sal
62(61), 6-7. 9
Decimos
que es un salmo profético. Pero, ¿qué es esto de “profético? Quiere decir que
el salmo hace una denuncia -lo cual es una de las más cabales tareas del
profeta- y denuncia la impiedad. Junto con la denuncia, hace una exhortación,
nos advierte que no es por ahí por donde debemos ir, nos corrige para no
despeñarnos por los precipicios del fetichismo, del paganismo, del sincretismo,
es decir, nos alerta para que no vayamos a “destortillarnos” contra la
apostasía.
Este
salmo tiene 12 versos, se toman sólo tres para la perícopa a proclamar. En
ella, tenemos dos exhortaciones convergentes:
a) Descansar sólo en
Dios
b) Confiar solamente
en Él.
No
se queda en la denuncia, la perícopa no se estanca en las impiedades que hay
que evitar, sino que se concentra en la zona exhortativa.
Vamos,
sin embargo, a mencionar las impiedades que este salmo denuncia, sólo para que
veamos cómo funcionan estos salmos llamados proféticos, se querella contra tres
apostasías:
1) La opresión
2) El robo
3) Las riquezas, a las
que no hay que fetichizar, cuando empiezan a crecer, ellas mismas, estarán
prontas a someterte a su merced.
אַ֣ךְ [‘Ak] “Solamente”, “Sinceramente, sólo Él”, y es verdad, 1) sólo
Dios te liberta, 2) sólo Él es tu Roca y tu Alcázar, 3) Él es Refugio para las pesadumbres de
nuestro corazón.
Lc
6, 6-11
Si
uno va al lenguaje de la física, encuentra palabras como leptones, fermiones,
bar-iones, bosones y mesones. Nos interesan estos últimos, los mesones, ¿qué es
un mesón?, es una partícula que está en el núcleo del átomo, más
exactamente en el puro centro, y juegan un rol importante en el mantenimiento
de la unión de los protones y los neutrones y sostienen la gran mayoría de las
interacciones en el núcleo, así que se encargan de conservar la estructura de
esos núcleos, lo que repercute en la estructura general del átomo. Lo que nos
interesa, aquí, es que se hallan en el centro de toda la jugada atómica y
nuclear. ¿Por qué les habrán dado ese nombre? Bueno, viene del griego, μέσος [mesos] “que está en el centro”.
Nuestra
perícopa se refiere a un episodio de Jesús, que -como ya sabemos, acudía a la
Sinagoga, sábado a sábado. Este es el cuarto sábado que nos relata San Lucas.
Y, ¿con qué nos hallamos? ¡Con un hombre que tenía la mano derecha paralizada!
Además,
en la línea de las emboscadas, tenemos a los Escribas y a los Fariseos, es
decir, a los estudiosos de la Ley y a los “fans” de la Ley, respectivamente.
¿Qué es, pues, lo que caracteriza a estos “acechantes”? Que ellos tienen en el
centro a la Ley. La ley para ellos se ha vuelto el “fetiche”. Todos sus
reflectores están dirigidos a la Ley.
No
es que la Ley sea mala, la ley puede ser muy útil y orientadora. Las leyes,
sabiamente miradas, son como un conjunto de carrileras férreas, instaladas para
el desplazamiento de los ferrocarriles, pero -siendo esenciales a este sistema
de trasporte, no son lo “central”. Empezamos a extraviarnos cuando,
-necesitando trasladarnos- y, cogemos un trozo de riel, y lo ponemos en el
Altar.
Así
que, ¿qué es lo que hace Jesús? Pone las cosas en el orden correcto. Re-crea el
Universo de las relaciones, re-ordena las jerarquías y nos pone en el
centro, lo que es el verdadero centro. Llama al hombre
indicándole que lo va a re-suscitar, por eso la palabra que usa para convocarlo
es Ἔγειρε [egeire] “levántate”.
Estamos asistiendo a una forma de “resurrección”. Y, acto seguido, re-establece
las cosas poniéndolas en su lugar: στῆθι εἰς τὸ μέσον [stedi eis to meson] “ponte en medio”. Ahí está
la palabra mesón, la médula de la perícopa, el acto
Creador que dimana del Dios-Humanado, como dirá, luego, en el Apocalipsis:
“hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5).
Recordemos,
en Lc 4, 18-19, cuando el Señor, tomó el rollo del Profeta Isaías y leyó lo que
era su Programa de Misión: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha
ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la
liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los
oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Si leemos esta estructura
como un quiasmo, encontramos en el nódulo -en el corazón de la cebollita- la
devolución de la vista a los ciegos.
En
esta perícopa de hoy, nos estrellamos con el peor tipo de ceguera, una ceguera
prácticamente incurable, se trata de la ceguera por ira. Cuando alguien
“fetichiza” algo, cae en una cerrazón que todo lo obnubila, nada más existe que
la propia porfía, ¡cómo no iban a consumirse de cólera los escribas y fariseos,
si les estaban tocando precisamente su “adorado” pedazo de riel, la “sacralidad
del sábado”, y, en cambio, les había hecho ver lo que Dios pone al Centro: la
Misericordiosa Mirada sobre el hombre y su situación.
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