1Tes 5, 1-6. 9-11
A
partir de mañana vamos a dejar nuestro estudio sobre la 1Tesalonicenses para
empezar a ver la Carta a los Colosenses.
Podríamos
resumir diciendo que toda la Primera Carta a los Tesalonicenses está escrita en
clave de Acción de Gracias. En torno a esta gratitud hay una constante: la
preocupación del Apóstol de los Gentiles por evitar que se distraigan, se
preocupen de otras cosas, se descuiden y “llegue la hora”, encontrándolos dormidos,
no alertas, como toda La Carta les previene.
Eso
fácilmente le sucederá a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte,
pero los fieles tesalonicenses viven alertas, porque son “hijos de la Luz e
hijos del día”. Estos discípulos de Tesalónica viven en la claridad y su
conducta entera está bajo el Resplandor de Jesucristo. No se aflojan, no se
descuidan, no se entregan a lo disoluto. Inclusive cuando se duermen, lo hacen
de modo tal que se mantienen en guardia.
Los
convida a permanecer siempre νήφωμεν [nefomen] que tiene un
doble significado, “no embriagarse”, y también, “no dejarse arrastrar por las
visiones que produce la pecaminosidad”, estas son como alucinaciones que hacen
ver el pecado como si no lo fuera. Los borrachos carecen de este discernimiento
para distinguir el bien del mal y fácilmente caen en los engaños del “Patas”.
Contra estas seducciones ignominiosas, San Pablo da dos
instrumentos:
1)
Animarse unos a otros. A veces nos
profesionalizamos como repetidores de fórmulas, frases de cajón que se usan
como parapeto para simular una militancia en le fe, pero no entregamos una voz
de aliento y una palabra verdaderamente entusiasmante de cimentación en el
Señor.
2)
οἰκοδομεῖτε [ecodomeite] “construyan la casa”, pero aquí lo que quiere
decir es adquirir la disciplina de la “resistencia”, dando a los hermanos el
apoyo para que no caigan, para que tengan bases buenas y sólidas para enfrentar
las acechanzas del mal y las flaquezas. Darse unos a otros alicientes para no
caer, para permanecer de pie frente a todos los embates. Como al construir una
casa, se le dan soportes de firmeza y se la edifica resistente, con verdadera
solidez.
Concluye
San Pablo con la aseveración de que él sabe que ellos ya están poniendo en
práctica este par de consejos.
Sal 27(26), 1bcde,
4. 13-14
Este
es un salmo del Huésped de YHWH. Es decir, el Fiel que reconoce el Templo como
Vivienda del Altísimo, quiere pasar todo el tiempo que le sea posible, bajo los
mismos aleros que dan cobijo al Señor.
Lo que persigue y se fija como ideal consiste en “habitar en la casa del
Señor por los días de su vida.
Ese
fiel sabe que la vivienda que tiene en la tierra es, sencillamente una morada
transitoria, que aquí no habitamos sino como peregrinos, como transeúntes. Así
que en este salmo lo que le ruega a Dios es que lo conduzca -por su
Misericordia- a la vivienda que le tiene deparada en la Vida-Perdurable.
Pero,
entretanto, es indispensable vivir con “resistencia”, llevar una vida
perseverante en la fidelidad del Señor, acogerse a Su Ley y guardar Sus
Enseñanzas, cumpliendo los Mandamientos y desvelándose en obras de
Misericordia. Con la palabra de San Pablo, podemos decir que este salmo nos
hace conscientes y nos inspira el sentido de responsabilidad de vivir acordes
con la “sobriedad” que nos deja desenmascarar los engaños del Malo.
Sólo
el Señor nos defiende, nos guarda y nos tiene unas “banquitas” alrededor de su
Trono. Una sola cosa le pedimos a Dios -nosotros los que queremos llegar a ser
sus huéspedes- habitar en la casa del Señor, gozar de Su Dulzura, contemplando
la Perfección Intachable de la Nueva Jerusalén, allá, en el País de la Vida.
Lc 4, 31-37
ἐξουσίᾳ [exousia] “autoridad”
Examínenlo todo y quédense
con lo bueno.
1Tes 5, 21
¿Recuerdan
ustedes en el Evangelio según San Mateo, cuando Jesús nos prevenía de llamar a
alguien padre en la tierra, hacernos jefes, o designar a alguien como nuestro
guía, o mandamás, aquí en la tierra? (Cfr.Mt 23, 9-12). Allí lo que está
comprometido es el concepto de autoridad. Al crearnos Dios nos trasfirió
autoridad sobre la Creación. Infortunadamente el pecado ha deshecho esta
atribución. Por eso Jesús nos alertaba contra las “autoridades” y las
“jefaturas” que constituimos socialmente. Autoridad y obediencia son una dupla
interconectada y mutuamente dependiente.
La
autoridad, contra lo que muchos piensan -pura ideología- no es un “don” de
mando, no es una voz despótica, no tiene que ver con órdenes gritadas, ni con humillación,
ni con prepotencia e insolencia. La autoridad no dimana del atropello y la
violencia. Meditemos muy cabalmente, los seres humanos no somos un auto que se
puede poner en manos de un conductor supuestamente capacitado. La autoridad no
se logra por coacción, ni siquiera por persuasión. Nosotros tenemos un
Conductor que se llama “consciencia” y todos nuestros actos recaen sobre su arbitrio
y responsabilidad. Ante el Gran Tribunal no se puede decir: es que, a mí, mi
capitán, me ordenó, o mi jefe me dijo, o a mí me lo recomendaron en un programa
de televisión muy visto, o, así lo leí en un best-seller, o tal o cual líder vivía exhortándonos
en esa dirección, o eso fue lo que me enseñó un youtuber.
El
objetivo de la autoridad no es ni el mando, ni la obediencia en sí; sino la
capacidad de lograr la plenificación de la heredad. En sí, la palabra autoridad
proviene de la raíz augere que
connota llevar a su desarrollo, hacer que aumente, propender a su crecimiento.
La autoridad libera y fomenta el legado. La autoridad es connaturalmente
creativa, lleva lo que se genera como germen, al desarrollo de su plenitud, en
lo cual se incluye desbrozar, limpiar y suprimir las circunstancias limitantes.
Si vamos a mirar en el depósito de la verdad, lo que encontraremos es que la
única verdadera autoridad está en Dios. Nosotros -a veces- asumimos una
supuesta delegación de la autoridad, transferida bajo una determinada
“legalidad” a ciertos personajes; pero -vayamos a la Palabra de Dios- para
encontrarnos que, en el fondo, nada ni nadie diluye ni aminora la
responsabilidad de cada quien -asesorado por la voz de su consciencia- en los
actos de su existencia.
En
síntesis, cuando obro el mal -a ciencia y consciencia- el único responsable soy
“yo”; yo y mi consciencia. Ahora bien, está la situación del “era que yo no
sabía”, pero resulta -como se dice a nivel civil, que “el desconocimiento de la
norma no exculpa de la comisión del delito”. A menos que, sea imposible que yo me
informe (ignorancia insalvable). Y es por eso, que la persona debe luchar a
brazo partido por educar su consciencia para poder ejercer el discernimiento de
sus actuaciones.
¿Qué
constata la perícopa de hoy? Que la autoridad está en Dios. Que la Palabra de
Jesús está llena de autoridad. Que la autoridad real de Jesús tiene que ser
acatada por los “espíritus inmundos”, y eso es lo que caracteriza a Dios como
autoridad Suma. La impureza es el influjo que ejercen los espíritus inmundos;
desbrozar estos es el ejercicio de la más eficaz autoridad.
Frente
a la autoridad Divina, el mal es impotente, inane, nulo, infructuoso. Todos los
supuestos poderes de la tierra se rinden ante Su Autoridad. ¿Cuál era la fama
que se esparcía sobre Jesús? Que Él es Dios, porque sus acciones -y la autoridad
con que las ejercía- lo autenticaban como Dios.
De
donde sacó Jesús esta autoridad: Cuando Jesús se bautizó, bajó sobre Él el
Espíritu Santo y Dios lo ungió, declarándolo, no sólo Hijo Suyo, sino, además,
su εὐδοκέω [eudoqueo]
“motivo de Orgullo”, “Su Predilecto” (Cfr. Lc 3, 21-22)
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