1Jn
1, 1-4
Iniciamos
hoy un cursillo -de ocho talleres con la Primera Carta de San Juan, que
terminaremos el sábado 4 de enero. Podemos entender esta carta como una especie
de conclusión aclaratoria del Cuarto Evangelio, en gran parte detonada por la
herejía de Cerinto -estrechamente vinculada con el gnosticismo- que ponía en
cuestión la humanidad de Jesús, de quien, opinaban ellos, lo válido eran sus
Ideas, su Mensaje, su Enseñanza, pero ponían serias dudas en el hecho de que
Jesús fuera la Divinidad Encarnada. Según las enseñanzas de esta herejía, Dios
había creado una serie de inteligencias, genios y espíritus que se habían
encargado de la Creación directamente, para que Dios no tuviera que vérselas
con la imperfección de la materia, desde esa perspectiva, Dios sería Padre de
los diversos operarios que hacían el “trabajo sucio”. Para ellos Jesús era un
hombre cualquiera, hijo de María y José que, durante su bautismo, había sido
empoderado por Dios -que descendió sobre Él en forma de Paloma- y que había
migrado de su Cuerpo durante la Crucifixión, de tal manera, entendían los
cerintianos que el que había padecido y muerto en la Cruz era el cascaron
humano, vacío de la Divinidad.
Surge
de todo esto un gigantesco problema, la fe sería solamente la doctrina
apuntalada por sus dogmas, y las conductas y acciones de la persona no tendrían
ninguna resonancia.
Lo
que uno haga o deje de hacer, tiene importancia “cero”. ¿Se detecta alguna
conexión en este aspecto moral con la “sola fide”? Ante todo, esto se derivaba
que quebrantar la Ley de Dios no tenía ninguna consecuencia en el orden de lo
moral.
Hay
un rasgo muy típico de los gnósticos, considerar que la Salvación es un don
otorgado a quienes detentan un “conocimiento superior y hermético.
Todas
estas facetas de la herejía afectaban profundamente a los cristianos,
introducían desviaciones realmente heréticas y dejaron secuelas muy graves,
comparables a cicatrices en el rostro de la fe. Aun hoy en día, reaparecen, así
sea solapadamente, a tal punto que a muchos fieles les parece que esa es la
verdadera doctrina, o que son puntos marginales y de despreciable consecuencia
mientras vayan a “Misa”, aun cuando durante la celebración estén “de cuerpo
presente y de alma ausente”. Creen que pueden acomodar toda la fe a su “muy
personal enfoque” y, no pasa nada, puesto que ellos manejan una banda
atravesada al pecho donde se lee: “Soy católico”.
Desenmascarar
las secuelas del cerintianismo nos ayudará a precisar en qué consiste la Fe
Católica y a adentrarnos en uno de los Dogmas esenciales de nuestro Credo:
Jesús verdadero Dios y Verdadero Hombre. ¡Cuando Dios se hizo carne bendijo y
santificó la condición humana, dotándola de una incalculable dignidad!
Esta
dignidad no impide que el pecado la deforme, la desdiga, la suma en un letargo
que sólo el sincero arrepentimiento y el recurso al sacramento de la
Conversión, culminado en la Absolución Sacramental, puedan justificarnos.
La
Presencia de Dios en Jesús, como Hijo, es probada desde la Triple perspectiva
sensorial denotada con tres verbos que os dicen que el testimonio que los
apóstoles difundían se refiere -sin lugar a dudas- al verdadero Dios hecho
hombre: son los verbos “oído”, “visto” y “palpado”, Los sentidos son
oído-vista-tacto. No una “apariencia” sino una realidad hecha carne. Cuando
sabemos contra qué está luchado el Apóstol al escribir esta homilía, podemos
mejor aquilatar el significado y alcanzar una mejor exegesis de la Primera Carta
de San Juan.
Poco
a poco, conforme nos adentremos en este Libro, al que solemos llamar “carta”,
iremos acercándonos más a la ternura de Dios y captando que Jesús con su
Encarnación da a toda criatura una dignidad incalculable y fija una meta de
salvación y santificación viable a todo ser porque Todo fue creado por Él y
para Él: El logos, La Palabra, es vida en el sentido de ser la Fuente de toda
criatura existente en el sustrato de la Vida-en-Cristo. Glosando la idea ya
puesta en el Evangelio cuando afirma “Yo he venido para que tengan vida y la
tengan en plenitud”.
En
el prólogo del Evangelio el énfasis está puesto en Jesús; mientras que, en la
Carta, el énfasis se pone en los “preservadores” de la trasmisión, los
Apóstoles y toda la serie histórica de los discípulos que en su momento fueron
testigos de la “carnalidad” y la “tangibilidad” del “Verdadero Hombre”.
Sal
97(96), 1-2. 5-6. 11-12
Es
un poema con estructura de redoble, cada golpe de baqueta en el cuero del
tambor tiene su resonancia, una reduplicación en eco, que con una trasformación
de palabras dice lo mismo en otro plano, así la voz en eco lo que hace es
magnificar lo dicho. Ese ritmo redoblante, da una fuerza especial a las tres
estrofas que se configuraron tomando seis versos de los doce que son la
totalidad de este salmo del reino.
1ª
estrofa. Ante el Reinado de Dios toda la tierra está contenta y satisfecha,
nadie está a disgusto. Hasta las muchísimas islas se siente bien gobernadas. Él
está envuelto en una penumbra, pero no se esconde, no se trata de un
ocultamiento, es sólo una protección porque su fulgor es tan resplandeciente
que de verlo directamente nos quemaría las retinas.
2ª
estrofa: Hay una evaluación global de todo el Universo, se les toma concepto a
los montes, a la tierra y a los cielos. Cada uno hace su loa de la divinidad
porque Dios lo funde todo y lo va modelando para que cada cosa y cada ser
alcancen su plenitud.
3ª
estrofa. Al despertarse el justo abre los ojos y lo que ve es Su Justicia.
Cuando se despierta un recto de corazón, ¿qué ven sus ojos? La alegría que Dios
derrocha. ¿A qué invitaremos a los justos? A celebrar en el colmo de la santa
dicha la Misericordiosa Beatitud del Tres Veces Santo Nombre.
El
verso responsorial nos despierta a esta realidad: Puede que los impíos tengan
motivo de alarma, pero a los que siguen los caminos trazados por el Señor, para
ellos será la Alegría a raudales.
Jn
20, 2-8
VIDA INVISIBLE QUE SE HA HECHO VISIBLE
Hay
una manera sublime de hacer la hermenéutica de esta perícopa que consiste en
salirnos de la racionalidad y dar el salto metanoético a la vida cristificada: «…
que a los marginados, los presos, los pobres y los emigrantes, tan a menudo
rechazados, maltratados y desechado; a los enfermos y los que sufren sean
bendecidos. (Papa Francisco)
La
Sábana Santa y el Santo Sudario no han de entenderse como “pruebas” de le
Resurrección. La Resurrección no necesita ser probada, ni la función de la
Iglesia debe ser la reunión de las evidencias; apenas se levanta esa pretensión,
la fe deja de ser fe para volverse “detectivismo policiaco”. Nuestra mentalidad
cientificista cree avanzar mucho pidiendo el auxilio a las ciencias forenses y
dactiloscópicas, y equivocan los alcances y los objetivos de las disciplinas
científicas, planteando problemas epistémicos fuera de sus fronteras.
Si
bien Dios pensó en nosotros al darnos las Escrituras, y en particular el
Evangelio, no se puede entender que ellos fueran escritos con nuestra
mentalidad, sino al revés, aceptar que fueron escritos con la mentalidad del
siglo primero, y desde esa óptica es que se debe encarrilar nuestra exegesis.
Comprendamos
que, si los científicos alcanzaran la demostración de esos fenómenos y objetos
históricos, ya no estaríamos ante una religión de fe, sino ante hechos
incontestables, imposibles de caber en los territorios donde “Creer” es
posible. Cuando hacemos la exegesis, tenemos que entender la necesidad de
descalzarnos y ser conscientes de estar pisando הֽוּא אַדְמַת־קֹ֖דֶשׁ [admat kodes ju] “terreno sagrado” (Cfr.
Ex 3, 5e).
¡Estamos
ante unas vendas y un sudario que no prueban nada, que “hablan” al que tiene la
fe necesaria! Solamente por un momento, pongámonos en situación y pensemos en
esa experiencia “grandiosa” que fue para los Discípulos -Pedro y Juan- ver las
vendas, vacías de corporeidad cadavérica y el Santo Sudario enrollado y puesto
aparte; para un incrédulo no pasaran de ser unos “trapos ensangrentados”, para
nosotros, ¡esta experiencia no nos cabe en el cuerpo!
Tan pronto como la imagen llegó a sus cerebros, la chispa que llamamos “creer” se hizo Lumbre Resplandeciente y supieron lo que estaban viendo. «El mundo propone imponerse a toda costa, competir, hacerse valer… Pero los cristianos, por la gracia de Cristo, muerto y resucitado, son los brotes de otra humanidad, en la cual tratamos de vivir el servicio de los demás, de no ser altivos, sino disponibles y respetuosos. […]» (Papa Francisco)
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