viernes, 20 de diciembre de 2024

Sábado de la Tercera Semana de Adviento


 

Cnt 2, 8-14

En la Tanaj, este “Libro” se llama שִׁ֥יר הַשִּׁירִ֖ים [Shir hashirim] es como un comparativo de superioridad que expresa un superlativo: “De todos los cantos este es el Canto por excelencia”, “El cantico excelso”. Son como 25 poemas que un compilador puso juntos y que están así, como los conocemos, desde el siglo V, o IV. Es posible que estos poemas fueran cantados -en su origen- para amenizar las bodas. Hablábamos del número seis como cifra de lo incompleto y del siete como sinónimo de plenitud; pues, las fiestas de bodas solían durar siete días, como simbolismo de la dicha perdurable.

 

Sabemos que Dios para que entendiéramos su Mensaje, tuvo que -todo el tiempo- hablarnos por medio de cosas que nosotros hubiéramos experimentado, y también sabemos que el amor es la esencia de la divinidad, pues lo que hizo fue explicarnos el amor humano en su más sublime potencia, para que lo tomáramos como referente y pudiéramos, extrapolando, acercarnos al eje proyectivo que apuntara hacia la divinización del amor humano.


 

La Alianza que constituye la religión, en términos Escriturísticos, es parangonada con una relación conyugal: El Novio, ya se ha dicho, es Dios-Mismo; la novia, es su pueblo elegido. Para hablar de Dios necesitamos hacer un acercamiento al Amor sublimado. Pero no un amor angelical que estaría allende nuestro alcance, sino un tierno amor humano. Se habla del amor de un Dios con una Diosa, de un Rey con su Reina. Tampoco aquí podemos tratar de separar que somos a imagen y semejanza divina, y que nuestro amor -con la fisura que le causó la “caída”- no ha dejado, sin embargo, de mantener esta semejanza.

 

Por su forma este Libro entra en los Libros “poéticos” y por su contenido entre los “sapienciales”. Para acercarnos a la sublimidad que nos deja percibir y sospechar, no podemos quedarnos atrapados en su interior, lo que hay que hacer es dejarnos impulsar por el como si fuera un terraplén de despegue.

 

Es indispensable superar la mojigatería para vislumbrar cómo y cuánto nos ama Dios. No quedarnos en el desconcierto del asombro, sino saltar a los brazos el enamorado, que lo vemos, en la cruz, con los brazos abiertos, aguardándonos. La gente comenta que el aspecto religioso no está tocado ni reflejado en toda la obra, pero debe precisarse que al decir esto, estamos creyendo que el amor vive amputado en su prosodia, porque no nos damos cuenta que su poética hace que todo amor sea -en realidad- expresión divina. Hablar de amor es ya hablar de trascendencia espiritual.

 

Querer desnudar el amor de su fisicidad sería tal como asesinar a los contrayentes al acercarse al Altar para contraer nupcias, so pretexto de eliminar todo lo que no fuera pura espiritualidad. En realidad, no puede escindirse la fe del cuerpo material que nos sustenta como si fuéramos dos entes en uno, uno el cuerpo y otro -por otra parte- absolutamente diverso el alma.

 


Podríamos pensar que El Divino Niño Jesús a la vez que el Jesús Glorioso de la Parusía, está aquí representado bajo la figura del cervatillo que adviene saltando por los montes como un amante deseoso de llegarse con su Amada. Este gamo, quiere descubrir a su amada con la mirada, y recrear su corazón con la visión que le augura que -un instante después- la tendrá entre sus brazos, por eso la mira desde detrás de la cerca, y luego por la ventana.

 

Dice que el tiempo de estar distante se acabó. El amado le dice a su pareja que ha llegado el tiempo de los frutos maduros, y la estación florida para hablar de amor con el colorido y el perfume de las flores. La higuera ya está cargando. Y así, en esta hora del campo feraz el Amado llama a su Amada para colmar su deseo de oírla y su gusto de verla.

 

Sal 33(32), 2-3. 11-12. 20-21

En la primera estrofa la propuesta es llegar donde la enamorada con una serenata tocando a su ventana con el decacordio.

 

La segunda estrofa habla del amor perdurable, distinto del amor pasajero. Es dulcemente hermosos saber que Dios nos ha elegido desde siempre y por toda la eternidad para prodigarnos su amor perenne.

 

El es nuestro Defensor, es nuestro Padrino, Él nos rescata de toda emboscada, el nos defiende de cualquier agresor.

 

En la antífona enfatizamos que hay que empezar a cantarle de otra manera, romper con nuestra manera antigua de amarlo, amor salpicado de infidelidades; este cantico nuevo ha de ser cántico de aclamación, que lo reconoce y lo acepta com el único Digno de nuestro Amor

 

Este salmo es un himno. El salmo tiene 22 versos, que van por dísticos, como discípulos enviados a evangelizar, siempre de dos en dos, de los cuales se tomaron seis versículos para montar la perícopa que se proclama.

 

La médula es la afirmación de que los planes del Señor son firmes y que hagamos las locuras que hagamos y cometamos los desvaríos que nos dañen, de todas maneras, lo que el Señor ha querido para nosotros, su Infinito Amor, se cumplirá. Aun cuando el hombre se empecine en sembrar su cizaña de violencia, Dios sacará adelante su cultivo de semillas de Amor y hará que los ángeles espulguen toda la maldad diseminada y la quemen como matorrales de yerba mala.

 

Lc 1, 39-45

El seno materno que nos acoge, es la primera “escuela” de comunicación” hecha escucha y de contacto corpóreo, donde comenzamos a familiarizarnos con el mundo externo un ambiente protegido y con el sonido tranquilizador del palpitar del corazón de la mamá.

Papa Francisco

Hoy nos corresponde escuchar de los labios de Jesús, incluido en el Evangelio Lucano, nuevamente el relato de la Visitación de María Santísima a su prima Santa Isabel.

 


Aquí tenemos una mención de un hecho asombroso: Cuando un bebé se mueve en el seno materno, hay sorpresa, pero también hay como una especie de comunicación. Una afirmación de “presencia”, un “estoy aquí”, un “quiero decir algo”. En el caso del “salto” que dio San Juan Bautista en el seno de Isabel, entendemos que se está produciendo una suerte de genuflexión, San Juan experimenta la Presencia del Señor y emite una “señal”, “sé que Tú estás ahí, cerca mío”, a su manera no-nata expresa: “he allí al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Es lo que hace el precursor, va por delante en el camino anunciando su advenimiento, declarando “Ya llega”.

 

Isabel pregunta muy sorprendida: “¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?” Bien visto, el súbdito debería ir a visitar al Rey; pero aquí lo que se verifica es lo contrario, es el Rey que rinde homenaje visitando al súbdito. Jesús una y otra vez aplica este lenguaje paradojal. Parece que los planteamientos de Jesús son el mundo puesto de cabeza: “el Hijo del hombre ha venido no a ser servido sino a servir y dar su vida como rescate de una muchedumbre”.

 

La horma que se le ha impuesto al pensamiento es egocéntrica: todo a mi favor, “la ley del embudo” como la llama el saber popular; la norma del amor -al contrario- es descentrada, es excéntrica, uno que ama está para servir. Y esa es la regla del discípulo, servir, y no a uno, sino a una muchedumbre.

 


El episodio que está inmediatamente luego, después de la Anunciación del Arcángel San Gabriel a María Santísima es el episodio de hoy: María que visita a su prima Santa Isabel. Empieza diciendo que María partió con σπουδῆς [spoudes] “premura”, “de prisa”, “con solicitud”, con “diligencia”; es decir, María fue a servir a su prima y no se fue dando largas, o inventando pretextos para demorarse, sino con diligencia, con entrega, con disponibilidad.

 

Nuevamente se da allí una “semejanza” humana con la manera de ser de Dios, Dios también es pronto a la ayuda, está pronto a socorrer. No dilata, no difiere.

 

La expresión de Juan Bautista en el seno de su madre, al saludar a Jesús, en el vientre de María, es traducida por los labios de Santa Isabel, así: “Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”.

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