Is 2, 1-5
Hacia él confluirán todas las naciones
Los
oráculos originales del proto-Isaías están en los capítulos 1 al 39, pero, y
esto se puede decir de los tres Isaías compilados en este Libro, que no son del
mismo hagiógrafo, no datan de la misma fecha, ni están dispuestos en un orden
estrictamente cronológico que permita decir, lo que está primero ocurrió
primero y lo que está después fue ocurriendo en ese orden, posteriormente. Se
trata, más bien, de una labor editorial muy seria y sesuda, que se dio a la
tarea de juntar los materiales, en el orden que creyeron más acertado. Este proceso
editorial data de antes del Tercer Siglo antes de Cristo, cuando ya se habían recopilado
y organizado tal como los conocemos en la actualidad. Valga traer a colación
que en 1QIs (encontrado en Qumram) ya se encontró la disposición que ha llegado
hasta nosotros.
El
capítulo 1, actúa como una especie de introducción y a la vez es el mapa de la
unidad 1-39. Esta introducción-presentación podemos desglosarla en tres
unidades:
i)
1, 1-9 Judá, nación pecadora
ii)
1, 10-20 El Señor no quiere holocaustos sino “culto
verdadero”
iii)
1, 21-31 El Señor se encargará de purificar a Jerusalén.
Hoy
nos vamos a ocupar de una profecía que, prácticamente está consignada en el
profeta Miqueas como un espejo de la profecía Isaiana (lo que vio Isaías acerca
de Judá y Jerusalén), aquí considerada:
Nos presenta al Señor como Dios Pacificador que construirá una sociedad de
Justicia y Paz, no solamente para Judá, sino para todas las naciones, lo que es
verdaderamente, una utopía teleológica, un sueño que nuestra fe siempre
atesorará en su corazón: “De las espadas forjarán arados, de las lanzas sacarán
מַזְמֵרוֹת [mazmerah] ‘hoces’. No alzará la espada
pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra”.
Nosotros
no enfocamos el hecho de que se profetice que el Templo del Señor estará en la
Montaña más alta, como si se estuviera hablando de una especie de Olimpo, donde
los dioses lo divisan todo; lo que entendemos aquí se refiere a la cumbre de la
Justicia, el Monte Sion, encarnará los más altos parámetros de la justicia y de
la ética convivencial (sinodalidad), que llevará a que la humanidad entienda
que la guerra es un vocabulario y una gramática de destrucción, de inhumanidad
y de violencia. Lo que se propone al convocarnos en el Monte del Señor, es que
entendamos que de la guerra no quedan sino botines de pillaje y agresión que
dejan sembrados los gérmenes de la retaliación y de la venganza. La guerra no
deja sembradas las bases de una paz duradera, sólo -si acaso- la tregua
provisional de unos sometidos que siguen arrullando en su pecho el anhelo del desquite.
Más hondas las heridas, más profundo la codicia del resarcimiento.
Dice
esta profecía, que los de Judá van a liderar -en el Santo Nombre de Dios-
arbitrando para que todos puedan convivir en ejercicio de la hermandad y en
procura de una sociedad de bonanza. Y, en ninguna parte propone que ellos, en tanto
que árbitros de esta sociedad mejor, cobren la parte del león en el botín. Nadie
se adueñará de los pueblos para “imponerles la paz” lo harán desinteresadamente
porque Dios los manda a llevar un Evangelio de Paz entre las naciones, y ellos
serán maestros pacifistas bajo la sola paga que Dios les dará como emisarios de
su mensaje.
Es
importante, a este respecto, atender como la Iglesia ha actuado siempre como
facilitadora del dialogo por una paz sostenible y verdadera en nuestra patria.
El
Templo está construido en las laderas de Sion (Sion no es el monte Olimpo, sino
una colina humilde para que siempre se acuerden que Dios ha elegido a lo más
bajo para hacer conscientes a los poderosos que la fuerza de Dios no se
entregará en sus manos Cfr. 1Cr 1,27-31 y no para que les quede más cómodo
disparar sus misiles), para que a toda la tierra alcance su pregón, la Palabra del
Señor de Jerusalén, para que nosotros, los que tendemos nuestras manos hacia Él,
caminemos iluminados por su Luz.
Sal 122(121),
1bc-2. 3-4b. 4d-5. 6-7. 8-9
¿Concebimos nuestra
vida como algo que avanza, que avanza hacia una meta, hacia Alguien?
Noël Quesson
Una
perspectiva turística nos mueve a buscar los lugares más curiosos del planeta,
visitar los pueblitos más típicos, buscar las comidas más estrambóticas,
comprar prendas que correspondan a la usanza más pluralmente internacional. Y,
que no se nos escape, leer y apreciar la música y el folclor de todos los
pueblos.
Muchos
“buscadores” van por ahí tratando de hallar la filosofía más profunda o -al
menos- la más esotérica y denodadamente se hunden en la pesquisa de las
curiosidades del pensamiento, mucho más cautivador cuento más extraño suene.
Otros van buscando dioses para venerar y pagarles culto. No tanto que sea una
fe verdadera, más bien, como el que encuentra una rareza que descreste
ingenuos.
Así
como se puede uno afanar por coleccionar estampillas (me pregunto si hoy en día
habrá quienes no sepan qué es una estampilla) de diversas nacionalidades, hay
quienes se afanan en coleccionar postales de lugares memorables, o fotografías
de ocultos rincones del planeta.
La
fe judía tendía a un solo foco cultual, fue un importante factor centralizador
para “oficializar” una versión de su “fe”. Este ejercicio de centralismo se ha hecho
importante para aumentar el auge y acrecerlo, para capitalizar el poder y canalizarlo.
La historia de este pueblo señala cómo hubo momentos en que diversos santuarios
se disputaban la hegemonía cultual. En cierto momento Jesús cuestiona esta
tendencia y le hace una afirmación a la Samaritana que para el judaísmo sonaba
blasfema: “Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en
Jerusalén adoraréis al Padre”. Ella creía que la única fuente válida era el
pozo de Jacob, en la ciudad de Sicar.
La
perícopa de hoy nos habla de alegría porque estamos llegando a los umbrales de Jerusalén
(Ciudad de la Paz). El salmo parece
referirse a la Jerusalén escatológica, porque en la Jerusalén geográfica, todas
las aseveraciones del salmo parecen no solo falsas sino imposiblemente lejanas.
Hay
en el Apocalipsis una Jerusalén que baja del Cielo. Esa es, más posiblemente la
Jerusalén a la que alude este Salmo. Este es un salmo gradual, porque habla de
una romería, rumbo al templo, y señala alguna de las etapas de la “subida”.
Se
trata, pues, de un salmo de peregrinación. Se trata de la emoción de un
provinciano que por primera vez en la vida contempla las maravillas de la urbe.
La urbe es tan fascinante como un “fruto prohibido”. No es raro que la ciudad
sea la sede del consumismo, de la idolatría, del culto a la riqueza, la ciudad
encandelilla, resquebraja el alma y abra bajos apetitos, (el propósito no es satanizar
la ciudad que bien sabemos que hasta en una veredita recóndita se puede cocinar
el asado de la depravación y se pueden preparar los cocteles óptimos para la
bacanal). Pero, el brillo de una ciudad y sus luces, no pueden sacralizarla
como puerta real al Paraíso.
Tal
vez es por ahí que quiere tomar el salmo, el salmo quiere señalarnos que YHWH
ha elegido este lugar como su Morada y ha asentado allí sus oficinas, sus
ventanillas de quejas y reclamos, sus espectáculos más vistosos y todo el
oropel que puede dejarnos boquiabiertos.
Una
vez más, hay una enseñanza que nos lleva a recapacitar si la fragilidad de todo
lo humanamente posible, que, a veces con mucha nobleza quiere resaltar la
Justicia Excelsa de Dios, por ser la obra de lábiles artesanos, más temprano que
tarde mostrará su precariedad, sin que eso traduzca que Dios también sufre
desgaste, decadencia y nublamiento.
Jerusalén,
como lo señala el Salmo, no es solamente la sede del Templo, y por tanto de la Casa
de Dios; es, además -y lo más importante- el centro arquitectónico de la
Justicia, porque allí estaban los tribunales de David.
Hay
cuatro factores que -se han de tener en cuenta- a la hora de decodificar el
significado de la Jerusalén Terrenal como esquema de la Jerusalén Celestial:
1)
Allá subió Jesús cada año de su vida
2)
Allá se celebró por la Primera vez la Eucaristía
3)
Allá Jesús murió y Resucitó
4)
Allí ocurrió el Primer Pentecostés Cistiano
Mt
8, 5-11
Vivir el Adviento es
abrirse al Señor, pedirle con fe, que entre en nuestra vida y nos sane de todo
lo que nos impida seguirle con confianza y servirle con amor.
Papa Francisco
Como
una muestra de cómo se trabaja por la construcción de la Paz, viene el Centurión,
(un centurión era un oficial militar romano que comandaba un pelotón de tropas
llamado "centuria". Los centuriones eran nombrados por su valentía,
lealtad, carácter y destreza en batalla), pero ¿cómo se acerca?, ¿vino escoltado
por un piquete de escoltas? ¿le hizo notar a Jesús sus insignias de delegado
militar imperial? ¿pronunció su solicitad blandiendo amenazas y presionando con
horribles castigos si no se le otorgaba lo pedido? ¿Amenazó, acaso, con usar el
poder que el imperio le había entregado para obtener un milagro incondicional? ¡Se
acercó y le rogó!
Esta
figura de los centuriones que menciona el Evangelio es muy simbólica. Hubo un centurión
que exclamó al pie de la cruz, “¡Verdaderamente este era el Hijo de Dios! (Mt
27,54 y Mc 15,39). ¿Quiere esto decir que los romanos estaban dando pasos firmes
para dejar de ser opresores y pasarse al judaísmo o al cristianismo? ¡No! Lo
que registramos históricamente es que ellos fueron los que dieron al traste con
Jerusalén y del Templo no dejaron piedra sobre piedra, que persiguieron a los judíos
a sangre y fuego y que estuvieron entre los torturadores profesionales que se
cebaron en los mártires de nuestra fe.
Más
bien, lo que podemos leer en estos personajes es que nadie puede decir que está
absolutamente perdido para el Reino. Que siempre que uno se acerca a Jesús, Él
puede sacar lo mejor que hay en nuestro ser, en nuestro corazón, y hacerse
manifiesto en nuestra existencia. Esto le abre un gigantesco compás de
posibilidades a la esperanza. Detrás de todo esto está la importancia y
la invitación para abrirnos al Señor. Saber que Él puede venir a nosotros y
sanarnos, liberarnos de nuestros bloqueos, y poder seguirlo y dejar que seamos
terreno fértil y que Él cultive en nuestro corazón.
Queremos
hacer bailar el trompo para que sea una admirable peonza y nos parece que la
punta de su danza debe ser la fe. Pero ¿Qué faceta de la fe? ¿La
credulidad? Prestemos atención a lo que dice Jesús al final: Se esperaría que
el pueblo elegido fuera el más dotado en cuestiones de fe. Pero no es así.
Jesús nos entrega una profecía que nos anuncia de donde vendrán los fieles más
creyentes: y nos dice que provendrán tanto de oriente como de occidente y que
todos ellos se equipararan con exactitud con los patriarcas Abrahán, Isaac y
Jacob. Ellos dieron lugar a la elección, pero ahora, “confluirán todas las
naciones, caminarán pueblos numerosos y se podrán eliminar las discriminaciones
porque a la Mesa escatológica de las Bodas del Cordero, se sentarán de todas
las nacionalidades, sin restricción. Es sobre ese aspecto de la fe que se
concentra la “Palabra de Jesús”, visitemos con atención esta perícopa y
entendamos que cuando dice fe, no quiere decir “cierta dogmática”, quiere decir
que no está limitada a que se tenga la fe de los judíos, sino que se abran las
puertas con universalismo. Pide que la fe sea “católica”, valga decir, abierta
a todos, inclusiva, sinodal, no sectaria.
Todos
pueden venir al Banquete, el solo requisito es tener la voluntad de seguirlo
con amor.
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