lunes, 9 de diciembre de 2024

Martes de la segunda Semana de Adviento



Is 40, 1-11

Los capítulos 40-55 en Isaías conforman el Deutero-Isaías, que se ha dado en llamar “Profeta de Consolación”. La palabra consolación viene del latín, de solari, calmar, alivianar, apaciguar; y el prefijo con, que siempre significa “junto con”, para indicar una acción cooperativa, en la que varios se juntan para actuar en común. Actuar sinodalmente para animar o/y aliviar una pena. Hay una palabra muy cercana, casi sinónima, y es la palabra confortar. Estabilizar y animar a los demás brindando apoyo y actuando como un verdadero mentor. Esta mentoria es en Dios, es llamar a Dios a dar fortaleza en situaciones de pérdida ayudando a las personas a identificar y perseguir un sentido en la vida. La consolación es uno de los factores que componen la projimidad. El consuelo se requiere allí donde el desequilibrio emocional desbarata a la persona o a la comunidad.

 

Cuando alguien sufre Dios le paga un salario, aquí el profeta anuncia que Dios les ha pagado con un salario doble al padecimiento que les trajo su exilio. Si Dios nos brinda entusiasmo para superar el sufrimiento, superar las adversidades de la vida y transformarse positivamente, vemos como la consolación es un componente de la resiliencia conectadas en el eje de la salud mental. Dios siempre obra sanando nuestras “abolladuras”, y aprovecha nuestras luchas para edificar en nosotros la fortaleza.

 

No es eta la situación de una visión de Dios, en cambio, podemos oír la Voz-de-Yahweh. Jerusalén, en esta perícopa, quiere decir, en general, todo Israel. Tres hitos proclaman este acto de consolación:

i)              Se concluye la etapa de esclavitud

ii)             El pecado ha sido expiado con creces

iii)           El castigo recibido ha sido “doble”.

La perfecta fidelidad de Dios se expresa en forma de un nuevo Éxodo. Lo que viene a la memoria no son las evocaciones de David que nos muestra el primer Isaías, aquí lo que prepondera es la memoria del Éxodo. Pero Yahweh no puede “caminar” por un camino escabroso, necesita una senda recta, perfectamente nivelada. (esto alude a la costumbre oriental de terraplenar los caminos cuando el gobernante anunciaba su visita, el camino se la aplanaba, para que su carroza pudiera desplazarse sin trompicones).  Las imperfecciones del camino representaban la altanería de los vasallos.

 

El sufrimiento no se explica por el sufrimiento mismo, ni siquiera por la capacidad de levantarnos del sufrimiento; el sufrimiento es una escuela para seguir adelante rellenando, enderezando, abajando. Podríamos comparar esta resiliencia con una obra de ingeniería civil. Lo interesante de esta carrera, como todas, no consiste en alcanzar la titulación, sino en estar en condiciones de emprender la construcción de carreteras, puentes, túneles, sistemas de transporte y sistemas de saneamiento, todas las que podemos englobar bajo el título de “infraestructuras vitales.


 

La infraestructura vital más esencial es la de no caer en caminos ciegos sin salida ni alternativa. El “Heraldo de Sion” hace caer en la cuenta que:

a)    Dios está Presente (Dios-con-nosotros)

b)    Nos trae y nos aporta Su Poder.

c)    Es Su Brazo el que aporta Poder

d)    Y su Autoridades la que determina

e)    Su “Salario” es pagado por adelantado y antes de que Él se haga Presente, ha adelantado a reagrupar, a sentirse fortalecidos porque Él los guarda con sus Abrazo cerca de su Corazón (prodiga Ternura), a las ovejas que están en crianza (las recién paridas) las cuida personalmente.

 

Esta labor de soporte, de fortalecimiento, de entusiasmos, no la realiza Él. Él nos tiene para eso. Por eso la profecía no dice “Consuelo, consuelo” (no está en primera persona), sino que nos convoca a actuar: ¡Consuelen, consuelen!

 

La palabra en hebreo es נָחַם [nachan] “consolar” que tiene una connotación de “pónganla fácil”, “no la pinten complicada”, “no lo hagan ver como inalcanzable”, “no sean tan severos”. Muchas veces lo que hacemos, no es infundir ánimo, sino mostrar algo como utópico. Tan remoto, que ni Superman lo lograría.  En cambio, estamos llamados a visibilizar el final del castigo, la cesación del sufrimiento, el termino de las penalidades.

 

Muchas veces somos heraldos que claman: ¡Otros cincuenta latigazos, y después hablamos! ¿Esa es una voz de consuelo?

 

Dios nos ha regalado el apadrinamiento de Jesús, el actuará como Redentor, Él se ofreció a pagar de su propio peculio el rescate que el Maligno reclamaba para dejarnos en libertad. Eso es lo que debemos anunciar. Que el Señor ya pago y que ya viene su bondad a sanear nuestras heridas, a vendar las patitas de sus ovejas lastimadas, a reconfortarnos con premios y ya no más castigos. Las cuentas han quedado saldadas.

 

Cuando aquí se lee “Toda carne” está hablando de una Universalidad del acatamiento a Yahweh. Se ha de entender como “Todo ser humano”. Sin discriminación, sin exclusivismos.

 

Que nuestra oración no sea para que lo vuelvan a crucificar, sino para que entre Glorioso y Triunfal.

 

Sal 96(95), 1-2. 3 y 10ac. 11-12. 13

Este es un Salmo del Reino. El Rey es Rey-Juez. Nosotros, estamos convocados como Eclessia para invitar al Banquete-escatológico. Dios viene para todos.


 

Nosotros que insistimos en un reinado Celestial, nos cuesta recitar en el Padre Nuestro: “Venga a nosotros tu Reino”, también nos da duro decir “hágase tu Voluntad en la tierra como en el Cielo”. Preferimos traducirlo como “que tu Voluntad se haga en el Cielo, y aquí en la tierra, lo que nosotros queremos”.

 

Que hacemos con esta invitación a que le cantemos todos los habitantes de la tierra, ¿cómo podemos cantar su Victoria, donde nosotros ansiamos cantar “nuestra victoria”.

 

Nosotros no aceptamos su Victoria, por eso desatamos aquí, allá y acullá los fuegos infernales de la guerra.

 

Hay una convocatoria general a cantarle a Dios para celebrarlo, ¿queremos que el Cielo esté alegre?, ¿queremos que en la tierra resuene su Victoria? ¿nos gustaría que todo en la tierra tuviera labios para entonar alabanzas? ¿somos favorables a que retumbe en todos los océanos la Gloria de Dios? ¿nos gustaría que todos los campos fructificaran alabanzas a Dios? ¿Querríamos que los árboles también tuvieran gargantas que cantaran la excelsa Victoria de nuestro Dios?


 

¡Ya llega! ¡El Señor ya llega a regir la tierra! Lo que se impondrá será la Justicia Universal de Dios y su fidelidad por todos los pueblos.

 

Preguntémonos, seriamente, ¿qué tanto queremos que llegue con toda Su Fuerza? O, cuando dice la Eucaristía, “Ven Señor Jesús”, ¿preferimos guardar silencio?

 

Mt 18, 12-14

Padre, que no se pierda ninguno de los que me has dado.

Jn 6, 39

A la hora de aquilatar nuestra oración, tenemos que responder, ¿estamos de acuerdo que el Señor abandone las 99 ovejas juiciosas para ir en pos de una díscola?


 

Hablando de ovejas extraviadas, el señor nos enseña en el verso 10: anterior a esta perícopa: “Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños”. Y, luego, “… pues el Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido” y eso está en el verso 11. O sea que, estos dos versos forman el vestíbulo de la perícopa de hoy.

 

Recordemos aquello que leemos que “No es Voluntad de vuestro Padre Celestial que se pierda uno solo de estos pequeños” (Mt 18, 14) Es el versículo que actúa como conclusión de la perícopa de hoy.

 

Pero la verdad es que -tal vez porque la ideología “democrática” se apoya en los criterios mayoritarios- casi todos ponemos en cuestionamiento la lógica de Dios; y, también casi todos estamos dispuestos a contradecirle a Dios y proponerle que no es lógico que abandone 99, por una, dado que 99 constituyen la inmensa mayoría.

 

Muchos dirán, con su abrumadora idea mayoritaria, que debe dejar las 99, pero no en los montes, sino en una hermética caja fuerte, a toda prueba. De tal manera que ninguna de ellas sea blanco de un ataque lobuno.

 

Habrá que decirlo con todas las letras (vocales y consonantes) que estamos ante una metáfora, un paralelismo parabólico: la “oveja extraviada” es aquella que se ha salido de la “Voluntad Divina”; la Voluntad Divina es la que nosotros a veces por abreviatura llamamos “la Ley de Dios”; la oveja extraviada es la descarrilada. Cuando 99 no se descarrían, quiere decir que ellas son confiables porque tienen la fuerza de un hábito de coherencia que muy difícil e improbablemente podrán torcer. ¡Hay ovejas tan “probadas” que no se torcerán ni con grúa! En cambio, la que está descarriada, esa sí que necesita que el pastor la enderece, le proporcione todo el apoyo y el encarrilamiento que sea posible.

 

Cuando enfrentamos el tema de la sinodalidad tenemos que preguntarnos ¿por qué existe esa tendencia de dejar abandonada la “oveja perdida”? La oveja perdida es la “débil”, la más necesitada: Con toda razón nos dice el Señor, en el Evangelio de hoy, “Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños”.

 


Cuando se desprecia una “ovejita descarriada”, prestamos oídos sordos a la Voz de los Ángeles de la Guarda, al propio y al de la oveja descarriada; cuando el Evangelio nos dice que ellos “ven continuamente el Rostro del Padre Celestial”, nos quiere decir que Lo ven llorar de tristeza, porque ahí es cuando sacamos a relucir el corazón duro de piedra que tenemos en vez de uno amoroso. Eso hace derramar su llanto a la Santísima Trinidad.

 

“Es un Dios que camina para buscarnos y tiene una cierta debilidad de amor por los que están más alejados, que se han perdido” (Papa Francisco)


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