martes, 17 de diciembre de 2024

Miércoles de la Tercera Semana de Adviento

 


Jer 23, 5-8

Estamos en el tercer segmento del Libro de Jeremías: Los oráculos posteriores a יוֹיָקִים Yoyaquim, que se ha españolizado como Joaquín.

 

Un rey puede gobernar un pueblo una nación numerosa, o puede ser pastor de una pequeña grey, el número de sus “ovejas” no es lo que los constituye rey sino la responsabilidad, la rectitud que pone en su “gobierno”.

 

Hemos hablado del significado del pastor como rey, como gobernante. La designación al trono real no es una cuestión de corona, cetro y armiño; estas cosas lo que hacen es comunicar la posición social de la persona en el encargo de “dirigir” a los demás; en la dirección, lo más importante es el desvelo, el cuidado esmerado y -como lo señalamos al mirar a David como pastor- el compromiso de llegar hasta el riesgo de la propia vida, hasta enfrentar al oso, al león y a todas las fieras que puedan amenazar al redil.

 

Dios, en la persona de Jesús, se manifestó precisamente a los pastores. O sea, a los reyes, que nada tenían que ver con Tronos, Armiños y Cetros, pero en cambio, tenían todo que ver con el cuidado, la defensa, la protección, y el velar por toda la grey.

 

A muchos de los pastores, la única oveja que les interesa es la que dio su cuero para fabricarles la billetera. A la billetera propia es a la única oveja que tiene presente para su programa de engorde. En esta perícopa de Jeremías, el Señor -por boca de su profeta- empieza sentando una malaventuranza por todos los pastores que descuidan su grey (la de Dios) y la dejan perderse y dispersarse. Como sucedió con muchos de los reyes de Judá.

 

La dispersión se dice en griego diáspora, la palabra en griego alude a la acción de sembrar, aventando la semilla, de esa manera la semilla quedaba esparcida (dia/spora). Los judíos tienen la palabra גלות [galut], esta diáspora comenzó en el año 586 a.C., cuando los babilonios destruyeron el Primer Templo de Jerusalén y deportaron a los judíos a Babilonia; Jeremías advirtió sobre todo esto, él trabajo profetizando entre el año 626 a.C. y el 586 a.C. en el 626 a. de C., decimotercero del reinado del rey Josías (Jer 1,1–2), y continuó predicando hasta después de la destrucción de Jerusalén, aproximadamente en el año 586 a. de J.C. Se trata de una actuación verdaderamente proléptica.

 


El anuncio de fondo es el de un Nuevo Éxodo: Antes se precisó sacar al pueblo esclavizado y oprimido en Egipto; ahora, la urgencia es que saquen al pueblo desbandado “en el país del norte y de todos los demás países por donde los había dispersado”. Aquí para dispersado la palabra bíblica es נָדַח [nadach] “desterrado”.

 

Hay un antídoto, la Persona de un Nuevo Pastor, que los liderará como un Nuevo Moisés, para traerlos “a vivir en su propia tierra”.  Esta persona está figurada por la imagen de un צֶ֫מַח [tsemach] “un brote”, “un retoño”, “una yema”, “un pimpollo”, “un renuevo”, Isaías lo había llamado חֹ֖טֶר “ramita”, “germen” (Cfr Is 11,1); figurativamente “un descendiente”. Nos está hablando del Mesías, y en Él se compendian todas las cualidades del “incomparablemente mejor gobernante”. Será fiel a Dios y no un simple monigote en manos de Sedequías, último rey de Judá antes de la destrucción de este reino a manos de los babilonios, era rey cuando Jerusalén y el templo fueron destruidos por Babilonia y la mayoría del pueblo fue llevado al exilio; fue tan rebelde que ni obedeció al rey Nabucodonosor ni cumplió con el juramento que le había hecho y en cambio, procuro entrar en alianzas con los pueblos vecinos incluido Egipto para rebelarse contra Babilonia, pero lo único que logró fue la derrota, ver la muerte de sus dos hijos y, luego, perder los dos ojos que le fueron desorbitados.

 

El “retoño” prometido, habría de gobernar -en cambio-con rectitud y justicia. Este Pastor que Dios habría de suscitar les traería todo cuanto el pueblo de Dios necesitaba. Este Nuevo Éxodo tendría su culmen con el Regreso del Mesías que llegaría para establecer definitivamente el Reinado de Dios. Y esto, no sólo para el pueblo de Israel, sino para todos los pueblos de la tierra.

 

Posteriormente, San Pablo establecerá la figura de Cabeza y cuerpo para generar una analogía entre el cuerpo total y Dios -y-su-Esposa. Todos tenemos que ser “pastores”, porque el seguimiento es para que vivamos en comunión con Nuestro redentor, que se entrega por entero a favor de su pueblo, su grey, su manada de “ovejitas”. Así quedará sentado que todo ser humano tiene también la misión de defender el Derecho y la Justicia.

 

La parábola del “renuevo”, nos injerta también a nosotros y nos llama a reconocernos miembros del Nuevo Mesías, y constructores del Reino.

 

Sal 72(71), 1-2. 12-13. 18-19

Retomamos el mismo Salmo que se proclamó ayer; la primera estrofa será la misma; para le segunda estrofa tendremos los versos 3 hasta el 4ab: Los discipulos del Mesías son asimilados con montes y collados. Nuestro deber consiste en

a)    Traer paz y justica.

b)    Defender a los humildes del pueblo

c)    Socorrer a los hijos del pobre.

 

La tercera estrofa toma los versos 7 al 8: Se anuncia que la Justicia florecerá hasta el fin del mundo, este fin está señalado por la desaparición de la luna. Y su gobierno será por toda la tierra, “de mar a mar” y del Gran Rio hasta el confín de la tierra.


 

La cuarta estrofa pide que el Nombre Mesiánico sea Eterno; y dura por siempre jamás, mientras haya el sol. Que se don y alegría -no exclusiva de Israel, sino a todo lo ancho del globo terráqueo. Así que todos los vivientes, sin excepción proclamaremos la Victoria Sin Fin de nuestro Redentor.

 

La antífona será la misma de ayer.

 

Mt 1, 18-24

José es Rey-Pastor

También san José tuvo la tentación de dejar a María, cuando descubrió que estaba embarazada, pero intervino el ángel del Señor que le reveló el diseño de Dios y su misión de padre adoptivo.

Papa Francisco

Esta perícopa nos dice cómo se generó el Señor Jesucristo. María había dado un paso nupcial con San José, mucho más que un compromiso matrimonial, eran de hecho ya, una para el otro y uno para ella, su compromiso era mucho más que un pendiente por cumplirse, sencillamente, era una parte clave del matrimonio según aquella usanza: la pareja esperaba por lo menos un año antes de convivir bajo el techo conyugal, este periodo debía trascurrir, pero su condición de cónyuges, ya era vigente. Así se hacía. Tal vez tenga un profundo significado que uno vaya madurando el vínculo sin llegar a la convivencia todavía. Como irse dando cuenta que ya no se era “independiente” sino que su otra mitad estaba distante, así se dejaba crecer el anhelo, pero a la vez se iba sedimentando en el corazón la consciencia de ser uno definitiva e irrevocablemente.


 

Estas cosas nos parecen muy extrañas, y nosotros las eliminamos del pensamiento, simplemente afirmando que eran costumbres trasnochadas que “afortunadamente”, decimos nosotros, se superaron y quedaron hondamente sepultadas en el pasado.

 

En una mentalidad de consumo no cabe la dilación. Compramos para consumir, y a veces -se ve en los supermercados- inclusive se consume antes de haber pagado. Tomemos por caso, las relaciones supuestamente “conyugales”, las “consumimos” incluso antes de haberles dado cualquier marco de formalización, porque somos tan contemporáneos, más que modernos, mucho más, decididamente “postmodernos”.

 

Resultó, dice el Evangelio, que ella esperaba un hijo, por obra del “Espíritu Santo”, se nos aclara; bienaventurada María que pudo asumir esto, ahí radica la esencia virginal de María; no dijo “Nada de eso, yo quiero engendrar como las demás”, nosotros decimos, tan bonito que ella estaba dispuesta a “acatar” la Voluntad de Dios, pero no dejamos resplandecer que ella lo más grande que hizo fue ser “abnegada”.

 

Y ¿qué es esto de ser abnegada: Que sacrificó sus deseos, que pospuso sus intereses personales, superando todo su egoísmo, pasando a segundo, o a tercer plano, mejor aún, a último plano para dejar que la Voluntad Divina quedara en el primer plano. Saber que uno tiene sus “legítimos sueños”, pero aceptar los que tiene Dios y ponerlos en primerísimo lugar. No es tanto una cuestión de sexualidad, es aceptar lo que pide el Shema: «Amarás a Hashem (es decir el Nombre Impronunciable por su Inefable Grandeza), tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todos tus medios. Estas palabras que Yo te ordeno hoy las guardarás en tu corazón. Las enseñarás a tus hijos y hablarás de ellas cuando estés en tu casa, cuando andes en el camino, al acostarte y al levantarte». Por eso María “conservaba todo esto en su Corazón”.

 

José no es un personaje de literatura, es un ser humano, así que “decidió repudiarla”. No se estaba inventando nada, eso decía la Ley que se debía hacer.

 

Notamos el gran valor de los sueños en aquella cultura. Dios usaba de los sueños como el más auténtico canal de comunicación. Así que, en un sueño, y con la mediación de un Ángel, se le resolvió la duda y Dios le mandó “acoger” a María y desechar toda suspicacia.


 

Para eso se necesita ser un Pastor de verdad, que su primer sujeto de gobierno es uno mismo, para poder aceptar lo que el Señor nos habla, nos comunica. El rebaño que se le encargaba a José era la familia. La que nosotros designamos como Sagrada Familia: El Divino Niño Jesús, María su Madre y él mismo. Sobre ellos debía extender sus cuidados y debía desvivirse, poniendo en juego su vida entera a favor de la misión encomendada.

 

Y recibió -por medio del Ángel, el Nombre que está sobre Todo Nombre, para que fuera ese el Nombre que le impusiera.

 

«Este Padre no dice “estoy orgulloso de ti porque eres igual a mí, porque repites las cosas que digo y que hago”. No, no dice eso. Le dice algo más importante, que podríamos interpretar así: “Estaré feliz cada vez que te vea actuar con sabiduría y estaré conmovido cada vez que te escuche hablar con rectitud. Esto es lo que he querido dejarte, para que se convirtiera en una cosa tuya, en una costumbre de escuchar y actuar, de hablar y juzgar con sabiduría y rectitud”.» (Papa Francisco)

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