Eclo 3, 2-6. 12-14; Sal 128(127), 1-2. 3. 4-5;
Col 3, 12-21; Lc 2, 41-52
… ninguna familia es una realidad celestial y
confeccionada de una vez para siempre, sino que requiere una progresiva
maduración de su capacidad de amar.
Papa Francisco
… podemos afirmar que la decisión de Jesús de
quedarse en el templo era fruto sobre todo de su íntima relación con el Padre,
pero también de la educación recibida de María y de José.
Benedicto XVI
La
Primera lectura nos da a conocer la profunda unidad que hay entre padres e
hijos ante los ojos de Dios. Los frutos de los padres resuenan en los hijos,
los hijos son eco de la rectitud en las
acciones de los padres. Uno no cosecha sólo para sí, se cosecha para las
generaciones venideras acrecentando honra y riqueza.
El
Salmo alude a la recompensa para quien se mantiene fiel al Señor. El galardón
se muestra en la esposa y en sus hijos. Pero el galardón no se queda allí, va
mucho más allá y alcanza para todo el pueblo de Dios.
Estos
frutos son don de Dios; Dios los entrega a sus elegidos. Ser elegido engendra
un compromiso. Vayamos a la Segunda Lectura donde aprendemos que El elegido
debe ser: magnánimo, humilde, afable y paciente; debe soportar a los demás y
ser capaz de perdonar siguiendo las enseñanzas y el ejemplo de Dios. Ahora
bien, el compromiso por excelencia es el amor, quienes han sido elegidos viven
el amor que liga los seres en la suprema unidad.
¡Aún
hay más! Los que Dios ha elegido alcanzan la cima de la gratitud, ¿por qué rebozan
en gratitud? ¿Quién tiene mayor motivo para agradecer que aquel que forma parte
del Cuerpo Místico de Cristo y por lo mismo, la paz del Ungido reina en su
corazón?
La
elección destraba la puerta para ser capaces de vivir a plenitud la palabra de
Dios. Para permanecer, ἐνοικέω habitar, morar en “lo del Padre”. Cuando Jesús se queda en
el Templo, está allí para “oír” con claridad la enseñanza de Dios para de esa
manera alcanzar la meta de decir y hacer todo en el Nombre del Señor, su Padre
Dios (Cfr. Col 3, 17). Cuando uno está enriquecido con la sabiduría que
proviene de la palabra de Dios está, además, en condiciones de διδάσκον
enseñar y νουθετέω
aconsejar con πάσῃ σοφίᾳ· “plena
(entera) sabiduría” como leemos en la Segunda Lectura, tomada de la Carta a los
Colosenses (Cfr. Col 3, 16). Lo cual tiene una consecuencia: tenemos razones
muy sobradas, para ser y estar agradecidos por esa elección, por esos dones,
por esas comprensiones y entendimientos que hemos alcanzado. La expresión de
esa gratitud revierte en ψαλμοῖς ὕμνοις ᾠδαῖς πνευματικαῖς “salmos, himnos y cánticos
espirituales”. Al agradecer a Dios-Padre hagámoslo con conciencia de que
nuestras gratitudes son llevadas ante el Altar de Dios en la bandeja que porta
el Mismísimo Dios-Hijo.
Esta
Segunda lectura no deja de lado el tema de esta liturgia. También nos trasmite
las instrucciones acordes a nuestra naturaleza de fieles, o sea de los que
hemos alcanzado la gracia de la fe por haber sido elegidos como herederos de
esa Gracia: Recomendaciones como esposos, esposas y como padres e hijos.
Recomendaciones que están escritas en tónica de amor, de respeto a la
autoridad, en clave de obediencia y de moderación en la exigencia. En el marco
de ser familia estas pautas nos dirigen y orientan todo nuestro ser de cónyuges
y la relación paternal-filial.
Al
mirar hacía el Evangelio que leemos en esta festividad de la Sagrada Familia, encontramos
la perícopa de “El Niño Jesús perdido y, luego hallado en el Templo”; una
mirada a esta familia nos presenta el modelo para toda familia humana, el
primer detalle que encontramos es, en la dialéctica continuidad-discontinuidad,
que significa el salto del Antiguo al Nuevo Testamento apreciamos que la Sagrada
Familia conserva el respeto y cumplimiento de las “convenciones” cultuales
establecidas: “solían ir cada año a Jerusalén para las festividades de la
Pascua, … según la costumbre”.
La
ruptura en la continuidad se da en el hecho de que “…el niño Jesús se quedó en
Jerusalén sin que sus padres lo supieran …” (Lc 2, 43c). Este quiebre del
concatenamiento histórico dura sólo tres días (recordemos una vez más que tres
días es “un tiempo de salvación” y, como nos comentó Benedicto XVI, citando a
Rene Laurentin, son una callada alusión a los tres días que pasó Jesús entre su
muerte y su Resurrección); pasados esos tres días en el Templo –sentado en
medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas- Jesús retoma en
el mismo punto donde había interrumpido: καὶ κατέβη
μετ’ αὐτῶν καὶ ἦλθεν εἰς Ναζαρὲθ, καὶ ἦν ὑποτασσόμενος αὐτοῖς. “Entonces volvió con ellos a Nazaret y siguió
sujeto a su autoridad” (Lc 2, 51a). Retoma la obediencia a sus “padres
terrenales”, sólo momentáneamente interrumpida para mostrar su obediencia
siempre coherente con Aquel a Quien nunca desacató.
En
ese hogar, con María y José, «…el Señor aprendió a ser abrazado y besado, amamantado
y amado, a tocar y hablar, a jugar, caminar y trabajar, a compartir los
minutos, las horas, las noches y los días, las fiestas, las estaciones, los
años, las expectativas, las fatigas y el amor del hombre. En el silencio, en el
trabajo, en la obediencia a la palabra, en comunión con María, José y sus
parientes, Dios aprendió del hombre todas las cosas del hombre. El misterio de Jesús
en Nazaret es el gran misterio de la asunción total de nuestra vida de parte de
Dios: nos ha desposado en todo, haciéndose una carne única con cada una de
nuestras situaciones concretas. Nazaret es el misterio que redime la condición
creatural de la insignificancia de su limitación.»[1]
Así,
el hogar debe ser una escuela de fe, de amor, de perdón y comprensión. En ella
todos son maestros y todos son aprendices. Aprendemos a sobrellevarnos, a
respetar nuestras diferencias, nuestros ritmos. Aprendemos también a sintonizar
con la palabra y con el silencio. Aprendemos la fe y la oración; a confiar en
Dios y a abandonarnos en Él. En el seno de la familia aprendemos a acercarnos a
la Palabra, a saborearla, a degustar su “Lectura Orante”. En fin, también en su
seno aprendemos a vivir y sobrellevar las dificultades, el dolor y la tristeza;
y lo que es más importante, aprendemos a apoyarnos, a ser consuelo mutuo y a
superar lo que la vida nos impone como retos o tareas. Nunca podremos perder de
vista que fue como familia que Jesús, María y José soportaron el éxodo y el
destierro en Egipto.
«todas
las familias deben vencer la tentación de pensar sólo en sí mismas, evitar el
riesgo de encerrarse en sus estrechos horizontes y de considerar a los hijos
como propiedad privada. Nom a cada uno de nosotros se nos exhorta a no vivir
para sí mismo, sino a participar en el designio amoroso de Dios de hacer una
gran familia de toda la humanidad.»[2]
Aún
hay una frase final que nos propone atesorar en el corazón todas cuantas experiencias
vivamos en la familia, porque son la cosecha de la vida, que no se mide en
pesos, sino “en crecimiento, en saber, en estatura y en favor de Dios y de los
hombres”.
«Caminemos
familias, sigamos caminando. Lo que se nos promete es siempre más. No
desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a buscar la
plenitud de amor y de comunión que se nos ha prometido.
Oración
a la Sagrada Familia
Jesús, María y José
en vosotros contemplamos
el esplendor del verdadero amor,
a vosotros, confiados, nos dirigimos.
Santa Familia de Nazaret,
haz también de nuestras familias
lugar de comunión y cenáculo de oración,
auténticas escuelas del Evangelio
y pequeñas iglesias domésticas.
Santa Familia de Nazaret,
que nunca más haya en las familias episodios
de violencia, de cerrazón y división;
que quien haya sido herido o escandalizado
sea pronto consolado y curado.
Santa Familia de Nazaret,
haz tomar conciencia a todos
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
de su belleza en el proyecto de Dios.
Jesús, María y José,
escuchad, acoged nuestra súplica.
Amén.»[3]
[1]
Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE LUCAS. Ed. San Pablo. Bogotá- Colombia. 3ª ed. 2014 p. 74
[2] Paglia, Vincenzo. UNA CASA RICA EN
MISERICORIDA. Ed San Pablo. Bogotá -Colombia 1ª reimp. 2016.
[3]
Papa Francisco. AMORIS LEATICIA. # 325.
Publicación de la Diócesis de Engativá 2016 pp. 261-262
No hay comentarios:
Publicar un comentario