martes, 10 de diciembre de 2024

Miércoles de la Segunda Semana del Tiempo de Adviento


 

Is 40, 25-31

Los capítulos 40-55 en Isaías son el Deutero-Isaías, que se ha dado en llamar “Profeta de Consolación”. A nuestro modo de ver la consecuencia más importante de este cambio de voz, es el cambio de perspectiva del Mesianismo: el proto-Isaías veía al Mesías como un Rey Poderoso; ahora la imagen que veremos del Mesías es la del Siervo Sufriente.  Este Mesías sufre en lugar de su pueblo, Él recoge sobre sí todo el dolor y todos los padecimientos, como un Cordero Manso, ofrece su Vida al Señor para expiar por nosotros.

 

Aún otro detalle que nos permitirá entender mejor este “cambio de voz” es que ahora, la salvación es para toda la humanidad. Este cambio de foco supera el judeo-centrismo del primer Isaías.

 

A este “Isaías” se le ubica entre 546 – 539 a.C. o sea después de la victoria de Ciro sobre Lidia y antes de la toma de Babilonia.




 

Esta inserción fue realizada por un “editor” que decidió juntar a los tres Isaías. De esta manera, tenemos una obra colectiva, y no a un autor único, aun cuando lo que sí cabe entender es en la existencia de una escuela profética que hunde sus raíces y da secuencia al proto-Isaías; eso sí, con los cambios de perspectiva y de estilo propios de cada uno.

 

La perícopa de hoy nos muestra al Dios Creador, en el co-texto de mostrarnos la Grandeza de Dios. Dios llama y convoca, y su autoridad de convocatoria es eficaz, aun cuando las tribus de Israel han dado en una racha de desconfianza hacia su Señor, lo ven ahora como un Dios “indiferente” que no le importa el destino de su pueblo. La pregunta es la misma que muchos se formulan hoy: ¿Se ha olvidado Dios de nosotros? ¿Se ha descontinuado su amistad para con nosotros sus “aliados”? Es verdad que lo hemos defraudado, que no hemos correspondido a la Alianza. ¿Será acaso que se ha cansado de nosotros?

 


De paso introduce una valiosa corrección: ¡Dios no se cansa! La antropomorfización de la Divinidad los había llevado a pensar que Dios, como nosotros, tiene necesidad de un asueto, de un “merecido descanso”, y lo que les pasaba a ellos era que Dios estaba de vacaciones, así el enemigo había aprovechado el receso laboral de Dios para asolarlos.

 

No solamente no se cansa, sino que quien a Él se acerca. Obtiene inmediatamente una carga de vitalidad y de fuerza incomparable. Bajo su Amparo, tienen alas de águila, corren sin fatigarse y caminan sin cansarse. No son todos, no todos gozan este privilegio, para disfrutarlo; si queremos ser inagotables en nuestra firmeza hemos de קָוָה [cava] “esperar”. Son los que esperan en YHWH, los que tendrán alas incansables, serán los que “esperen” confiados.

 

Pero no se trataba de esperar en un contexto tranquilo, sentados en el sillón, sino exiliados e inmersos en una cultura pagana, idolátrica hasta el tuétano; es decir, en un ambiente de politeísmo, con Assur, dios nacional de los asirios, Ishtar, diosa de la guerra a la que convirtieron en la consorte de Assur. (los griegos la llamaron Astarté y la Biblia la nombra como Ashtoreth); Ea, dios de la magia, Hadad, dios del tiempo atmosférico, Shamash, dios de la justicia, representado sentado en un trono con un cetro; su esposa y diosa madre Aya; y Nabu, dios de la sabiduría, hijo de Marduk y patrono de los escribas; además, Anu, el señor de las tinieblas, representado como un hombre con cola de águila y cabeza de pez. Este elenco no agota su tan variado politeísmo.

 

La idea de fidelidad y confianza en YHWH se desarrollará en el Segundo-Isaías y será la espina dorsal de su profética. Su alguien tiene alguna duda del gran Poder de Dios, bastará que contemple el lenguaje sideral y tendrá noticia de que Dios es Infatigable y vive -sin tregua- atendiendo, con particular esmero a su pueblo elegido. Pero no podrá refocilarse en su contemplación astronómica sino trabajar en la fortaleza de su fidelidad: La primera idea de la perícopa es no incurrir en “comparaciones” con otras deidades sino atrincherarse en la consciencia de YHWH como Dios Creador y regente de la armonía cósmica. Sin incurrir en idolatría.

 

Sal 103(102), 1bc-2. 3-4. 8 y 10



Salmo de Acción de Gracias. Que inicia con una puesta en alerta: Siempre nos amenaza el riesgo de la ingratitud. No podemos descuidar las muchas veces que el Señor nos ha asistido y todos los beneficios que ha ido sembrando en nuestra trayectoria. Nuestra vida hace eco a la armonía del universo, que Él ha puesto como telón de fondo de nuestra existencia:

i)      Así como el firmamento es telón de fondo para la tierra, así mismo la Bondad Divina es el diorama para la vida de sus Fieles.

ii)     Como pone distancia entre el levante y el poniente, así mismo pone distancia de nuestros pecados sumiéndolos en Su Olvido Misericordioso.

iii)   Como un papá se enternece en su relación paterno-filial, del mismo modo Dios se enternece respecto de su criatura, en particular, cuando le es fiel.

iv)   Todo esto tiene una razón de ser: Él es consciente que nos hizo del barro -barro finísimo del que usan los alfareros-, pero barro al fin de cuentas, del que no se puede obviar su maca.

 

El dulce amorío de Dios para con nosotros es el tema incisivo que rige este Salmo. El clima que lo enmarca es el de dos románticos enamorados. En la segunda parte, hay una invitación constante para entrar en la misma orbita de gratitud y esperanza.

 

En la segunda estrofa de nuestra perícopa se muestra a Dios como un Dios Perdonador y Sanador. Es un Go´el que corre pronto al rescate y está dispuesto a redimirnos con su propia vida.

 

La tercera estrofa apunta en la dirección de destacar que Dios está por encima de resentimientos y rencores, que Él no nos paga con la misma moneda de deslealtad que nosotros pagamos, sino que -precisamente por ser Dios del perdón- es abundante y generoso en Clemencia, Compasión y Misericordia.

 

Como corresponde a un salmo de Acción de Gracias, la antífona responsorial nos invita a que nuestra bendición de gratitud brote de nuestra propia alma, valga decir, de lo más hondo de nuestro ser. ¡Loado sea Dios, cuya Misericordia es Invencible!

 

Mt 11, 28-30

Recordar que la identidad de la Iglesia de Jesús no está garantizada por el “fuego que consume” sino por el secreto calor del Espíritu que “sana lo que sangra, dobla lo que es rígido, endereza lo que está torcido”.

Papa Francisco

El tema del abandono y el cansancio se contraponen el tema de la ternura, el cuidado constante y el aligeramiento de toda carga.

 


No se trata de afirmar que todo esfuerzo será eliminado, siempre tendremos a nuestro haber el estímulo de esforzarnos para alcanzar los logros que nos proponemos; lo que no significa que estemos al garete, como “ovejas que no tiene Pastor”, porque Él siempre va con nosotros.

 

Sólo quisiéramos detenernos a comentar tres palabras que nos parecen claves en esta perícopa:

 

Πραΰς [praus] “manso”, “gentil”, “agradable” dice en el diccionario. Esta cualidad es la que aporta poniendo en juego el “perdón”.


 

ταπεινὸς [tapeinos] “humilde”, que sabe a consciencia que todos sus atributos son obsequios de Dios y todo cuanto logra es bendición que viene del Cielo.

 

Ζυγός [zugos] “barra de madera para que entre dos bueyes puedan trabajar juntos. Es un símbolo de “sinodalidad”.

 

Esta perícopa empieza con la convocatoria: “Venid a mí”, la cual es un llamado al seguimiento. Recordemos que el Señor nos envía de dos en dos, para que aprendamos a trabajar juntos y vayamos progresando en el arte de construir comunidad, la comunidad no se hace a partir de individualidades que se añaden, sino que se va dando en un proceso de trabajar, hoy con este, mañana con aquel, y así, en un proceso de “maduración”, de “fermentación” (cuidándose, eso sí, de la levadura de los fariseos).


 

«A veces nos pesa la soledad de nuestras fatigas, y estamos tan cargados del yugo que ya no nos acordamos de haberlo recibido del Señor. Nos parece solamente nuestro y, por tanto, nos arrastramos como bueyes cansados en al campo árido, abrumados por la sensación de haber trabajado en vano, olvidando la plenitud del descanso vinculado indisolublemente a Aquel que hizo la promesa». (Papa Francisco)

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