1Cor 15, 1-8
Tal vez no justipreciamos la magna importancia de la Resurrección.
“Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también
vuestra fe” (1Cor 15, 14). Esta cita está un poco más allá de la perícopa que
hoy estamos tratando, pero, nos viene como anillo al dedo y como justificación
a su estudio. Si se recorta esta Verdad, nuestra fe queda totalmente invalida e
impotente. Si no se acepta la Resurrección, se está diciendo que Dios permitió
la Victoria de la injusticia; un poco más y peor de grave, se está diciendo
que, a Dios, nosotros no le importamos ni un bledo, que nos creó como un
padre-irresponsable, de esos que echan hijos al mundo por el afán de mostrar su
poder de engendrar, por su malentendido “machismo”. Creer en Dios es aceptar
que Él-es-Justo y que su plan de salvación comprende haber creado, también, las
condiciones para construir esa Justicia.
En Corintio el tema de la resurrección dividía a los
cristianos y a los simpatizantes que iban apareciendo:
a) Los
que decían que es absurdo hablar o pensar en la resurrección: que después de la
vida hay nada.
b) Otros
pensaban que el alma es inmortal pero que la materia es un asco, sólo
resucitaba lo “espiritual”.
c) Había una tendencia que creía que sólo iban a
resucitar los que estuvieran vivos cuando Jesús volviera, pero que los que ya
habían muerto, “muertitos” se iban a quedar.
d) Para
varios, resurrección significaba profesar la religión con mucha fe, pero nada
tenía que ver con el futuro tras-mortal.
A muchas personas, muy “concretas”, no les gusta tocar el
tema. Dicen que de eso no vale la pena hablar, porque de eso “nada sabemos y
nada podemos saber”.
Sin embargo, hay que decirlo con todas las letras como lo
dijera San Pablo -parafraseándolo-: Si la Resurrección no se acepta, es como
tener una lancha a la cual le robaron el motor, con ella, sólo flotamos, no
vamos a ninguna parte, cuando mucho llegaremos donde nos lleve el capricho del
oleaje y de las corrientes líquidas. O, en otras palabras, es una religión -no
que ora de rodillas- sino que vive y muere arrodillada, en la más fatal acepción
de la palabra. Recordemos que nos arrodillamos conscientes de la Real Majestad
de Jesucristo, pero después nos ponemos y nos quedamos de pie para significar
que Él nos comparte el regalo de Su Resurrección.
En esta perícopa el hagiógrafo hace pie en el kerigma, pero
sólo como antecedente, para después elevarse a lo esencial:
1) Cristo
murió por nuestros pecados
2) Fue
sepultado
3) Resucitó
el tercer día.
Resucitado, se “apareció” al menos seis veces, como lo nombra
el Apóstol de los Gentiles:
1) Se
le apareció a Cefas.
2) A
los Doce,
3) A
más de quinientos hermanos
4) Después
a Santiago
5) Después
a todos los apóstoles
6) Y,
por último, también a San Pablo.
Sal 19(18), 2-3. 4-5
Son Sólo 4 versos los que conforman las dos estrofas de la
perícopa del Salmo Responsorial de hoy, que es un himno que plantea una lógica
supremamente interesante: Dios no sólo ha reglado el mundo físico -con sus
asombrosas ecuaciones- sino que también ha reglamentado la vida moral. Los 4
versos se toman de la parte donde se expresa el asombro por la Grandeza Divina plasmado
en el orden Cósmico; y, se atribuye a un hagiógrafo distinto del que compuso la
segunda parte, la del Dios-moral que reconoce que los preceptos de la Ley son
otro regalo de Dios para la vida armónica de su criatura.
En la primera estrofa: La sucesión ininterrumpida de días y
noches y el vaivén ordenado de los planetas y de todos los cuerpos celestes,
dan testimonio del portento de Dios. Y. esos fenómenos naturales, alaban al
Señor, y -con el cumplimiento de sus matemáticos designios-, van trasmitiendo
entre ellos, el murmullo de la hermosa armonía que Dios les enseñó y les
infundió.
Nadie escucha palabra alguna, no hay ordenes, ni comandos, ni
gritos castrenses, ni semáforos en la naturaleza, pero -cualquiera que se
detenga un momento a observarla- no puede menos que quedar atónito ante la
concordia de la máquina celeste. Nuestros telescopios, nuestras sondas
espaciales, sólo son mudos testigos de la sinfonía universal.
Este bando es proclamado por el heraldo universal. Es el
“kerigma” del orden natural. Nuestros ojos, y todos nuestros sentidos palidecen
de asombro.
Jn 14, 6-14
Su
resurrección no es un tema de futurología, es el hoy de Su Presencia en
nuestras vidas.
Es sorprendente que, por medio de afirmaciones muy confusas,
muy ambiguas, muy densas, Jesús -en el Evangelio Joánico- nos va revelando su
perfil, hasta que las piezas muestran una claridad que se alcanza por medio del
entretejido de esas frases tupidas y enigmáticas. Todo esto es constitutivo de
este Evangelio tan altamente teológico.
Hay una sentencia de Carlo María Martini que nos lleva a
reflexionar muchísimo: «Si el cristiano se deja llevar por la tristeza y el
desánimo, aunque sea desanimo por los propios pecados, sin seguir creyendo en
la fuerza de la Resurrección de Cristo, no vive bajo la acción del Espíritu de
la Verdad». Jesús nos da una especie de eje, para que todo lo demás pivote en
torno suyo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6): Cuando dice
camino, no es para trazarlo en un plano, o buscar en él una dirección o la
vivienda de alguien, o el Centro Comercial; cuando dice que es la Verdad, no se
refiere a la solución a las disputas de los intelectuales, de los
conferencistas, de los grandes teóricos; y cuando dice Vida, no hace alusión al
resumen final de una conciencia manchada que se presenta ante un tribunal para
ser “sentenciada”.
Está allí para caminar “sinodalmente” construyendo comunidad,
incorporándonos al Cuerpo Místico; está allí para tener certeza y desechar las
dudas, y cuando dice Vida está allí para resumir todos nuestros fracasos y
desvíos con sus gestos siempre Misericordiosos. No hace que lo malo se convierta
en bueno, pero puede vencer toda la maldad junta para demostrar que el tamaño
de su Amor es inabarcable, inconmensurable. Él podría perfectamente decir
Yo-Soy la Ley que puede Salvar, Ley que no lleva a la condenación; Yo-Soy la
Verdad porque soy Trasparencia del Padre; Yo-Soy la Vida, porque Soy-Eterno-Amor.
A nosotros -que fuimos creados a Su Imagen y Semejanza-, se
nos presenta como boceto general de nuestro propio Yo, para que -muy a pesar de
nuestras deformaciones- seamos capaces de calcar lo que podamos; y cualquier
matachín que nos resulte, Él lo re-hará, agradable a los Ojos del Padre.
No esperemos que nos reproche el largo tiempo que ha pasado a
nuestro lado, porque toda nuestra duración terrenal, es para Él, nada más que
un parpadeo y Él lo puede convertir en Sonrisa de Dios. Nosotros, después de
siglos de teología aún nos cuesta asimilar la presencia Sacramental del Padre
en el Hijo. Lo decimos muy rápido, pero baja muy lentamente al corazón.
Nos pide creerle, y lo que nos cuesta no es tener fe, sino
deshacer el intríngulis que significa “Yo estoy en el Padre y el Padre está en
mí”; se nos dificulta porque en nuestra realidad lo que es continente no puede
ser contenido y a la vez, viceversa. No es que sea difícil creerTe, lo que nos
parece problemático es entenderTe; pero, en vez de esforzarme, me doy por
rendido, y sencillamente lo acepto: “Si tú lo dices, así ha de ser”. Y lo capto
envolviéndolo en Amor.
No te pido que me muestres el Rostro del Padre, te suplico
que me envuelvas en tu Abrazo, que me llenes de tu Luz para continuar tu Obra,
y que todos seamos Uno en el propósito de darle continuidad a la Misión. ¡Que
me dé cuenta que, si te miro, estoy mirando el Rostro del Padre! Y entonces,
procedo a pedir que me empaques en Tu Amor, y como Dios es Amor, lograré
contener lo incontenible de tu Misericordia. Lo pido en Tu Santísimo Nombre. ¡Nombre sobre
todo nombre!
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