jueves, 30 de mayo de 2024

Jueves de la Octava Semana del Tiempo Ordinario

 


1Pe 2, 2-5. 9-12

También ustedes como piedras vivas, entran en la construcción de una casa espiritual para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo.

1Pe 2, 5

 

Una cosa era el Culto que tributaba la comunidad doméstica y de vecinos cercanos que se abstenían de comerse solos, ellos, el cordero que habían asado, compartiéndolo fraternalmente e invitando también a Dios a venir a cenar con ellos. La Cena giraba en torno al Gran Invitado, y la mayor parte era para Él. Ellos “sacrificaban” en el sentido de matar uno de los animalitos que habían criado, y destinándolo al “convite” preparado con especial cariño y pía devoción para Acoger al “Amigo Celestial”. De alguna manera era una perdida, podrían revender su corderito, o guardarlo para otra comida, pero la “sacrificaban” ofrendándolo al Cielo y lo compartían con los vecinos más pobres, aun ahora ese es el criterio en las Cenas Pascuales Judías.

 

Paulatinamente la multiplicidad de Cenas se fue llevando a una convergencia donde sólo asistían los sacerdotes, y los animales, a sacrificar, eran entregados en sus manos. La función social del sacrificio se llevó en paulatina centralización y exclusividad que marginaba al pueblo raso, que presenciaban la muerte de los animales y su “asado” en el Altar. El efecto purificador se repartía por medio de la aspersión de la sangre que se salpicaba con hisopos sobre la multitud.

 


En esas comunidades -como ejemplo- las que hemos mencionado como destinatarias de la Carta, en Turquía, la marginalidad era total, pero la propuesta de los cristianos era distinta, era una propuesta de inclusión: Lo que nos encontramos hoy en la Carta de Pedro es la re-dignificación del pueblo. Lo que les dice es que Jesús es la Piedra Angular, y que Él ha rescatado para el pueblo de los bautizados, esa valía de Piedras en la Construcción del Nuevo Templo. Que les ha comunicado los atributos esenciales de los convocados al amparo bajo Su Luz Maravillosa, son los títulos sacerdotales del pueblo elegido, que fueron proclamados en Ex 19, 3-8: Is 43, 20-21; Ml 3,17. A saber:

a)    Raza elegida

b)    Sacerdocio real

c)    Nación santa.

d)    Pueblo adquirido por Dios

e)    Proclamadores de Sus Obras Maravillosas.

 

Quiere decir que la situación de estos “marginales” ha sido rotundamente cambiada por Jesucristo, la Piedra Angular, para hacer de ellos piedras vivas. Hay un antes y un después, acercándose a Jesús han sido trasformados de

1)    No-pueblo       →           Pueblo de Dios

2)    No-compadecidos      →           Objeto de compasión

 

A pesar del trato que les daban sus paisanos, no-cristianos, como marginales y de incluirlos en la lista de los malhechores, deben tener una buena conducta para que den Gloria a Dios. Tendrán que superar las calumnias con la fidelidad de su Testimonio. Esa fidelidad y pureza conductual, les dará honra y buen nombre, estima y valía.

 

La propuesta cristiana es dotarlos de toda la acogida y considerarlos, en la práctica, verdaderos hermanos.

 

Así hemos llegado al final de nuestro breve cursillo sobre la 1a Carta de San Pedro. El próximo lunes daremos inicio a un acercamiento a la Segunda Carta de San Pedro, también en cuatro sesiones.

 

Sal 100(99), 1b-2. 3. 4. 5

Él es la Piedra Angular, es el Esposo en esta Alianza, donde la Iglesia, “la comunidad de los convocados”, es le Esposa. Los Ministros en la Boda son los contrayentes, en este caso, Jesús y la Iglesia. Esta Alianza se ha establecido para ellos los Dos: y su familia se llama y habita, un solo Cuerpo: El cuerpo Místico de Cristo.

 

No cabe duda, este es un salmo del Ritual de la Alianza. En los votos que se han hecho el Uno al Otro se han dicho una frase digna de estar en la enseña de su Hogar: El Señor Dios nos hizo y somos suyos, su pueblo, ovejas de su rebaño.

 

Jesús no se limitó a suscribir una Alianza con nosotros, nos ¡Desposó! Notemos que la Alianza es sencillamente la formalización del mutuo Amor. Dice Dios, mirándonos enternecidos: “Esta sí que es carne de mi carne y hueso de mis huesos”.

 

De estas nupcias podemos saltar a una firme e irrebatible conclusión: Porque su Amor es Eterno y es Eterna su Misericordia. ¡Su fidelidad dura por todas las edades!

 

Mc 10, 46-52

Los recursos salvíficos propios son pobres

Mientras no nos reconozcamos sentados junto al camino, nuestra religión no será sino el engaño acostumbrado del hombre, es decir, el deseo de supremacía personal como único refugio de salvación.

Beck–Benedetti-Brambillesca-Clerici-Fausti

 



¿Cómo puede suceder que no podamos ver por más que nos lo muestren? ¿Qué es lo que nos impide ver lo evidente? ¿Cómo es posible que algo que está tan claro se nos escape? ¿Puede darse la situación que, para no ver, para no enfrentar la realidad, torzamos uno de los ojos, para inducir que el otro también queda incapacitado para desenredar la confusión de imágenes?

 

Aquí estamos hablando de no entender, bajo la analogía de la visión. Cuando uno se niega a entender incurre en la ceguera. No es una incapacidad fisiológica de los órganos oculares, es un bloqueo mental para aceptar que está ahí, que lo tenemos al alcance, que Dios -en Persona- nos tiende la mano.

 

Este es el último milagro, luego vendrá un contra-milagro: la maldición de la higuera. La maldición de la higuera es la continuidad de este milagro: el que acepta ver obtendrá el don de la verdadera fe, el que se niega a ver, será una higuera maldita en ninguna estación cargará fruto, porque sin fe estamos condenados a la esterilidad.

 

En cambio, el que tiene fe, tendrá raudales milagrosos, porque ha aceptado el Poder de Dios, la Autoridad que tiene el Señor para “levantarnos”, para alzarnos de nuestra postración.

 

El “hijo de Timeo” (Timeo significa “muy valioso”, “digno de honra”), es capaz de desprenderse de todo, su única posesión es el Manto y lo arroja, se desprende y se abalanza hacia el seguimiento, da un “salto” en dirección de Cristo. Estaba allí, “sentado junto al camino”, porque el Camino es Él. Y, su petición que era “ver”, se convierte en seguimiento.

 

Es una hermosa y poética panorámica de la inmersión a través de la cual, los discípulos llegaban a considerarse, verse y a caminar junto con Él, recorrer el Camino, como se le llamaba al discipulado de Jesucristo.

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