1Pe 2, 2-5. 9-12
También
ustedes como piedras vivas, entran en la construcción de una casa espiritual
para un sacerdocio santo, a fin de ofrecer sacrificios espirituales agradables
a Dios por medio de Jesucristo.
1Pe
2, 5
Una cosa era el Culto que tributaba la comunidad doméstica
y de vecinos cercanos que se abstenían de comerse solos, ellos, el cordero que
habían asado, compartiéndolo fraternalmente e invitando también a Dios a venir
a cenar con ellos. La Cena giraba en torno al Gran Invitado, y la mayor parte
era para Él. Ellos “sacrificaban” en el sentido de matar uno de los animalitos
que habían criado, y destinándolo al “convite” preparado con especial cariño y
pía devoción para Acoger al “Amigo Celestial”. De alguna manera era una
perdida, podrían revender su corderito, o guardarlo para otra comida, pero la
“sacrificaban” ofrendándolo al Cielo y lo compartían con los vecinos más pobres,
aun ahora ese es el criterio en las Cenas Pascuales Judías.
Paulatinamente la multiplicidad de Cenas se fue llevando a una
convergencia donde sólo asistían los sacerdotes, y los animales, a sacrificar,
eran entregados en sus manos. La función social del sacrificio se llevó en
paulatina centralización y exclusividad que marginaba al pueblo raso, que
presenciaban la muerte de los animales y su “asado” en el Altar. El efecto
purificador se repartía por medio de la aspersión de la sangre que se salpicaba
con hisopos sobre la multitud.
En esas comunidades -como ejemplo- las que hemos mencionado
como destinatarias de la Carta, en Turquía, la marginalidad era total, pero la
propuesta de los cristianos era distinta, era una propuesta de inclusión: Lo
que nos encontramos hoy en la Carta de Pedro es la re-dignificación del pueblo.
Lo que les dice es que Jesús es la Piedra Angular, y que Él ha rescatado para
el pueblo de los bautizados, esa valía de Piedras en la Construcción del Nuevo
Templo. Que les ha comunicado los atributos esenciales de los convocados al
amparo bajo Su Luz Maravillosa, son los títulos sacerdotales del pueblo
elegido, que fueron proclamados en Ex 19, 3-8: Is 43, 20-21; Ml 3,17. A
saber:
a) Raza
elegida
b) Sacerdocio
real
c) Nación
santa.
d) Pueblo
adquirido por Dios
e) Proclamadores
de Sus Obras Maravillosas.
Quiere decir que la situación de estos “marginales” ha sido
rotundamente cambiada por Jesucristo, la Piedra Angular, para hacer de ellos piedras
vivas. Hay un antes y un después, acercándose a Jesús han sido trasformados de
1) No-pueblo → Pueblo de Dios
2) No-compadecidos → Objeto de compasión
A pesar del trato que les daban sus paisanos,
no-cristianos, como marginales y de incluirlos en la lista de los malhechores,
deben tener una buena conducta para que den Gloria a Dios. Tendrán que superar
las calumnias con la fidelidad de su Testimonio. Esa fidelidad y pureza
conductual, les dará honra y buen nombre, estima y valía.
La propuesta cristiana es dotarlos de toda la acogida y
considerarlos, en la práctica, verdaderos hermanos.
Así hemos llegado al final de nuestro breve cursillo sobre
la 1a Carta de San Pedro. El próximo lunes daremos inicio a un acercamiento a
la Segunda Carta de San Pedro, también en cuatro sesiones.
Sal 100(99), 1b-2. 3. 4. 5
Él es la Piedra Angular, es el Esposo en esta Alianza,
donde la Iglesia, “la comunidad de los convocados”, es le Esposa. Los Ministros
en la Boda son los contrayentes, en este caso, Jesús y la Iglesia. Esta Alianza
se ha establecido para ellos los Dos: y su familia se llama y habita, un solo
Cuerpo: El cuerpo Místico de Cristo.
No cabe duda, este es un salmo del Ritual de la Alianza. En
los votos que se han hecho el Uno al Otro se han dicho una frase digna de estar
en la enseña de su Hogar: El Señor Dios nos hizo y somos suyos, su pueblo,
ovejas de su rebaño.
Jesús no se limitó a suscribir una Alianza con nosotros,
nos ¡Desposó! Notemos que la Alianza es sencillamente la formalización del
mutuo Amor. Dice Dios, mirándonos enternecidos: “Esta sí que es carne de mi
carne y hueso de mis huesos”.
De estas nupcias podemos saltar a una firme e irrebatible
conclusión: Porque su Amor es Eterno y es Eterna su Misericordia. ¡Su fidelidad
dura por todas las edades!
Mc 10, 46-52
Los recursos salvíficos propios son pobres
Mientras no nos reconozcamos sentados junto al
camino, nuestra religión no será sino el engaño acostumbrado del hombre, es
decir, el deseo de supremacía personal como único refugio de salvación.
Beck–Benedetti-Brambillesca-Clerici-Fausti
¿Cómo puede suceder que no podamos ver
por más que nos lo muestren? ¿Qué es lo que nos impide ver lo evidente? ¿Cómo
es posible que algo que está tan claro se nos escape? ¿Puede darse la situación
que, para no ver, para no enfrentar la realidad, torzamos uno de los ojos, para
inducir que el otro también queda incapacitado para desenredar la confusión de
imágenes?
Aquí estamos hablando de no entender,
bajo la analogía de la visión. Cuando uno se niega a entender incurre en la
ceguera. No es una incapacidad fisiológica de los órganos oculares, es un
bloqueo mental para aceptar que está ahí, que lo tenemos al alcance, que Dios -en
Persona- nos tiende la mano.
Este es el último milagro, luego vendrá
un contra-milagro: la maldición de la higuera. La maldición de la higuera es la
continuidad de este milagro: el que acepta ver obtendrá el don de la verdadera
fe, el que se niega a ver, será una higuera maldita en ninguna estación cargará
fruto, porque sin fe estamos condenados a la esterilidad.
En cambio, el que tiene fe, tendrá
raudales milagrosos, porque ha aceptado el Poder de Dios, la Autoridad que
tiene el Señor para “levantarnos”, para alzarnos de nuestra postración.
El “hijo de Timeo” (Timeo significa “muy
valioso”, “digno de honra”), es capaz de desprenderse de todo, su única
posesión es el Manto y lo arroja, se desprende y se abalanza hacia el
seguimiento, da un “salto” en dirección de Cristo. Estaba allí, “sentado junto
al camino”, porque el Camino es Él. Y, su petición que era “ver”, se convierte
en seguimiento.
Es una hermosa y poética panorámica de la
inmersión a través de la cual, los discípulos llegaban a considerarse, verse y
a caminar junto con Él, recorrer el Camino, como se le llamaba al discipulado
de Jesucristo.
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