Hch 16, 11-15
Lo último que comentábamos
era que, a raíz de una visión que tuvo Pablo, el Evangelio fue llevado a la
región definitivamente europea. Pero ya hace tiempo que venimos diciendo que
griego y griega, entonces a que nos referíamos, estábamos hablando de personas
de habla griega, pero que residían en Asía menor, ha de entenderse que el
griego se había convertido en la lingua
franca, el idioma del imperio griego
-especialmente para las relaciones comerciales, pero, que poco a poco se adueñó
de todo el ámbito cultural- y que sólo paulatinamente se dio, especialmente en
el imperio romano, su reemplazo por el latín. Esta prevalencia del idioma
griego fue la que llevó a traducir la Biblia del Hebreo al griego, puesto que
muchas personas, aunque convertidos al judaísmo, no entendían ni hablaban
hebreo. El nombramiento de los 7 diáconos, todos del ala helenista, y el
reclamo que fue el detonante que gatillo esta institución dentro de la Iglesia,
tenía mucho que ver con este tema del idioma. También la repulsa que mostró el
judaísmo para aceptar los textos bíblicos que no pertenecieran a su lengua. Hemos
de resaltar aquí, que el Nuevo Testamento fue escrito en griego (no por griegos
de cuna, sino por greco-parlantes).
Con una pincelada rauda,
el hagiógrafo describe un itinerario: Se embarcan en Troade, encaminándose a
Samotracia, al día siguiente, salen para Neápolis, y pasan -inmediatamente- a
Filipos, colonia romana y perteneciente al distrito macedonio. El sábado, se
fueron donde creían encontrar un sitio para orar, (nótese que todavía siguen el
Sabbat, el Cambio al Domingo vendría luego y sólo paulatinamente)). Hay aquí
otra suerte de ruptura -al estilo de Jesús cuando habló con la Samaritana- con
los cánones del judaísmo que les tenía prohibido, a los hombres, dirigirle la
palabra en público a una mujer: se trata de Lidia. Lidia, más que un nombre era
un gentilicio, significaba, proveniente de la región de Lidia, de Tiatira, en
el occidente del Asía Menor, península de Anatolia.
Lidia era una comerciante
importante porque negociaba con una tintura no tan abundante y que se obtenía
de un molusco, la Stramonita
haemastoma, se trata de la púrpura (azul
violeta), muy cotizada, que enriqueció a los fenicios que se convirtieron en
sus traficantes especializados -se han encontrado restos de vestidos Davídicos
y Salomónicos teñidos de este color, por tanto, era una tintura textil muy
cotizada y apreciada por la nobleza. Su importancia y peso se refleja en la
aceptación de toda la familia al mensaje de Pablo. Y el hecho de haberlos
invitado a alojarse en su casa -poniendo como prenda de su fidelidad a la fe
anunciada, su aceptación del Señor, su bautismo- lo que le valió, todo así lo
parece indicar, convertirse en la sede apostólica en Filipos, la ‘domus ecclesiae’; donde se reunían -como ya no en la sinagoga- entonces,
en casas de familia, donde eran acogidos, en muchos casos clandestinamente,
porque también allí, en aquella colonia de exmilitares, había persecución).
Sal 149, 1bc-2. 3-4. 5-6a
y 9b
Este Salmo, el penúltimo
del Salterio, es un himno. Un himno, es, un cantico de alabanza. No se ha
podido establecer con seguridad si los salmos hímnicos corresponden a alguna
fase litúrgica específica. Es un canto que enaltece con gratitud las deferencias
de Dios con su pueblo y las victorias obtenidas con Su Auxilio. Hay una
pedagogía contenida en este Salmo, pide ahuyentar lejos de nosotros todo
espíritu, todo sentimiento retaliativo, inunde nuestro corazón, como sentimiento
inspirado por Dios, sólo la compasión, como Dios manda: otros podrán anidar en
su pecho sentimientos vengativos, Dios nos ha enseñado el valor amoroso del
Perdón.
Vamos a tratar de mostrar
la estructura de la perícopa, señalando como a cada exhortación corresponde una
acción específica, a veces doble:
1ª estrofa
Canten → un cántico nuevo
Resuene su alabanza → en la בִּקְהַ֥ל חֲסִידִֽים [biq-hal
Hasidim] “asamblea de los fieles”, “la congregación de sus Santos”;
Que se alegra Israel → por
su Creador,
Que se alegran los hijos
de Sion → por su rey.
2ª estrofa
Alaben su Nombre → con danzas
Alaben su Nombre → con
tambores y cítaras;
El Señor → Ama a su pueblo
El Señor → Adorna con la victoria a los humildes
3ª estrofa
Que los fieles (formados
en filas) → festejen su gloria
Que los fieles (formados
en filas) → canten jubilosos
Que los fieles (formados
en filas) → con vítores a Dios
en la boca
Para todos sus fieles → es un honor.
Esta última estrofa,
muestra al pueblo como un ejército en formación de batalla, y al Señor como el
General que los lidera.
Falta recordar que este
Salmo es el penúltimo del Gran Hallel Se llaman así porque todos ellos
comienzan con las palabras Hallelu Yah, "Alabad al Señor". El salmo nos
deja percibir la certeza de Dios como Dueño y Señor de la Historia, que nos
convoca a la responsabilidad de ser sus escogidos, sus “Santos”; Él es quien
enfoca y conduce todos nuestros esfuerzos por un mañana mejor, para lo cual no
tenemos que constituirnos en sociólogos, sino fiarnos de su Misericordiosa
voluntad que conduce al desenlace triunfal. ¡Seguir sus órdenes de batalla es
muestro honor!
Jn 15,26-16, 4a
Nos excomulgaran de las sinagogas.
Firmes más allá de
nuestras fragilidades.
En el salmo anterior hay
un toque de responsabilidad y de darnos cuenta. En esta perícopa de San Juan,
encontramos algo parecido. No se trata de aplaudir por aplaudir, No se trata de
cantar por cantar. No se trata de orar por mecanización. La historia de la
salvación no es una marcha de irresponsabilidad, que ve a Dios como el
encargado de hacerlo todo, y a sus discípulos como borregos “atenidos”. Tenemos
que llevar en la consciencia despierta y atenta, el resonar de las advertencias
de Jesús en sus discursos de despedida. La Sagrada Escritura nos ha
acostumbrado a estas despedidas, muy especialmente la de Moisés, nos convoca a
continuar el derrotero trazado, a perseverar, a reconocer los abrojos
inevitables del Camino. Estamos -esta semana- preparándonos para la Ascensión
del Señor.
Importantísimo captar que
Jesús, en su despedida nos ofrece un “Protector”, un “Abogado Defensor”, que
nos va a levantar el ánimo, y que no es -nada más ni nada menos- que el Amor
que hay entre el Hijo y el Padre. Imagínense ustedes esta transferencia, se
derrama todo el Amor que hay entre Ellos, a favor nuestro. No veamos el
Espíritu Santo como un “remedio tan mágico” que ni siquiera hay que untárselo,
basta con nombrarlo. Tampoco lo vemos como un “paraguas” que nos guarece de
cualquier gota que nos quisiera mojar.
Si bien es cierto que nos
podemos fiar de este Amor, también es cierto que estamos llamados a superar la
conciencia ingenua-mágica y dejar de invocarlo como quien recita un “hechizo” o
un “mantra”. Miremos directo a la cara la historia de la Iglesia -nunca para
quedarnos como masoquistas mirando las páginas del martirologio y procurando
escurrir de ellas la sangre heroica que se ha derramado y ha fecundado la fe-
sino para poder descifrar dos sentencias de Jesús que San Juan Evangelista nos
comunica en esta perícopa, a saber: “Nos excomulgaran de las sinagogas” y “llegará
incluso una hora cuando el que les dé muerte pensará que da culto a Dios”.
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