Hech 1, 1-11; Sal 47(46), 2-3.6-7.8-9; Ef 1, 17-23; Mc 16,
15-20
La “ascensión” no es un
marcharse a una zona lejana del cosmos, sino la permanente cercanía que los
discípulos experimentan con tal fuerza que les produce una alegría duradera.
Benedicto XVI
Para
revelarse, Dios apela a parábolas, donde las cosas terrenales puedan evocar las
Celestiales, y, de esa manera nos confía sus misterios y se nos da a conocer.
Por esta vía se nos es dado, en forma de analogía de la que Dios se vale para
enseñarnos aquello que trasciende los límites de nuestra racionalidad. Y es que
el paso de lo Celestial a lo terrenal es, un salto cognoscitivo imposible. «Es
difícil comprometerse a algo que no podemos conceptualizar. Es aún más difícil
comunicar a otros lo que creemos, cuando no podemos mostrarles una imagen o
explicarlo lógicamente. Me imagino que esa es la razón por la cual se dice que
la religión es adquirida y no enseñada. No tiene sentido hasta que usted se
meta en ella, o tal vez, hasta que ella se meta en usted.»[1] Y si en lo gnoseológico es
tan extremadamente difícil, cómo será en lo ontológico. Por eso, desde las más
antiguas herejías, la joya de la corona estaba en la imposibilidad lógica del
paso de Dios a Jesucristo, es decir, del salto de Dios a Hombre. Y
–evidentemente- siempre nos hemos tropezado al comprender cómo pudo Dios “descender”
de Su Eternidad y entrar en nuestra temporalidad.
Hay una conexión existencial de la Redención que concatena Encarnación →Crucifixión →Muerte → Resurrección →Efusión del Espíritu Santo: Uno de los rasgos de este paso consiste en haber abandonado la “dimensión” del Kairos, para pasar a nuestro plano temporo-histórico para entrar en el cronos. Jesús entra en “el tiempo”, precisamente, en el Vientre Inmaculado de María Santísima. ¿Se quedó allí? ¡Evidentemente no! Nació en Belén de Judá, en un pesebre. ¿Es esto una noticia nueva? ¡No! Al poco tiempo de haber nacido, se ve obligado por circunstancias “históricas” a viajar a Egipto en calidad de desplazado-político, ¿Es esto una noticia nueva? ¡No! ¿Se quedó allí? Bueno, como no son noticias, vamos a dar un salto y vamos a ir al “momento” de su Ministerio Público, donde, en cierto momento, se hizo notorio y fue amenazado de muerte, entonces, ¿se escondió? No mucho, más bien, y por el contrario, se fue al propio nido de sus perseguidores, a Jerusalén y empezó reivindicando la Soberanía Divina en el Santo Templo de aquella ciudad; ¡Caracoles! Algo imprudente aquel gesto de Jesús, por qué no se quedó lejos del “peligro”, por qué dio el siguiente paso histórico y se hizo matar,… ¿Se quedó allí? ¿Por fin, después de un padecimiento horrible, por qué no se quedó tranquilito en la paz del Santo sepulcro?… y aún hay otra pregunta: ya que los discípulos y sus seguidores tanto lo necesitaban, ¿por qué no se quedó allí con ellos? ¿Por qué resolvió “ascender” al Cielo? «Hch 1,3 precisa el periodo de interinidad como de cuarenta días, después de los cuales Jesús “fue levantado en presencia de ellos y una nube lo ocultó a sus ojos” (Hch 1,9).»[2] Para muchos, esta es la fecha litúrgica para sentarse a llorar y renegar por qué Jesús redujo su compañía a 40 días. ¿Por qué no se quedó con su manifestación corpórea siempre igual?
¡Valdría la pena reflexionarlo! ¡No nos quedemos con respuestas fáciles! Tratemos de desentrañar qué nos enseña Jesús con toda su historia… Tal vez nos ayude a entender por qué el cristianismo verdadero no es la religión de los “embalsamadores”, quizá podamos captar porque ser católico no tiene nada que ver con el oficio de los momificadores, quizá podamos empezar –¡si, empezar!- a entender que Dios está en la Eternidad, pero nosotros estamos –por ahora- en la temporalidad, y que no podemos vivir llorando porque el mundo haya cambiado, porque, a pesar de nuestro quejumbrosa manía de renegar del curso de la historia, el mundo siga adelante y sólo el final de nuestra vida nos sacará de ese decurso.
Hoy, la liturgia no nos llama fieles, no nos llama hermanos, no nos llama hijitos míos. Hoy la liturgia nos llama Galileos. Y, es con ese apelativo que nos acoge hoy y nos saluda en la Antífona de Entrada. Los Galileos, de entre los cuales tomó Jesús a la mayoría de sus discípulos, eran gentes que estaban en la región norteña más próximos a la gentilidad. Por su territorio pasaban muchos comerciantes, muchos mercaderes, gentes de distinto origen, distinta procedencia, diferentes en sus manifestaciones de religiosidad, más expuestos a múltiples influencias, más “bombardeados” por la policulturalidad… Con mayor riesgo de volverse quejumbrosos, o simples llorones,…
En aquella región, los Asirios habían deportado a los judíos y se habían traído –en reemplazo- unas personas de la gentilidad, que –por tal razón- eran menos creyentes y profesaban su fe de una manera mucho menos ortodoxa, Nazaret estaba ubicada en la parte más sureña de Galilea; Caná, -el lugar donde se obró la transformación del agua en vino- también era parte de la región Galilea y, repitámoslo, fue allí donde Jesús encontró buena parte de sus seguidores. ¡Con este nombre somos designados hoy! Hoy, por extensión hermenéutica, entramos bajo esta categoría: somos Galileos.
Siempre que viajamos al extranjero regresamos admirados o –por lo menos sorprendidos- por algún aspecto contrastante de su realidad, sus costumbres, sus edificaciones, su comportamiento sexual, la manera de llevar un noviazgo, los alimentos que consumen o las recetas que preparan, sus atuendos, sus hábitos de higiene personal, y así podríamos continuar la lista de los posibles aspectos que nos embelesan.
Para el pueblo de Israel la experiencia de haber sido llevados en cautiverio a Babilonia fue desconcertante. Tantas cosas discordantes o –por lo menos- diferentes. Para aquellas sociedades donde los dioses y el culto que se les brindaba diferían tanto, hubo imágenes sobre-impactantes, desconcertantes, sobre cogedores, increíbles…. Nunca se pudo borrar de su memoria que sus dioses contendían anualmente –como gladiadores- para demostrar su superioridad; y tenían que enfrentar al dragón -que personificaba la maldad- y derrotarlo para demostrar que eran dignos de recibir culto por otro año consecutivo. Su victoria en el rito que mimaba el combate, era celebrada con una procesión, con ribetes de desfile, marcha triunfal como la de los militares vencedores.
Llegados a
este punto quisiéramos (desde esa perspectiva) examinar el salmo 47(46) que
lleva por título “Dios es el Rey de toda la tierra”:
“Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría; porque el Señor, el Altísimo, es terrible, es el gran Rey de toda la tierra. Destrozó pueblos y naciones y los sometió bajo nuestro yugo, y a las naciones bajo nuestros pies; él escogió para nosotros una herencia, que es orgullo de Jacob, a quien amó.
Dios
el Señor asciende entre aclamaciones, asciende al sonido de trompetas. ¡Canten,
canten un poema a nuestro Dios, porque Él es el Rey de toda la tierra: ¡El
Señor es el Rey de las naciones, cántenle un hermoso himno!
El Señor reina sobre las naciones, Dios está sentado en su trono sagrado. Los nobles de los pueblos se unen al pueblo del Dios de Abraham, pues del Señor son los poderosos de la tierra, y Él está por encima de todo.”
En
estos desfiles se pasa revista a los “ejércitos” (el Señor es el Dios de los Ejércitos);
a esto corresponde en la liturgia las letanías. En ellas, el Señor “pasa
revista” a sus huestes: Esta marcha-desfile va del punto de Victoria hasta el
“Palacio Real”; este “Ascenso” (porque la plaza fuerte del “Soberano” por lo
general estaba construida en un lugar prominente, para llegar allí había que
subir), así que el desfile va acompañado de gritos, de aplausos, de trompetas
(Banda de Guerra); y el sequito, en procesión, acompañaba en su “ascenso” al Rey
que iba hacia el Palacio, donde estaba ubicado el Trono Real. Quien estaba
sentado en el trono era por antonomasia el Rey, nadie más podía sentarse en él.
Jesús –que ha derrotado el mal, de una vez para siempre- asciende hacia su Trono; es bajo ese enfoque que debemos leer la Ascensión. Pero el Palacio de Jesús está en el Cielo, por eso su Ascensión tiene esa dirección, va a sentarse a la derecha de Dios Padre, y recordemos que «Estar “sentado a la derecha de Dios” significa participar en la soberanía propia de Dios sobre todo espacio»[3]. Nuestra re-lectura no conduce a ver un ausentarse de Dios-Hijo que se va y nos abandona, sino un reconocimiento de su Realeza-Divina. «Jesús se va pero permanece. La única manera de resolver tal contradicción es concluir que hay dos modos diferentes de presencia: una discernible por los sentidos y la otra no.»[4]
Para
profundizar nuestra comprensión de este evento teológico tenemos que resaltar
que su Presencia -como Resucitado- físico-perceptible fue la oportunidad de
demostrarnos y hacernos entender que Él está vivo cfr. (Hch. 1, 3b).
Este Rey, que va camino a su Trono, aprovecha la ocasión para dar a sus “súbditos” instrucciones. Y es una ocasión fundamental, porque lo que les manda es “Su Voluntad” es la expresión de su voluntad testamentaria, lo que les está confiando es la “misión” dada a aquel que se quiera hacer su Discípulo. Por qué es tan importante reconocer que la Ascensión no es una “partida”. Porque tenemos que reconocer que la afirmación de Jesús va en otra dirección, el Evangelio declara que Κυρίου συνεργοῦντος “el Señor actuaba con ellos”. El Señor Asciende, o sea “es entronizado”, pero no se va, infunde a sus Discípulos su sinergia para que ellos se Cristifiquen y obren –no se queden mirando para lo alto- con sus manos, con su esfuerzo, con su “testimonio” la continuidad de lo que Él, Jesús, vino a construir en la tierra: El reinado de Dios (para que sea “así en la tierra como en el Cielo”). Debemos tomar en cuenta que a veces se fomenta lo contrario: la desconfianza en nosotros mismos, porque se desconfía de nuestro aporte, de nuestra participación, porque se nos sujeta bajo el yugo de la obediencia atada a la ruta del “jefe”. Toda una cultura y una tradición se construyó y se sigue erigiendo, frenando con ello nuestro avance hacia la “membrecía”, lo que se infunde es que no somos capaces de ser “miembros” del Cuerpo Místico; todo lo contrario de la confianza que Jesús depositó en sus Galileos.
Está Misión-del-Discipulado está excelentemente expresada en las palabras de la Carta a los Efesios que leemos hoy como Segunda Lectura: οἰκοδομὴν τοῦ σώματος τοῦ Χριστοῦ “…desempeñando debidamente la tarea construyan el cuerpo de Cristo” (Ef 4, 12b). Esto nos compete a todos los “seguidores”, sea cual sea el carisma que hayamos recibido: apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores o maestros, o cualquiera otro. La misión no es excluyente. «Somos divinizados a tal punto que nada de nuestra humanidades negado, despreciado o ignorado, cuando nada de lo que nos hace humanos se pierde o es dejado atrás. Así como el Hijo de Dios no dejó atrás nada de su divinidad durante su estancia en la tierra, así llevaremos a la vida eterna todo lo que en nuestras vidas es genuinamente humano».[5]
13
“¿Galileos,
por qué tan sorprendidos mirando al Cielo?”. El dilema está en renegar u obrar
con responsabilidad histórica; (bueno, está la tercera alternativa, trabajar
como embalsamadores de momias y procurar –con ese pretexto- dividir, fomentar
el cisma, separar la comunidad, dividir la Iglesia…). Reconozcamos en Él, en
Jesús, a nuestro Rey y apliquémonos a ser fieles (fieles no significa testarudamente obcecados en que la razón de
todo lo malo está en tal o cual cambio, tal o cual cosa que se hace o que se
dejó de hacer, y que el fin ya llega,
lo único que lo detiene es tal o cual “talismán”, erigiendo como talismán
inclusive a las cosas más Santas), la fidelidad que se reclama se refiere a la
misión que Jesús, con todas las letras, nos confía en la perícopa del Evangelio
que se lee hoy, desempeñando debidamente la tarea encomendada. Ninguno individualmente,
como persona, será Jesucristo, pero entre todos los miembros de la comunidad
creyente constituimos Su Cuerpo Místico.
[1]
Casey, Michael. PLENAMENTE HUMANO PLENAMENTE DIVINO. UNA CRISTOLOGÍA
INTERACTIVA. Ed. San Pablo. Bogotá-Colombia 2007 p.301
[2]
Ibid. p. 300
[3]
Benedicto XVI JESÚS DE NAZARET II PARTE. Ed. Planeta. Santafé de
Bogotá-Colombia 2011. p. 328
[4] Casey, Michael. Loc. Cit.
[5] Casey, Michael. Op. Cit. p. 306
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