lunes, 27 de mayo de 2024

Lunes de la Octava Semana del Tiempo Ordinario

 


1Pe 1, 3-9

Desde hoy y hasta el jueves estaremos estudiando la Primera Carta de San Pedro. Aparentemente se trata de una circular dirigida a Bitinia, Galacia, el Ponto, la provincia de Asia y Capadocia, en la actual Turquía. Algunos estudiosos no ven en ella la estructura de una “carta”, y más bien creen estar ante una “predicación” transcrita.

 

Lo primero que encontramos es el saludo, junto con una acción de gracias. Estas comunidades estaban formadas por algunos judíos de la diáspora y por paganos conversos al cristianismo, a quienes el hagiógrafo identifica como pertenecientes a la comunidad, sin discriminaciones.

 

En la “carta” los saluda como a renacidos por la fe para practicar una “esperanza viva” y vivir bajo la Luz de la herencia “incorruptible e intachable”, entregada bajo el auspicio Divino. De lo que pueden obtener alegría, a pesar de tener -por ahora- que enfrentar diversidad de pruebas. Estas pruebas acrisolan su fe; su fe, entonces, será premiada.

 

Amán a Jesucristo, pese a no haberlo conocido personalmente, eso los hace acreedores a gloria y honor. Y pese a que no se les ha manifestado todavía, creen, y su credo se refleja en una alegría inexpresable y contagiosa. Por eso, se descubre que han alcanzado la Salvación de sus almas.

 

Sal 111(110), 1b-2. 5-6. 9 y 10c

Este salmo nos lleva a enfocarnos en la “pena de causarle pena a YHWH”. Es un salmo de la alianza.

 

En realidad, de verdad, que triste es que hiramos el corazón del Amado. El Amado ha ido hilando la Amistad a través de la historia con un sinfín de tiernos detalles, nos ha alimentado con el Maná, el Pan del Cielo, nos ha liberado y sacado de la esclavitud, nos ha llevado allende la Pascua, conduciéndonos a la Tierra de promisión.

 

Este tipo de salmos estaba destinado a la ratificación de la Alianza. Periódicamente necesitamos recordar y tomar conciencia de un pasado deplorable, el de vivir en la esclavitud. Y, acto seguido, la enorme, la descomunal ventaja a la que Dios nos ha llevado: a una “Tierra Nueva”.

 

Pero la Tierra de Promisión, es una Tierra a la que hay que dejar fructificar.

 

Para reconocer los frutos es preciso el “estudio”.  Quienes aman al Señor han de aplicarse a este estudio.

 

No está oculto, se goza en “revelarse”. Sus obras manifiestan su “Poder”. Su poder cambia los títulos de propiedad y lo que anhelamos pasa a pertenecernos.

 

Su Misericordia tradujo de idioma extraño e incomprensible a beneficios flagrantes para que lo entendiéramos de inmediato. Todos sus gestos y sus ternezas nos llevaron a la Redención. Cómo podríamos, algún día, callar en nuestros labios su alabanza. Todas nuestras generaciones una tras otra se maravillarán de su prodigalidad y no cesarán jamás de alabarlo. ¡Por los siglos de los siglos!

 

Mc 10, 17-27

Mano ocupara, mano perdida


 

«Cuando ante el joven rico, Jesús se refiere a los Diez mandamientos, nombra exclusivamente -según los textos correspondientes de los tres Evangelio sinópticos (Mt 19, 17: Mc 10,19; Lc 18, 20)- mandamientos de la llamada “segunda tabla”. y evidentemente, lo hace no porque los restantes mandamientos no sean importantes, sino porque, para el hombre que le pregunta a Jesús cual es el Camino hacia la Vida Eterna, estos son precisamente los más importantes».

 

La reacción no se puede demorar, tenemos que salir a su encuentro, postrarnos ante él y preguntarle ¿cómo nos ganaremos esa “Vida Eterna”?

 

No le placen a Jesús las adulaciones demagógicas. A veces nuestro lenguaje está plagado de muletillas melosas, que se repiten maquinalmente, vacías de sincero contenido: decimos de algo o de alguien que es o, que está “bueno”, perdiendo de vista que toda Bondad Verdadera dimana y proviene de Él, porque el Señor, Nuestro Dios, es el Verdadero Bien y la Fuente de toda Bondad.

 

Jesús nos hace conscientes que los Mandamientos nos fueron entregados, claro está, para cumplirlos, pero que eso no es suficiente. Eso es lo que está a este lado de la Ley, pero la Ley es sólo una línea fronteriza. La Ley, para que alcance los anhelos de Dios, tiene que ser trascendida. ¡Uno queda boquiabierto! ¡Desconcertado!

 

¡Si! la Ley no es el todo, entonces, y ahí es cuando la pregunta se vuelve enteramente sincera: ¿Qué debemos hacer? Y Jesús nos ilumina con su Revelación: tenemos que traducir todo lo que somos, todo lo que poseemos en “Caridad”. Sólo cuando podemos renunciar a todo lo demás para llevarlos al lenguaje “Clemente”, al lenguaje que hace propio el dolor ajeno, a ese idioma que “da hasta que duela”, sólo allí reuniremos las fuerzas para seguirlo.

 

Muchas veces nuestro discipulado nunca empieza porque nunca “soltamos” aquello a lo que tan tesoneramente nos aferramos. La mano ocupada es la mano “lisiada”. Los títulos de propiedad son nuestros diplomas de invalidez.

 

Y aquí Jesús nos trae un ejemplo flagrante: “Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja”. Entonces nos ocupamos de establecer si era una puerta en una muralla o si verdaderamente se refería a la perforación por donde pasa el hilo en el instrumento de costura que se usa para unir las telas…

 


Así desviamos la atención para no fijarnos que la verdadera cuestión está en que el rico se aferra con apego y es esclavo de sus posesiones, no le afana nadie, no hay amor en su corazón, de nadie se conduele, para nada hay una hebra de compasión: primero su riqueza, segundo su riqueza y, si algo queda, que pase también directo a sus alforjas.

 

Si no se abren de par en par los órganos del entendimiento, también nosotros diremos -ingenuamente- que no hay nadie capaz de liberarse de este tipo de avaricia del “poseer”.  Basta ir a las páginas de la historia de nuestra fe, y leer la vida de los santos, para ver tantos y tantos de ellos que renunciaron, que lo dejaron todo, que se liberaron de todas las ataduras y cadenas, y se dieron a “seguir” al Señor y responderle Su Llamado. Y es que lo que para el ser humano es imposible para Dios no lo es, porque para Dios no hay imposibles.

 

Reflexionado esto, ahora sí, postrémonos y preguntémosle: “¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna?”

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