Hch 16, 22-34
Nos habíamos quedado en Hch 16, 15; hoy damos un salto a
Hch 16, 22, es decir, nos saltamos 6 versículos. Hoy se inicia la perícopa
narrando como la gente se alborotó contra Pablo y Silas, y también cómo por
órdenes de los magistrados los “molieron a palos”, y, acatando esas mismas
ordenes, el carcelero los condujo a prisión y los sujetó con grilletes.
En el episodio que no se narra -los seis versículos que nos
hemos saltado- se cuenta que había una chica con poderes de adivinación, que
los identifica como enviados del Dios Altísimo y como enviados para traerles la
salvación; esto día tras día hasta que Pablo le puso “quédate-quieto” al
espíritu inmundo que le daba tales facultades, lo que fastidio enormemente a
los dueños de la esclava, que ya no se podrían lucrar, en los sucesivo, de ese
“poder”; fue eso lo que detonó la revuelta de la plebe contra ellos.
Podemos traer a la imaginación este cuadro: Pablo y Silas,
encadenados, en una mazmorra, y orando a media noche, y de repente, anunciando
una Epifanía, un violento terremoto, las puertas se destraban, los cepos se
caen... Un momento después, el carcelero se despierta, ve la situación y, en
seguida, se figura lo que pasará cuando sus “patrones” se den cuenta que se le
han fugado los presos, ¡así que resuelve suicidarse!
Pablo le grita que no, que ellos siguen allí, que no se han
escapado. El carcelero clama, entonces por φῶτα [fota] “luz”; uno dice, pues claro, pide una linterna para
ver si es cierto que no se han escapado; sin embargo, Pablo no necesitó
linterna para ver que su carcelero pretendía hacerse mal. Esta petición de
“luz”, es más una jaculatoria, se tendría que traducir “Ilumíname” y forma -por
así decirlo- la primera parte de una plegaria elevada al Cielo y que el
carcelero pronuncia a continuación: τί με δεῖ ποιεῖν ἵνα σωθῶ [ti me dei poiein ina sotho] ¿qué tengo que hacer para
salvarme? Ilumínenme, Señores, y díganme, ¿qué tengo que hacer para alcanzar
la Salvación? Pensemos en esto: en el punto crítico, en el momento más álgido,
cuando hay que dilucidar entre vida y muerte, este hombre formula la pregunta
clave sobre la Salvación, es esa pregunta que en nuestro mundo se nos propone
descartar, porque según se machaca día tras día, eso no se puede saber y no hay
tal “salvación”, según el mundo: “el muerto al hoyo y el vivo al baile”.
Les lava las heridas, lavándoles los pies, ¡ojo a lo que hace
este carcelero! Una liturgia cristiana, un lavatorio de pies; los lleva a su
casa, pide el bautismo y luego lo celebran con una Cena -un Agape-, es una
fiesta familiar porque ¡Dios ha entrado de lleno en sus vidas!
Sal 138(137), 1bcd-2a. 2bc-3. 7c-8
אוֹדְךָ֥ “Alabaré”
Este salmo es un himno. Da un elenco de los motivos que
tiene el Salmista para alabar el Señor.
En la primera estrofa (de la perícopa de hoy) se trasluce
que el salmista es una persona de corazón agradecido. Reconoce que sus
oraciones llegan a Dios, que Él las atiende; y, su manera de mostrar gratitud
es acompañar su oración agradecida, con una posición muy reverencial y tocando
su instrumento, en este caso, un instrumento de cuerdas.
En la segunda estrofa, insiste en dar gracias, y dice a
Quien se las da, al Santo Nombre, reconoce que Él es un Dios Misericordioso,
Leal, Cumplidor de sus Promesas, es mayor su Bondad que la Fama que Lo precede.
Y ratifica, Dios lo Escuchó. Esa escucha y atención que Dios concede fortalece
al orante, llenándole el alma de valentía, de Parresia, para proclamar su fe
fundamentada. Se implica que su gratitud no se queda en actos intimistas de
Dios-y-yo; sino que el salmista infiere que estos regalos de Bondad, reclaman
acciones de gratitud que expresen y hagan tangible el agradecimiento. Irá el
Templo, y confundiéndose entre los ángeles, el salmista ofrece “exhibir”
delante de la gente, el actuar Misericordioso de Dios, postrándose en la
dirección del Sancta Sanctorum (Santo de los santos).
Como muchas personas usan la derecha para hacer las cosas,
manejar las herramientas, blandir la lanza o la espada, entonces la tercera
estrofa usa este antropomorfismo para referirse a Dios, dice que Dios lo salvó
usando su poder, obrando con su brazo poderoso, haciendo uso de su “Diestra”.
Las obras de Dios, entiende el salmista, no quedan a medio camino, si el Señor
obró favorablemente trayendo al suplicante hasta aquí, con total certeza puede decir,
que Dios seguirá siendo su Protección de ahora en adelante, porque la חַסְדְּךָ֣ [jasdeka] -derivado de חָ֫סֶד [chessed] recordemos
que este vocablo hebreo conlleva un sentido de “emanado de las entrañas”-
“Misericordia de su Alianza”, durará por siempre. (En un renglón anterior, que
no se incluye en la perícopa, dice que también lo favoreció con la Izquierda:
“Extiendes tu Izquierda contra la ira del enemigo”, con la Izquierda se
manejaba el “escudo”).
Jn 16, 5-11
Sucede que -con bastante frecuencia- cuando se mira hacia
el “mañana” lo pintamos con tintes oscuros, como presagios de dolores y
tristezas. Toda una mentalidad empeñada en mantenernos arrinconados en la
inmovilidad del ahora: es una ideología de solo existe el minuto
actual, todo lo demás no-es, son los filósofos desesperados del
“ya mismo” y del “solo ahora”. Es muy cierto que no podemos contar con el trigo
que se cosechará mañana, pero también es cierto que nuestra fe nos orienta con
una visión capaz del “esjaton”. No podemos construir toda una filosofía
del inmediatismo, porque ese pensamiento es el que nos conduce a un desesperado
hedonismo del “gocemos ahora, porque del mañana no sabemos”. Es este
pensamiento el que nos desalienta respecto al cumplimiento de los lineamientos
que nos propone Dios. No podemos contar con los frutos del futuro -ni siquiera
el más cercano-; pero si debemos saber que no somos de este “mundo” y que vamos
a morir, pero no para el final-final, sino para hacernos del trigo venidero. El
esjatón no es una tristeza oscura y final, un entierro, y para los que se
quedan, el luto subsecuente. ¡No! Es la plenitud por la que vale la pena una
coherencia de vida, similar a la conciencia del agricultor que no se limita al
sudor de roturar la tierra, sino que ve, con los ojos de la “promesa”, los
campos ubérrimos. ¿Creen ustedes que el agricultor, cuando siembra, no ve en su
corazón, los campos ya fecundos?
Muchos se creen felizmente profundos con su inmediatismo, y
no alcanzan a darse cuenta que nosotros somos y habitamos la seguridad de la
justicia, y no la ceguera de las anteojeras, que, al caballo le son muy útiles
para no distraerse ni asustarse, pero que a nosotros no solo nos son inútiles
sino además perjudiciales porque nos dejan ver lo evitable y acariciar lo
promisorio. Si de verdad crees que hay Cielo, tienes que contestarte ¿Adónde
vas?
En la perícopa se suprime el prólogo que Jesús le da a
estos enunciados de los que nos habla hoy, nos referimos al verso 16,4b: “No
les dije esto desde el principio porque yo estaba con ustedes”. Pero, claro,
ahora que se va a ir, es urgente que se los diga. Jesús nos guía. Mientras al
carcelero que vio la Acción de Dios en el Temblor Fuerte de Tierra, la liberación
de Pablo y Silas y los otros presos, pero, la no-escapatoria; a él, se le
ocurrió de su propio espontaneo preguntar: “¿Qué tengo que hacer para
salvarme?”. Pero a estos Discípulos, a los que Jesús anuncia su Ascensión, no
se les ocurre preguntar, entendiendo que Él solamente va por delante para
liderar y, por así decirlo, “abrirnos paso”. Evidentemente, la pregunta debería
ser ¿para dónde te vas?, dínoslo y ¡hasta allí te seguiremos!
El salmista sabe que Dios no hace cosas a medias, que las
hace perfectas, completas hasta su último detalle. Podríamos decir que después
de la Ascensión, viene el tiempo de la Iglesia; pero, con toda seguridad, con
la habilidad que tenemos para evadir el compromiso y las responsabilidades,
nuestro “subconsciente” acomodaría la interpretación ¿quiénes serán esos a los
que se refiere la palabra Iglesia? ¿serán los curas? ¿El Papa? ¿las monjitas? Bueno,
pero ¡no seguro que eso no es con nosotros!, ¡nosotros estamos muy ocupados, y,
además, no entendemos nada de eso! eso le toca a la Iglesia, sean quienes sean
“la Iglesia”. Algunos dirán, pero si les hemos dicho una y mil veces que la
Iglesia somos todos los bautizados; ¡no vengan a decirnos que no saben que les
está hablando a ustedes!
Sabemos que Jesús estaba completamente lleno del Espíritu
del Padre, así que durante su “Vida terrena” gran parte de su Responsabilidad consistía
en dar el impulso eclesial y que ese
ardor fuera vehemente: y ahí entramos nosotros; ahora que Él sube al Padre, se
produce una trasferencia de “Poder”; por eso, Él tiene que irse para que el
Consolador, en su Plenitud, venga a nosotros y nos de los tres grados del
saber: en cuanto al “Juicio”, en cuanto al “pecado” y en lo que respecta a la
“Justicia”.
No es que Jesús haya hecho la tarea incompleta, es que Él
no nos arrebata nuestra libertad, queda la Ley escrita en nuestro corazón, ya
no son Tablas en un Arca, ahora el Arca es nuestro propio Corazón. Nosotros
entramos a ser el Cuerpo de esa Cabeza que es Jesucristo, y su espíritu se
expande a todos nosotros. Por eso ya no resuena afuera, como Shofar, ahora
retumba en nuestro pecho, y lo sentimos como Fuego del Espíritu ardiéndonos por
dentro.
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