1Cor 7, 25-35
Inicia esta perícopa de una manera muy interesante:
Primero, el Apóstol declara que él no ha recibido de Dios una revelación
directa que se refiera al tema del celibato. Empero, y ante el interrogante, -apoyándose
en su honestidad, en la rectitud de su devoción, da una salida, que dimana de
su buen sentido- su opinión apunta en el sentido de considerar correcto
permanecer célibe.
Aclara, en todo caso que, si ya uno está casado, no vaya
ahora a buscar pretexto para disolver el vínculo sagrado del matrimonio, y -nos
parece muy oportuna la aclaración-, porque no faltan los que se les dice algo,
en cierto sentido, y quieren extenderlo a situaciones bien diversas y de otra
naturaleza, luego van corriendo y afirman, “es que el señor cura dijo”.
Por favor, si usted adquiere un hermoso par de zapatos, de
talla infantil, no vaya luego a forzar que lo calce una persona con talla
adulta. Evidentemente, cada talla va acorde con la talla del usuario, que no le
vayan a quedar ni muy grandes, ni muy chicos. Fijémonos bien el número de talla
al adquirirlos y seamos prevenidos, a veces la horma de confección es “grande”,
o a veces -por el contrario- la horma es muy chica, que casi resulta del número
anterior. En fin, lo que queremos decir es que se debe prestar atención a lo
que enseña la Iglesia y no forzar “caprichosamente” las tallas.
La situación es distinta cuando no se ha dado el paso. Si
la persona aún permanece “libre”, pues la palabra misma lo dice, puede manejar
sus opciones. No se acelere a casarse, pero si -bien meditado el asunto, lo
encuentra conveniente-, no hará ningún mal y puede dar el paso “vinculante”.
Esto se aplica igual para hombres y mujeres. ¿Cómo se medita bien el asunto?
Justipreciando todas las responsabilidades, e inclusive todos los sinsabores
que puede conllevar el dar este paso. No se trata de engañarnos y hacernos
creer que el matrimonio es el Paraíso Terrenal.
No hay que caer en la parálisis porque se oyen voces
alarmistas que siempre quieren desprestigiar esta importante institución, que
es además un Sacramento. Ahora bien, quien no se casa formalmente en la
Iglesia, aun cuando no ha contado con el testimonio sacerdotal, aunque mucho le
repulse la idea, también ha constituido un compromiso con Dios de velar y
propender por el bien de su pareja y de la sociedad conyugal que ha fundado “de
hecho”. En todo caso, lo único que cambia, es que usted no ha invitado a Dios e
ese hogar suyo; y Dios le respetará eso, pero el desvelo, la fidelidad y la
responsabilidad serán tenidos en cuenta.
En esta carta a los Corintios, la primera -según la tenemos
clasificada- Pablo señala que es lógico que el casado se afane por atender a su
esposa, y que la casada también viva en procura de la felicidad de la familia.
En cambio – y ahí es donde se capta el sentido de pedir el Celibato como
condición para la vida consagrada- porque nadie que haya aceptado el vínculo
matrimonial podrá, so capa de atender a Dios, desertar de sus compromisos de
estado.
Sal 45(44), 11-12. 14-15. 16-17
Este es un salmo “real”. Siempre insistimos, que hay
liturgias que son “parodias” en el mejor sentido de la palabra. Dios es siempre
Rey, su Reinado no depende de que nosotros reconozcamos su Realeza, no depende
de nuestros aplausos, ni de nuestros vítores, no tiene que ser coronado, ni
tiene que recibir el Cetro de manos humanas, ni requiere ser acomodado en una
silla especial para que se sienta “entronizado”. Él es Rey, por toda la
eternidad, y su realeza brota de su ser Dios. Dios es Rey porque todo lo Creado
está bajo su soberanía.
Otro caso muy patente es que Dios no requiere nuestras
alabanzas, y sin embargo lo alabamos y toda la liturgia propende a su Alabanza.
Hay que entender que estas cosas no las necesita Dios, pero nosotros sin ellas
caeríamos en un “vacío cultual”, se disolvería totalmente el nexo que tenemos
con Él. Todo acto cultual es un alimento para nuestro Espíritu, así es como
Dios nos regaló la Liturgia, como una estructura que sustenta y eleva nuestro
reconocimiento: Por encima de todo está un Magno Amor que todo lo envuelve, y
que se empeña en regalarnos sus Ternuras muy a pesar de nuestras resistencias.
Esta liturgia que nos descubre a Dios como Rey, nos llama a
reconocernos súbditos, y no súbditos desperdigados, unos por aquí y otros por
allá; ¡No! Somos súbditos que aceptamos su Gobierno, como la esposa asiente
amorosamente a su esposo. Nosotros somos su pueblo, Él se ha casado con
nosotros porque ha querido responsabilizarse de amarnos por siempre.
En la Primera estrofa del salmo se le dice al pueblo que
asuma su rol de “novia” y dé a Dios el Primer Lugar; que ya no se apegue a su
familia de origen, porque Dios descubre en nosotros cierta hermosura que lo
tiene Enamorado, Embelesado.
En la Segunda estrofa, encontramos como María es modelo y
molde ideal de la Iglesia, así como entra la Virgen al Cielo, escoltada por
Ángeles y Arcángeles y coronada con Oro de Ofir, así -nosotros- su pueblo,
tendremos que alcanzar la realización de ser una Novia engalanada con los
Preciosísimos Vestidos de “perlas y brocado”.
María nos ha recibido al pie de la cruz como hijos; Ella
nos tiene y nos recibe en adopción y bajo la realeza de su propio Manto, que
nos configura a su modelo de Virtud, nos engalana o todos con el título de
príncipes, principado que hemos alcanzado gracias el Hermano Mayor, que ha
hecho de todos nosotros sus Amigos y Hermanos. ¡Rebocemos de Alegría!
Desboquémonos en algarabía.
Atención porque el Salmo gira en torno a un eje, nada de
esto se concreta en realidad, a menos que como pueblo, aceptemos ser cónyuges
del Rey, y salgamos a recibirlo; ¡a su paso clamemos Aleluya!
Mt 19, 3-12
El
viernes pasado -18 de agosto- hemos considerado esta misma perícopa. En aquella
oportunidad mencionábamos la urgencia de respetar el sagrado vinculo que nos enlaza
como pareja. Hay muchos que ven el matrimonio como un grillete y requieren a la
Iglesia que diseñe ganzúas que los desaten.
Frente
a los rigurosos compromisos y la exigencia que marca a la persona que se atreve
a contraer matrimonio, la única alternativa que ven sus discípulos es la de no
casarse. Y, quizás esa propuesta pudiera funcionar, pero Jesús -con su realismo
sobre nuestra naturaleza- nos descubre que no todos pueden asumir esta
alternativa.
Entonces,
podemos darnos cuenta que el “celibato” es un don. Y podemos estimar a quienes
optan por la vida consagrada. Dice Jesús que hay tres tipos de “celibatos”
viables:
1) El de quienes
nacieron así
2) Los que han perdido
su genitalidad porque los hombres han actuado sobre ellos para castrarlos.
3) Como si fuera la
cima de esta categoría, Jesús los pone al último: aquellos que conservan su
“libertad” para poderse dar por entero a “contentar” a Dios, y no tienen
vínculos que los obliguen a “contentar” a los que detentan el derecho, por su
parentesco. Quien tenga en su vida este preciado don, que viva consagrado.
Llegamos, así, a captar que la
consagración no es un voluntarismo, sino una vocación. ¡No todos pueden con
eso!
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