Ex
40, 16-21. 34-38
Bueno,
hoy llegamos al final del Libro del Éxodo. Mañana pasaremos al Levítico, el
Tercer Libro de la Biblia, el centro del Pentateuco (la Torah). Vamos a leer
una perícopa tomada del último capítulo, con un fragmento que no se leerá, se
trata de Ex 22-33.
Dijimos
que, en los capítulos 25 – 31,11 YHWH le dio -a Moisés- todas las instrucciones
cultuales y todos los detalles litúrgicos. Hoy se nos refiere cómo Moisés
implemento al pie de la letra todas las instrucciones recibidas: los tablones,
los travesaños, las columnas, la cubierta, todo conforme a lo mandado.
La
Ley había sido pronunciado por YHWH, y su Palabra la establecía; su registro
escrito, las Tablas con el Decálogo, no son -stricto sensu - la Ley, sino Su
Testimonio. En el Arca lo que se puso fue el עֵדוּת [edud] “Testimonio” Material, de que esa,
y no otra, era La que Dios había pactado. Puso los “varales” con sus cinco cortinas,
como una especie de “aislante” -por así decir, entre el contenido y el הַכַּפֹּ֛רֶת [hak-Kappored]
“Sede de la Misericordia” “Propiciatorio”, que iba encima (flanqueado por los
ángeles que lo decoraban).
Viene
la parte que no se lee, donde Moisés pone la Mesa para los Panes, el velo, la מְנֹרָה
[Menorah]
“Lámpara de aceite de siete brazos”, el Altar de Oro, el Incienso Ardiente, la
Ante-puerta, y ofreció el Holocausto, todo según se lo había señalado el Señor.
Puso, frente a la Tienda del Encuentro, una fuente para “purificarse”
lavándose, y, todo alrededor, se definió como Atrio, o sea la “zona de patios”
que rodeaba la Tienda del Encuentro, donde el pueblo podía acceder para traer y
presentar sus ofrendas sacrificiales.
Retoma
la perícopa en el verso 34, para referirnos cómo, una vez satisfechas las
indicaciones estipuladas, se hizo Presente y la כָּבוֹד [Kabbot] “Gloria” del Señor lo llenó
íntegramente, de manera tal que Moisés no pudo entrar.
Así
-concluye el Éxodo-, señalando que Dios en Persona, los fue acompañando en
todas las etapas de la travesía del Desierto; y cuando la Nube reposaba, ellos
armaban su campamento; y, cuando la Nube se levantaba, de inmediato ellos
recogían sus bártulos y reemprendían la marcha, liderados por YHWH.
Sal
84(83), 3. 4. 5-6a y 8a. 11
Este,
muy a propósito, es un salmo de peregrinación. Se trata de un peregrinaje -como
el que hizo el pueblo con Moisés, dirigidos por el propio YHWH. Pero, en este
caso, no se va rumbo a la Tierra de Promisión- sino que el peregrinaje se
dirige al Templo.
Cómo
nos cuesta trabajo dirigirnos al Templo, la pereza -el Malo disfrazado de
flojera- se adueña de nosotros y toda clase de obstáculos se ponen frente a
nosotros. Cualquier otra actividad que se nos ocurra suena más atractiva que la
Visita a nuestro Amadísimo. ¿cómo es posible que nos cueste tanto trabajo ir
donde el que tanto nos Ama y al que tanto decimos amar?
Debería
ser motivo de jolgorio, deberíamos alegrarnos al límite de lo que cabe en
nuestro corazón. Para nada tendría que ser un “Mandamiento" de la Santa Madre
Iglesia.
Miren
lo que hay en el corazón del salmista y tratemos de explicar por qué no son similares nuestros sentimientos:
El
alma-dice él- se consume de anhelo por llegar a los atrios. Ellos no podían
entrar en la Tienda del Encuentro, tenían que quedarse en los atrios, sin
embargo, el corazón y todo su cuerpo se estremecían de gozo.
Hasta
loa pajarillos quieren vivir en el Templo y hacen sus nidos en el alar, también
la golondrina tiene un impulso reverente y se complace en anidar allí: es una
golondrina devota.
Los
sacerdotes, los levitas que viven allí, son supremamente dichosos, porque están
cargándose de su Fuerza, llenándose de su Poder Divino, constantemente. Se
gozan en su Presencia.
Y
si se sacan cuentas, es preferible una vida corta en el Templo que una larga,
pero alejados del Señor.
Unamos
nuestra voz y proclamemos también: ¡Qué deseables son tus moradas, Señor del
Universo! ¡Qué no diéramos por poder habitar en tu Santo Templo día y noche!
Mt
13, 47-53
A
veces nos encontramos con reiteraciones inexplicables: Tomemos por caso la
parábola del tesoro y la de la perla finísima, ¿no se trata de lo mismo? ¿no
están ambas encaminadas a decirnos que hay que saber reconocer lo valioso del
Reino para trabajar por él?
En
aquellas sociedades, se daba una división del trabajo mínima: normalmente o se
era pastor, o se era labrador o se era pescador. Quizás en las temporadas de
cosecha, algunos pescadores brindaban sus manos para ayudarla a recoger, pero
no eran especialistas en asuntos de sembrar, cosechar, arar, desyerbar. Quizás
Jesús dio dos versiones análogas, pero la una destinada a los labradores, y la
otra más cercana a la realidad de los pescadores.
La
parábola de la cizaña y la de la red que “recoge toda clase de peces, tiene
exactamente la misma sutil diferencia: ambas nos hablan de una tolerancia, de
una cierta paciencia, de los tiempos y los ritmos propios de cada realidad,
pero la del trigo y la cizaña está más enfocada a la lógica del labrador;
mientras que la de la red, es una parábola que nos encamina hacia la espera
paciente, pero mucho más clara para el pensamiento de los pescadores. En los
dos casos, se subraya que Dios no arranca la cizaña, ni aplica alguna técnica
de pesca que evite que peses pequeños o no útiles para prepararlos como
alimento, no cayeran en la redada; siempre hay que esperar al “final”, por tres
razones:
a) La lucha contra el
mal nos hace más fuertes y más astutos para el discernimiento del bien y el
mal.
b) Puede suceder, que
la Paciencia Misericordiosa del Señor, dé tiempo para que los malos cambien y
se dediquen a los caminos del bien. Así que la espera puede convertirse en una
oportunidad de Salvación.
c) Cuando Dios da
tiempo, nos regala la hermosa posibilidad de ponernos a Su lado y trabajar con
Él en la construcción del Reino, lo cual podría entenderse como una
anticipación de la cosecha, pero también una demostración fehaciente de nuestro
compromiso con la Alianza.
El
tema escatológico, está en el orden del día, como “lentes” indispensables para
la “visión” de los Misterios que aquí se Revelan.
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