SAN LORENZO. DIÁCONO Y MÁRTIR
2Cor
9, 6-10
Pablo,
en respuesta a la solicitud que se le había formulado, «En efecto, Santiago,
Cefas y Juan, que eran considerados columnas, al reconocer la gracia que yo
había recibido, nos dieron la mano a Bernabé y a mí en señal de compañerismo,
de modo que nosotros fuéramos a los no judíos y ellos a los judíos. Solo nos
pidieron que nos acordáramos de los pobres, y eso es precisamente lo que he
venido haciendo con esmero». (Ga 2, 9s). Así las cosas, San Pablo tenía por una
sería responsabilidad, hacer una colecta, que él no la llama así, el prefiere
llamarla Generosidad, o Gracia, o “diaconía en favor de los santos”, o “tesoro
de generosidad”; esta clase de tareas -son difíciles de asumir- porque la gente
empezó el chismorreo de que él se quería enriquecer de esta manera.
Propone
una sana emulación, señalando la redoblada y esforzada caridad de los macedonios,
la provincia griega al Norte de Acaya, la provincia del sur, donde estaba
ubicada Corinto, -entre las dos provincias se integraba Grecia- y les envía
esta carta para prevenirlos y no cogerlos con la guardia baja, que -cuando
llegaran los tomaran por sorpresa, sin haber recaudado nada-, y entonces
tuvieran que asumir la reunión de fondos con premura y, así iba a parecer que
los estuvieran esquilmando, que los estuvieran “extorsionando”. (2Co 9, 5d).
Les
plantea la cuestión de dar este servicio de solidaridad con Jerusalén
argumentándoles que “hoy por mí, mañana por ti” (Cfr. 2Co 8, 14s), y para
llegar a sus corazones, usa un dicho popular, a saber, aquel que reza: “A
siembra mezquina, cosecha mezquina, a siembra generosa, cosecha generosa” (2Co
9, 6).
Y
no es que estas comunidades vivieran refociladas en la holgura, sino que -como
siempre se hecha de notar- los carenciados saben hacer rendir sus penurias, y “añaden
más agua a la sopa para tener un plato extra para el necesitado”. Y -concluye
esta perícopa con una oración de Pablo al Cielo- ruega que Dios compense la
esforzada generosidad con multiplicados dones.
Sal
112(111), 1-2. 5-6. 7-8. 9
Otra
vez, nos hallamos aquí ante un Salmo de la Alianza. Que tiene relación con lo
que está enseñando San Pablo en la perícopa que conforma la Primera Lectura. Se
refiera a la generosidad, a la manera prodiga de compartir lo que se tiene, al
afán fraterno por solventar las necesidades del prójimo, empezando por las de
los hermanos en la fe.
Aquella
generosidad que pone en primer término al necesitado, aparece aquí como un
verdadero precepto de Dios y como síntoma sincero del Amor a Dios. Este enlace,
nos pone de presente aquello que nos enseña Jesús, que el Mandamiento Primerísimo
es una moneda de dos caras: se ama a Dios y eso se expresa, aterrizándolo en el
amor al prójimo.
De
nuevo estamos ante un Salmo Alefático, tiene 22 versos y cada uno inicia con
una letra del alefato. Es una estrategia poético-estructural para significar
que en este Salmo se condensa la totalidad de la Ley.
Guardar
la Ley no queda sin consecuencias, se suele decir que Dios no se queda con nada
ajeno, para indicar que Dios no permite que lo aventajemos en largueza: a) Dios
pagará haciéndonos prolíficos, así como a Abrahán le dio una descendencia más
numerosa que las arenas del mar, y nosotros somos granitos de esa arena, b) El
Señor permitirá que, en sus empresas, el generoso triunfe con abundancia y c)
la escolta y protección del Cielo serán constantes, y el Señor se ocupará de su
defensa.
Un
salmo de la Alianza ¿por qué? Porque nos muestra una partitura musical con
todas las notas para que nuestro sonido afine y armonice a cabalidad con la
música de Dios, así, tendremos un corazón sinfónico con la Melodía que el Señor
espera sepamos interpretar. Esta partitura es el himno a la fidelidad a los
caminos trazados por YHWH, esos que nosotros sintetizamos llamándolos “Caminos
de Santidad”.
Jn
12, 24-26
Gastarse
en la generosidad, en la entrega, en el servicio. Es nuestro desvelo por el
prójimo lo que materializa nuestra fe; lo que expresa la sinceridad del amor.
Quien no ama no conoce a Dios. (1Jn 4, 8ab). Si alguien se “dona”, está
haciendo realidad el discipulado, está siguiendo al Señor, con verdad. No es
necesario el martirio rojo, podemos andar caminos de santidad si hay desvelo y
aplicación, entrega y empeño en hacernos servidores: También llevan hacia Él
los senderos del Martirio Blanco.
Esta
parábola de la semilla explica de manera espectacular el significado de “bajar
a la tumba” para luego Resucitar en forma de “mucho fruto”. ¿Cuánto no ha sido
el fruto que seguimos nutriéndonos de Su Cuerpo, Su Sangre, Su Alma y Su
Divinidad?
A
veces decimos -como una especia de metáfora que hay un trasfondo de
antropofagia en este “comer a Jesús Eucarístico”, pero -en la Mistagogía de
esta Comida sacramental se debe clarificar que- no comemos su “materialidad”,
sino su Espiritualidad: su Bondad, su Magnanimidad, su Ternura, su
Misericordia. Y, al fundirnos en ese Amor, alcanzamos la co-corporeidad.
Él
puede habitarnos para que seamos su Templo, su Tabernáculo, su Tienda del
Encuentro, y camine con nosotros día y noche: Columna de Nube y Columna de
Fuego, respectivamente.
Se
realiza la profecía, Él se hace el Emmanuel, porque está con nosotros, está en
nosotros, nos inhabita; Él lo ha ofrecido y se realiza: allí donde Él esté
estaremos nosotros como avecillas del campo bajo Sus Alas -Sus Brazos Abiertos
en la Cruz-, como ovejitas de su redil bajo la protección de Su Cayado, como
Asamblea de Servidores que se empeñan en la construcción de Su Proyecto, de Su
Reinado.
¡Queremos
servirle? Seremos fruto de Esta Semilla y el Padre nos Honrará, nos
Glorificará. ¿Permite Señor que nos empeñemos, como aquellos dos griegos
-Andrés y Felipe- en servirte y ser mediadores de todos los que vengan afanados
en verte, y acercarlos a Ti.
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