Nm 12, 1-13
Moisés el más humilde de toda la tierra
Moisés se había casado con una cusita, es decir, con una
nor-africana, una etíope; según algunos era simplemente una manera peyorativa
de referirse a una madianita. La Ley prohibía los matrimonios con una pareja
que no fuera hebrea. Aquí encontraron buen pretexto para atacar a Moisés. Y
¿quiénes iban a la cabeza de la rebelión? Pues, como reza el adagio popular, no
hay cuña que más apriete que la del propio palo. Aarón y María, los hermanos,
encabezaban el alzamiento. Y, entre consigna y proclama intercalaban el
comentario que -al fin de cuentas- Moisés no era el único profeta y ellos
también habían profetizado. ¡Qué bonita familia si uno logra olvidarse de este
episodio!
Dios se enojó muchísimo con este incidente, los llamó a la
entrada de la Tienda del Encuentro y allí, les pidió cuentas y se encendió en
ira. Cuando la Nube de la Presencia se retiró, María tenía la piel blanquecina;
¡ahí sí! Aarón fue a pedirle cacao” a su hermano menor, reconociendo que habían
obrado con extremado desatino y Moisés, que no tenía ni pizca de arrogancia y
menos de rencor, rogó a YHWH por ella.
Ya nos habría de advertir Jesús: Y así el hombre tendrá,
entre los de su parentela, los enemigos más recalcitrantes. (Cfr. Mt 10, 36)
Sal 51(50), 3-4. 5-6b. 6c-7. 12-13
Hemos dicho que Dios en la Entrada de la Tienda del
Encuentro, ardió de ira y castigó a María dándole como herencia la lepra. ¡Muy
merecido castigo! Exclamaran muchos.
Este salmo -de súplica- nos pone a reflexionar. ¿Será Dios,
un papá malhumorado, de esos que reparten fuete a diestra y siniestra? y que,
tiene colgado un cable muy grueso, en una puntilla en el marco de la puerta de
la entrada para vapulear a sus críos ante la menor queja.
Históricamente hablando, hubo una escuela de la paternidad,
de la educación por el sadismo y donde las más sonadas características de un
buen castigo, aspiraban a lograr el llanto y el derramamiento de sangre. Entre las
víctimas de esa tradición, abundan los que proponen la continuidad de aquellas
torturas, que los niños aprendían para propinarlas a sus amiguitos más pequeños
o a sus propios hermanitos. Los partidarios de estas pautas “formativas” sacan
pecho para defenderlas argumentando que ellos no se traumatizaron y que gracias
a tales agresiones son rectos, correctos y honestos.
¡Hoy sabemos que Dios no pertenece a esta calaña! Hoy sabemos
que el Corazón de Dios no solamente es el Sagrado Corazón de Jesús, sino que
es, además, “El Señor de la Misericordia”. La suplica del salmo está contenida
en los versos 12-13, y se puede resumir leyendo estos dos versos:
Oh, Dios, crea en mi un
corazón puro,
renuévame por dentro
con espíritu firme.
No me arrojes lejos de
tu rostro,
no me quites tu Santo
Espíritu.
Mt 15, 1-2. 10-14
No los dejamos por abandono sino por
respeto a su libertad
“Encasquillarse” es una palabra muy curiosa que deriva del
lenguaje de los “armeros” que se referían con ella a un arma que se había
trabado porque la cascarilla de la munición la había atascado, obstruyendo el
mecanismo. La palabra se fue convirtiendo poco a poco en una definición
sintética para referirse a la situación por la que puede atravesar la mente y/o
el corazón para pasar adelante y seguir operando correctamente.
Una situación particular de encasquillamiento, es el
atoramiento en cierta rutina o rito o enunciado que, no permite a la fe
avanzar, y ofusca para poder alcanzar al nivel actual de la fe y su liturgia.
Les parece -y eso porque así se les dijo- que debía ser; una religión
eternamente igual, donde nada más que lo pasado debía repetirse con estricta
constancia. Nada debería cambiar en lo más mínimo, y si en quinientos años una
máquina reviviera a alguien o una IA hiciera un comparativo, todo tendría que
seguir siendo como era en aquel entonces, simplemente para que la IA le diera
el visto bueno. Se perdió el criterio correcto: aquello que propenda por la
vida, eso es lo que conduce a la Vida Eterna.
¿Cómo podría decírsele algo diferente a quien recibió aquella
cartilla? Si alguna vez hubo un catecismo, según ellos, ese tendría que regir
por toda la eternidad. Nadie tendría que saber nada más, ni que aprender algo
distinto por mucho que corrieran los tiempos. Y -téngase por muy cierto que,
los que aquello enseñaron lo hicieron de muy buena fe, aun cuando quizás hubo
alguno que no tanto, pero eso habría sido en un muy escaso porcentaje.
Ahora llega este Jesús, y quien sabe con qué autoridad se
permite rebajar las importantísimas normas de limpieza -tan intrínsecamente
ligadas a la liturgia mosaica- y pretende que Él y los suyos se exceptúen de
tan caros cánones. ¿Por qué, los discípulos de Jesús no se lavaban las manos
como se venía haciendo? Si los fariseos y los escribas, los tan estudiosos de
las Escrituras, lo habían reglamentado así, incluyéndolo en alguna de los
cientos de Leyes.
Jesús invierte el eje de esta Ley, es el eje directriz que
debe ir al revés: no es lo que va de afuera hacia adentro, sino lo que de
adentro brota; es por lo que da como fruto la persona, y no por lo que absorba
por la raíz, que ya el propio metabolismo lo procesará para transformarlo.
El problema de los guías ciegos no tiene que desolarnos, pero
si nos llena de compasión, porque un ciego siempre -inevitablemente- condenará
a la caída a quien lo siga; ellos nos duelen por el mal que acarrearan a los
que ingenuamente los acepten. Por los que se obstinen, no nos tenemos que
afanar, será el Padre celestial quien ordene arrancarlos, a su debido tiempo y
sus ángeles los arrojaran al fuego eterno o -a quienes hayan logrado seguir le el paso al Salvador, los llevaran a los Graneros
Celestiales. Lo triste es que aquellos serán ocasión de que muchos terminen en un
hoyo.
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