Dt
34, 1-12
Hoy
tenemos una perícopa sacada del Deuteronomio, se trata del capítulo final de
este Libro, y con ella concluimos nuestro Lectura del Pentateuco. A partir de
mañana leeremos del Libro de Josué, por tres días, del jueves al sábado. Hoy
vamos a leer la muerte de Moisés.
El
planteamiento de la perícopa de hoy nos hace pensar que Dios emplazó a Moisés
en este lugar específico y determinado para, desde la altura del Monte Nebo
-desde la altura del פִּסְגָּה [Pisgá]
que significa “hendidura”, quizá porque la cumbre del Nebo está formada por dos
picos separados por una grieta, desde allí se puede visualizar hasta Engadí, al
sur del territorio Israelita, mostrarle a la distancia el panorama de la Tierra
Prometida, como una firme demostración de que nada de lo prometido se había
incumplido, y todo cuanto se vaticinó a los Patriarcas: Abrahán, Isaac y Jacob,
le fue permitido contemplarla en la distancia, más no le fue posible hollarla
con sus propias plantas; y, después murió.
Sus
despojos mortales fueron sepultados en el valle -estepario- de Moab, pero la
ubicación precisa de su tumba sigue siendo un enigma arqueológico. Se hizo
duelo por Moisés durante treinta días, y luego, se volteó la página para
empezar a escribir la historia de Josué, a quien Moisés trasmitió el mando, por
medio de la “imposición de manos”.
Josué
será mostrado como un Segundo Moisés, pero, hoy, al cerrar las páginas del
Pentateuco, nos encontramos de plano con la aseveración de que como Moisés no hubo
otro. A nadie le habló Dios con esa cercanía, con ese nivel de amistad, con esa
entrega tan exclusiva de Su Glorioso Nombre, ni a otro le mostrará el Rostro,
como Zarza que arde sin consumirse.
Habrá
que esperar al Nuevo Testamento, donde Mateo nos mostrará en su Evangelio quien
es el segundo Moisés.
Sal
66(65), 1b-3a. 5 y 16-17
Salmo
de Acción de Gracias, Dios ha actuado como un Dios de largueza hasta el
derroche, como un Papá Regalón, el salmo se esfuerza en expresar la gratitud
que merece tanta Munificencia. Pero no son gratitudes desligadas de la
liturgia. Los ritos del Templo señalaban el momento de dar rienda suelta a los
reconocimientos. Similar al ofrecimiento eucarístico cuando se ofrece la
Eucaristía por los “favores recibidos”, lo que tiene su momento y no se hace,
cuando a uno se le ocurra, o, en plena liturgia, alguien empieza a dar
testimonio del bien que Dios le concedió. ¡No, se pide al Sacerdote, para que
en el momento previsto en la liturgia, se mencione y se agradezca.
Son
sólo dos estrofas:
En
la Primera, se convoca al agradecimiento a todos los vivientes en la tierra,
porque Dios realiza “obras יָרֵא temibles”, este “temibles” hace alusión a que son descomunales,
podemos hablar de “portentos”, que asombran hasta el temor. ¡Son atemorizantes!
Cuando algo se sale de lo normal y se exagera, llega a rayar en lo temible. Y,
es precisamente por ese Poder que Dios demuestra tan descomunal, que los
adversarios “tiran la toalla”.
La
segunda estrofa agrupa 3 versos. Llama para que se congreguen a admirar las
proezas del Señor, que Él hace en favor de los humanos; pero concluye
convidándolos a oír su testimonio -el del salmista- que quiere señalarles lo
que ha hecho -en particular- a su favor personal. Hay pues un cambio de
persona, de tercera persona, invitándolos, pasa a primera persona, para
ofrecerles narrar lo que él ha recibido favoreciéndolo.
El
verso responsorial nos descifra cuál es ese favor que el salmista testifica:
que le ha devuelto la vida, lo que se puede resumir con una sola palabra, lo ha
“resucitado”.
Mt
18, 15-20
Esta
parte del discurso eclesial puede perfectamente dividirse en dos apartados:
a) El tema de la
“corrección fraterna, donde la idea y el objetivo no apuntan al castigo, ni al
escarmiento, sino a la edificación de la comunidad, a la Reconciliación, es
cuando alguien “nos ha ofendido”.
b) La autoridad y la
potestad de la Iglesia está respaldada por Jesús.
La corrección fraterna comprende tres pasos,
1) La etapa personal y
privada, donde se procura resolver sin hacer crecer el asunto ni que pase a
mayores.
2) Pero si eso no basta, ahí si se incorporan
“testigos”, personas ecuánimes que ayuden a solventar. Nunca se procura el
escarnio.
3) Finalmente, cuando
no se ha conseguido nada; se informa a la comunidad, porque las medidas que
habría que acuñar, irían en detrimento de toda la ἐκκλησίᾳ [ecclesia] comunidad.
Por
eso todos deben estar al tanto. Sí no se lograr el re-direccionamiento
necesario, se procede a la “excomunión”. La persona será tratada como “un pagano
o como un publicano”. La pertenencia a la Comunidad eclesial está en
dependencia total del cumplimiento, del respeto hacia los otros miembros de tal
comunidad. El que contraviene, el que no acepte la corrección, aquel perderá su
pertenencia.
En
el segundo apartado se recibe respaldo y autoridad para:
i) Prohibir y/o
permitir, condenar y/o absolver: es una autoridad en el área espiritual.
ii) Pedir cualquier
cosa a nombre de la Comunidad (eclesial) donde no tiene que haber una multitud,
ya con dos o tres que estén presentes hay קָהָל [qahal]
“Asamblea de Dios”, porque allí estará su Presencia.
Aquí
el tema es complejo y la exegesis delicada. La corrección fraterna muchas veces
se falsea y se construyen guetos para acorralar a otros y torcer la fraternidad
y disculpar errores que dañan e intoxican a la Iglesia; no pocas veces a las
personas se las aleja y se las margina, porque algún grupúsculo se enfrasca en
cierto fundamentalismo y presiona para sostener supuestas “tradiciones”.
Todos
somos responsables de la sinodalidad, todos la tenemos que cuidar: hay que
fomentar buenos climas de dialogo -sin hipersensibilidades- y, claro está,
proponernos superar la cerrazón, defendiendo las verdaderas tradiciones. Que no
haya roces y tiranteces entre diversos ministerios y servicios. Nos parece que
hay valores “innegociables” que son los pilares de la Iglesia: el amor, la
verdad, la fraternidad y la justicia. Ninguno de ellos cuatro estará por
debajo.
Hay,
además, lastimaduras y heridas que viene de muy atrás y cuya sanación no
podemos obliterar. Nuestras Comunidades son piezas del Reino, articuladas
-formando el Cuerpo Místico- todas valiosas, a veces, bosquejos muy difuminados,
todavía muy primarios. Roguemos al Cielo para crecer, pero no dejemos oculta
-detrás de las plegarias- nuestra parte en la responsabilidad de esa
maduración.
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