Jos
24, 14-29
Llegamos
al final-final del Libro de Josué. Ayer leímos el capítulo 24, 1-13. Hoy
retomamos allí, donde dejamos y nos ocupamos del desenlace de este discurso de
renovación de la Alianza, teniendo presente que había recién llegados, gente
que se les añadió y se hicieron de confesión israelita- ellos hasta ahora se
están “aliando”. Todavía habrá cuatro versos adicionales, (Jos 24, 30-33) que
se ocupan de la muerte de Josué y de אֶלְעָזָר [Elazar], “Dios ha ayudado”, o “Dios es mi
ayuda”, el hijo de Aarón, a quien había sucedido en el cargo de Sumo Sacerdote.
En Josué hubo un “embrión” mesiánico, recordemos que el nombre Josué está
directamente conectado al nombre Yeshua, Jesús, por su significado etimológico
hebraico, ambos significan, “Dios salva”
El
relato que conforma este discurso resulta sumamente significativo, porque
quiere confirmar el hecho de que hubieran adquirido aquel territorio, mostraba
el poder de Dios tras todo aquello, y desenmascara que no fueron los hombres,
ni los que combatían ni los que comandaban, lo artífices de la Victoria, sino
sólo Dios su Protector. Uno podría pensar que Dios les entregó una tierra ya
amoblada, con casas y cultivos. Basto con el esfuerzo de “conquistarla”, que,
si se recibe todo como puro don, nos hacemos “malcriados”. Uno descubre en el
Libro de Josué un permanente ritornelo:
Dos
son los temas dominantes:
1) Un optimismo no
perezoso, no “atenido”. Confiar, ¡no temer! Pero una fe diligente.
2) Exhortación y
promoción para no decaer en la fidelidad a la Ley, caminar siempre en pos del
Arca, cuyo contenido era el decálogo, como tablas de la Ley, y no sólo del
Decálogo, sino de la Torá entera.
En
Josué se retoma una y otra vez ambos asuntos, con leves variaciones que no modifican,
sino que refuerzan y encarecen.
Hay
un tipo de pensamiento muy cómodo -que se disfraza como muy potente- y es aquel
que divide el mundo y toda la realidad en dos polaridades opuestas, así, lo que
no es blanco, es automáticamente negro, este “binarismo” es, en resumidas cuentas,
un “maniqueísmo”; detrás de su aparente lógica hay un gravísimo error, ignora
la existencia de toda la gama de los grises, y de los otros colores. Ahora
bien, inmediatamente se hace notar lo anterior, suele salir a relucir un
argumento “contundente”, la gente no alcanza a distinguir esa multiplicidad de
tonalidades, así que lo que hacemos es confundirlos; mejor, dejemos sólo el
blanco y el negro, así, todo es más sencillo.
“Yo
y mi casa serviremos al Señor” dijo Josué, y el pueblo respondió: “Lejos de
nosotros abandonar al Señor para ir a servir a otros dioses” ... “También
nosotros serviremos al Señor, ¡porque Él es nuestro Dios!” … “Al Señor nuestro
Dios serviremos y obedeceremos su Voz!”
Josué les hace notar que si incurrían en paganismo Dios les daría la
espalda y sólo cosecharían castigo. Pero, en vista del compromiso que el pueblo
argumentaba insistentemente que iba a respetar, Josué escribió las Leyes de
esta Alianza en el Libro de la Ley de Dios (esta es la “Segunda Ley”).
¿A
quién escogió Josué como testigo de esta Alianza?, ¿quién sería el encargado de
sostener en su memoria lo que Dios les había hablado y la respuesta con la que
su pueblo se comprometía? ¿Cuál sería el documento notarial que cualquiera de
las partes podría exhibir, si llegara a ser necesario llevar al tribunal una
reclamación de cumplimiento? ¡A una piedra! “esta piedra será testigo”.
El
lunes y martes (es posible que el episodio previsto para el martes -el que
narra la historia de Gedeón-, no se lea, porque ese día cae la celebración de
María Reina, que tiene sus propias Lecturas) de la próxima semana, haremos un
breve visita al Libro de los Jueces, y con ella, dejaremos el Antiguo
Testamento; y empezaremos a estudiar las “Epístolas”, hasta finales de
septiembre, en la Vigésimo quinta semana del tiempo ordinario, cuando
trabajaremos los profetas.
Leer
el Libro de los Jueces es darse cuenta que Dios tuvo que mostrar la “piedra
testimonial” muchas veces. Y de tanto trasegar con ella, del Santuario al
Tribunal, y viceversa, la piedra se descascaró. Pero esto no se puede entender
de forma maniquea. Cuando Dios hace Alianza, no la hace pensando en el
“castigo”, la hace para perseverar en ella. Y crea, cada vez un “Nuevo Camino”,
abre una “Nueva Puerta”, no se dará por Vencido, porque Él Creó con una
Proyección Exitosa, muy a pesar de nuestros tantos descalabros. Dios no se
puede capturar en el dilema “premio-vs-castigo”, “Cielo o infierno”. No
aceleremos nuestras declaratorias del “fracaso de Dios”, sino, Glorifiquemos su
Paciencia-Tenaz para con nosotros, porque Él es Salvador, como nos lo muestra
su Hijo.
Sal
16(15), 1b-2a y 5. 5. 7-8. 11
Salmo
del Huésped de Yahvé. Entramos en las Moradas de Dios y rogamos que el Señor
sea nuestro Anfitrión. Queremos insertarnos en el Misterio, e in-habitar en su
Amor. Somos un pueblo de Sacerdotes, Profetas y Reyes llamado a vivir -no en
palacios- sino en el Templo. Porque sabemos que todo depende de la fidelidad a
la Alianza.
Llegar
a vivir en el Templo es disciplinarnos para querer escuchar en todo momento su
Voz, su Palabra, su Magisterio. Para no fallar el derrotero, tenemos que
repasar de seguido, qué es lo que Dios quiere, y tenemos que hacernos a la idea
de ser obedientes a sus Enseñanzas. En su Santuario queremos refugiarnos, su Templo
es nuestro Asilo. Le suplicamos nos conceda asilo espiritual bajo sus
campanarios, en su Sancta Sanctorum.
Entregarnos
por entero a Él, confiarnos en Sus Manos, atenernos a Su Santísima Voluntad
porque lo que Él tiene señalado para nosotros será lo mejor que nos puede
ocurrir. Su Plan Salvífico es nuestra Copa de Salvación. ¿A quién temeré?
¿Quién me hará temblar? (Cfr. Sal 26, 1). ¡No estaremos dudando, no sufriremos
de incertidumbre! El Señor a toda hora está a mi cuidado, Él me pastorea. Él es
Buen Pastor y redil seguro para todos nosotros sus “ovejitas”.
En
mi mano derecha no llevo ni espada, ni puñal, ni dura roca; en mi mano derecha
lo único que llevo es el Santo Nombre de Dios, Mi Salvador. Si Tú estás a mi
derecha estaré blindado por todos lados, Tú, Señor me has entregado el mapa del
Tesoro, y yo puedo andar con certeza las sendas que me llevan a Ti. ¡Te glorío
por tu Infinita Bondad!
Repito
sin cansancio, por la mañana, por la tarde y mientras duermo: ¡Tú Señor, eres
el lote de mi heredad!
Mt
19, 13-15
En
Mt 18, 3 leímos: “Les aseguro que, si no se convierten, y se hacen como niños,
no entrarán en el reino de los Cielos” O sea que es esencial que nos hagamos “como
niños”, pero ¿en qué aspecto? Jesús les contesta a qué se refiere: “El que se
haga pequeño como este niño…”. ¡Ah, o sea que, la cuestión es hacerse bajito!
¡Encogerse!
¿Recuerdan
el relato del diálogo con Nicodemo, cuando Jesús le dice “te aseguro que, si
uno no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios”? Y, Nicodemo, entiende
esta afirmación como la urgencia de regresar al vientre materno para “nacer de
nuevo”. Esta clase de mal entendidos pueden darse, al leer la Sagrada
Escritura, y podemos quedarnos en nada, y hacer que la Palabra quede estéril.
Pensemos
un poco, ¿en qué consistirá la στραφῆτε [strafete] “se vuelven”, “conversión”, a la que
llama Jesús? ¿En qué aspecto tiene que darse este “hacerse como niños”? Esta
conversión no es la de darse media vuelta para coger el camino correcto, sino
la de actuar conforme actúan los niños. Pero los niños actúan de formas muy
diversas, son juguetones, a veces desordenados, algunos son destructores,
algunos son muy “religiosos” y asumen conductas piadosas, otros son muy “musicales”
y cualquier lata o cualquier frasco lo pueden convertir en instrumento musical.
¡En qué dirección apuntaba Jesús? ¿A qué rasgo de la personalidad infantil miraba?
A
veces queremos hacer ver que los παιδία [paidia] niños pequeños, -que todavía
no pueden acoger la preceptividad de la Ley y que, por tanto, todavía no han
tenido su bar/bat mitzva (hijo/hija del precepto)- son puros, ingenuos. Indudablemente
suena muy bonito, es muy “poético”, pero ¿será en esa dirección que se está
fijando Jesús?
Observemos
que Jesús los reviste de todo su poder y autoridad, y en eso es en lo que se fija
esta perícopa, en la que lo central consiste en que Jesús les impone las manos.
Si Jesús consigna aquí esta trasferencia
de mando, cuál será el poder con el que Jesús crea a los niños, con una
institución que es cuasi-sacramental, es -podríamos decir- algo muy cercano a
una “ordenación sacerdotal”. Algo esencial, en los niños de esta edad- es que
son sustancialmente “hijos”, es decir, lo más destacado es que se comportan
como hijos. Todo en ellos es provisto por sus padres. Ellos aún no cuidan de
sí, son sus progenitores quienes “ven por ellos”. Sus padres “deciden” todo por
ellos y ellos -a quienes todavía no se les ha alborotado la glándula de la
autonomía y la rebeldía- aceptan lo que sus padres deciden para ellos.
Un
niño a esa edad, ama -con todas sus fuerzas, a la familia y se fía por entero
de sus padres. Un niño, antes de los 12 años, está abierto al acatamiento, y al
tiernísimo amor por sus papás. Su rasgo primario es su “hijidad”, su ser “filial”.
Admiran a su papá y para ellos son la máxima autoridad, lo que ellos dicen está
por encima de lo que dice cualquier otra fuente y autoridad, no consultan el “internet”,
prefieren como más seguro y más fiable lo que diga el papá; además, sus padres
son sus superhéroes, nadie es más fuerte ni más “bonito”, que su papá. Nosotros
creemos descubrir que es en esa dirección que apunta el cambio recomendado por
Jesús. Que sean como Él mismo es, totalmente entregado al Padre-Celestial y
absolutamente enamorado de Él.
¡Hacernos como "niños" ante Dios, que es Padre nuestro!
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