Ex
34, 29-35
Según
con quien nos relacionamos, así también reflejaremos sus luces o sus sombras.
Lo que llevas en el corazón tiene una similitud con el sol: si te expones a él,
un poco, te bronceas, si te expones con frecuencia, vas dorando tu piel, si
abusas de la exposición te insolas. Si andas con gente viciosa, es posible que
algo de la cizaña se te pegue. Si andas con gente perversa, aumentas, a niveles
exponenciales, el riesgo de convertirte en uno de ellos. Si lees vidas de
santos, los llegaras a admirar, al principio, sólo destacaras en tu mente sus
virtudes, pero poco a poco te invadirá la envidia santa de querer parecerte, y
así, aun cuando sea de manera muy paulatina, empezaras a practicar esas
cualidades y tendrás de manera constante en tu pensamiento, la idea de lo bello que es ser así, un "agradador" de la Voluntad de Dios.
Moisés
-de quien hemos leído en estos días- que pasaba prolongadas temporadas de
retiro a solas con Él, ganó para su rostro, un brillo similar al del Señor. Un
destello tan intenso que tenía que ser cubierto con un velo, cuando se
relacionaba con los de la Comunidad, y, cuando regresaba ante la Presencia, se
volvía a descubrir, permitiendo que ese esplendor lo impregnara más.
Así,
resplandeciente, no se atrevían a acercarse a él, pero, los jefes de la
Comunidad sí. Podemos inferir que la asamblea de los Ancianos podía entender
que aquel brillo era Gracia, que él estaba imbuido del Amor que Dios le daba,
que aquel Brillo no era para mal, que no iban a morir si lo miraban.
Por
el contrario, hablamos de la oscuridad de alguien para referirnos a la maldad
que muestra. Podemos inferir que de allí derivó la costumbre de llamar
brillante a alguien que logra de manera excelsa, alcanzar la plenitud de su
realización: Una mente brillante, un violinista brillante, un inventor
brillante, un brillante escritor. Alguien, en fin, que refleja y transparenta
el Favor de Dios. No es una conquista personal, no es para envanecerse. ¡Es
para gloriar a Dios, que tanto bien nos concede!
Y
ponerse velo es una muestra de sencillez, de recato, de modestia. No se brilla
para herir los ojos del prójimo; más bien, casi para insinuarle que también
está a su alcance arriesgarse a amar al que es Puro Amor.
Josué
-a quien mencionamos ayer por la primera vez- ejemplifica esto último: él se
exponía con total continuidad al Destello Inenarrable, a la Shekhina,
y mereció llegar a ser el sucesor del liderazgo del pueblo de Israel, y llevar
a su gente -por fin- a la tierra prometida.
Sal
99(98), 5.6.7.9
Este
es un Salmo del Reino. Nos llama a ensalzar el Rey de reyes, Señor de señores.
El Salmo va avanzando hacía el Trono del Rey y cuanto más cerca esta, más clara
es la evidencia: Este Rey es Santo. Es Tres-Veces-Santo.
Ante
todo, su Reinado de Santidad nos llama a postrarnos ante Él y sólo ante Él.
No
es un rey que se hace el sordo. No es un Rey que -poderoso ejecutivo- está muy
ocupado para oírnos, al contrario, siempre nos escucha; Él nos pide escuchar,
precisamente porque es su don Excelso, escucharnos
Hoy
la perícopa nos permite constatar su Presencia Fiel. Él se da a conocer en la
Columna de Nube -que mejor que una nube que servía de constante parasol en el
desierto, donde el sol es insoportable. Ser Nube durante el día, cuando el sol
requema, y ser Columna de Fuego para derrotar la oscuridad y atemperar contra
el intenso frio nocturno, es la Ternura de un Rey-Paternal.
קָ֝ד֗וֹשׁ [ka dos guos] es la expresión hebrea para “santo” [kadosh]. El salmo concluye, que YHWH es Santo, Él es אֱלֹהֵֽינוּ [Eloheinu] “Dios”.
Mt
13, 44-46
No
todo
el que
me dice:
«Señor,
Señor»,
entrará
en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre
que está en los cielos.
Mt 7, 21
Jesús
no se anunciaba a Sí mismo, Jesús trajo una propuesta: lo que anunciaba Jesús
era Su Reino. Este conjunto de parábolas que hemos venido considerando en el
capítulo 13 del Evangelio según San Mateo, nos muestran diversas facetas,
diversas caras de ese poliedro, para que nos hagamos a una idea. El Reino de
Dios es algo tan grande que no es fácil aprehenderlo; pero Jesús -como lo hemos
venido diciendo- apela a una herramienta extremadamente eficaz: las parábolas.
Habrá que decirlo una vez más, las parábolas son claras para los corazones y
las mentes sencillas. Por el contrario, son arrevesadas e inextricables para
los soberbios y prepotentes.
Un
detalle muy claro es que para buscar algo tenemos que tener el “entrenamiento”
mínimo para discernirlo. No podemos buscar y mucho menos ayudar a construir,
algo que no sabemos qué y cómo es. Por ejemplo, si no sabemos cómo es una
perla, ¿podemos buscar una, podemos -llegada la buena suerte de encontrar una-
justipreciarla, aquilatarla? Probablemente, diremos esta piedra es una bolita
rara, tiene una esfericidad peculiar, y produce uno que otro destello al
reflejar el sol, parece -un poco- a las canicas que usan los niños en sus juegos.
Es, también muy probable- que la desechemos como inútil, o a lo sumo, se la
daremos a un niño, como juguete.
¿Qué pasa si al cavar encontramos un horcón lleno de morrocotas, pero no sabemos
que son morrocotas? Seguro que empezaremos a renegar, ¿cómo se le pudo ocurrir a
alguien enterrar un cofre en medio del campo que casi nos daña la pala? Quizá
desparramemos el contenido por ahí, sembrando -junto con lo desperdigado- un
par de frases de enojo. Y, ni por la mente se nos atravesaría la idea de
volverlo a enterrar -discretamente- e ir y venderlo todo y comprar aquel campo
para que el tesoro nos llegara a pertenecer en legitimidad.
Quizás
la vida nos regala -con regular frecuencia- oportunidades de ayudar a construir
el Reino; es posible que, de vez en cuando caiga en nuestras manos un retazo de
ese Reino, pero nuestra mirada neófita es incapaz de detectarlo. Solamente el
“comerciante en perlas finas”, el especialista, tiene la capacidad de reconocer
lo que se ha encontrado.
No
basta que Dios nos haya entregado su Ley, si no estamos entrenados para
comprometernos en su cumplimento. De nada vale que gritemos a los cuatro
vientos la Santidad de Dios si no sabemos aquilatar la bondad de sus Dones y
Regalos y darnos a la tarea de atesorarlos.
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