1Tes
1.1-5. 8b-10
Desde
hoy, y hasta el 5 de septiembre, exceptuando mañana, Martirio de Juan el
Bautista y el Domingo 3; -siete días en total- nos consagraremos al estudio de la
Primera Carta a los Tesalonicenses.
Esta
es la Primera Carta que escribió San Pablo, o, por lo menos, la primera que se
ha conservado: Dos acotaciones hay que hacer. La Primera lo que hace de ella el
documento Bíblico del Nuevo Testamento más antiguo, estamos hablando del año 50
ó 51 de nuestra era. Especial atención de que sus destinatarios son una
comunidad predominantemente greco-cristiana, no judeo-cristiana; y, la segunda,
que hay una especie de autoría conjunta, podemos decir de alguna manera que son
co.-autores Silvano y Timoteo. Inclusive, algunos investigadores opinan que
también Lucas se les habría juntado. Cuando San Pablo pasó por aquella región
-la primera vez, en el año 49- estuvo un breve tiempo, dejó configurada una
comunidad creyente y -en un promedio de tres meses- sin embargo, se vieron
acosados puesto que la predicación hablaba de un Señor -distinto del César-
desatando la persecución y obligados a partir, dado que las autoridades
comenzaban a alarmarse con esta prédica que anunciaba un Mesías, un Rey
alternativo.
Podemos
visualizar la carta con sus cinco capítulos como una obra musical con dos
grandes movimientos, entre los cuales hay unas plegarias que abisagran los dos
grandes movimientos. Hoy vamos a analizar la Oración introductoria que contiene
un saludo y una acción de gracias. Curiosamente, en el vocativo no se nombran
las Tres Personas Trinitarias, sólo el Padre y el Hijo. Pero el Espíritu Santo
no está ausente, San Pablo lo menciona para señalar que la obra preferencial
que se ha realizado con ellos – el Anuncio de “nuestro Evangelio” no se dio
como un prodigio de los oradores hábiles que lo llevaron a cabo, sino que
estuvo impulsado por la fuerza del Espíritu Santo (1Tes 1, 5cd)
Cosas muy lógicas debieron suceder: a) San Pablo, como estuvo apenas tan poco allí, dejó a los Tesalonicenses con solo los rudimentos catequéticos, no alcanzó a explicarles mejor; b) seguramente que Pablo, pasaría noches en vela meditando sobre el destino de esta comunidad , que eran como sus primeros “hijitos” en la fe, y desvelado por no haberlos dotado de bases más profundas.
Cuando
Silas y Timoteo, alcanzaron a Pablo en Corintio le contaron seguramente lo que
estaba pasando con los tesalonicenses, así que Pablo tomo su pluma (o dictó) el
contenido de esta epístola.
Hay
acción de Gracias porque no ha sido por accidente o por casualidad que ha llegado
la proclamación del evangelio hasta ellos, sino que la llegada de la palabra y
la acogida encontrada, son precisamente signos de la ἐκλογὴν
[eklogen] “elección” de
Dios que los tomo como dignos destinatarios del anuncio.
El
instrumento primordial de este Anuncio fue la honestidad, la rectitud del
comportamiento de los evangelizadores; Pablo señala tres rasgos fundamentales
de la acogida del Anuncio y a cada uno lo matiza adjetivándolo:
a) ἔργου τῆς πίστεως [ergon
tes pisteos] “el trabajo de vuestra fe” o sea “Fe activa”.
b) κόπου τῆς ἀγάπης [kopon tes agapes], “Amor esforzado”; “el puñetazo noqueador de su amor”
c) τῆς ὑπομονῆς τῆς ἐλπίδος [tes ypomones tes elpidos] “La firmeza
de la esperanza”, “Perseverancia en la esperanza”.
¿Qué
ha salido de ello? Dos cosas, la primera que abandonaron la idolatría; y, la
segunda que se han consagrado a servir al “Señor”, mientras se mantiene fieles
esperando el Día de su retorno” Ya aquí se anuncia lo que será medular en esta
carta, que la constituye en una epístola escatológica: ¡la convicción de que el
Hijo de Dios, Jesús volverá (en la que llamamos Su “Segunda Venida”)!
Sal
149, 1bc-2. 3-4. 5-6a y 9b.
Un
himno es una alabanza. Este salmo hímnico nos entrega seis verbos que integran
la constelación hímnica, y así, se nos clarifica mejor qué es un himno: Cantar,
alabar, celebrar (es decir reunirse a loar), alegrarse, danzar y tocar los
instrumentos típicos del jolgorio. Aquí, se está cantando -detrás de un
elemento metafórico, un carnaval de victoria- el regreso de los guerreros que
vuelven vencedores, que traen sometidos y encadenados con grilletes a los
pueblos rivales.
Para
entender el Salmo, conviene tener en mente que es el penúltimo del salterio.
Dios va llamando a sus “fieles” y les entrega sus condecoraciones, su fidelidad
es premiada, y se experimenta el gozo escatológico: es la Victoria Final, ya no
habrá más luchas, todos los enemigos fueron sometidos, Dios se hizo cargo, pero
el distribuye a todos el “botín conquistado”, no quiere nada para Sí, todo es
para su Amado Pueblo, muy particularmente para los que tanto tiempo sufrieron
los rigores de la pobreza. Los pobres reciben la presea de la victoria,
reservada a los “humildes”.
La
perícopa se organiza en tres estrofas:
1) A propósito de esta
Victoria Final, se requiere la composición de un “Cantico Nuevo”; esta
situación de Victoria definitiva requiere que se escriba un Salmo Diferente: Un
salmo que haga que todos tomen consciencia de haber llegado a la Cúspide
Histórica. La justica.
2) Alabanza para Dios
nuestro Señor, Él ha honrado su Santo Nombre entregando la Victoria a los
sometidos de siempre. Ha invertido la situación.
3) Los que no conocían
ni por asomo la sonrisa de la Victoria, aquellos que siempre habían tenido el
cuello sujeto por las cadenas, Dios los ha coronado, ha puesto en sus cabezas
la Corona de laurel.
Cada
estrofa, nos asombra, quedamos “de una pieza”, era lo profetizado, pero no lo
podíamos imaginar. Tal es el Amor de Dios por su pueblo. ¡Leámoslo con cuidado!
¡Sí es exacto lo que se dice aquí?
Mt
23, 13-22
Qué
pasa cuando leemos en esta perícopa “¡Ay de vosotros, maestros de la ley y
fariseos!”, pensamos que pueden pasar varias cosas, quizás uno reflexione, no
soy maestro de la ley ni fariseo, seguramente esos eran los “malvados” de la
época, con razón Jesús les arrostra tan severo reproche, y -de alguna manera-
nos consolamos pensando que no es con nosotros, y que ¡qué gente aquella! Cuando dolor causaban al Señor. A veces,
hasta prolongamos la búsqueda de “culpables” y -para actualizar el mensaje
decimos, los habrá por ahí, la ralea de los que hacen fracasar este bonito
proceso hacia la edificación del Reino. En el esfuerzo de ahondar en la
comprensión, casi siempre llegamos a la frontera donde uno termina diciendo -a
la manera de Judas- ¿seré yo Maestro? (Cfr. Mt 26, 25)
Veamos,
¿quiénes eran los fariseos y los maestros de la ley? Los que más frecuentaban
el Templo, los que hacían el esfuerzo más notable por acercarse a Dios y
cumplir “todas sus leyes”… Mmmu, ¿Qué tal? Puede que esto si este enteramente
dirigido a nosotros. Lo que fallaba no era la buena fe, ¡fallaba el enfoque!
Vamos a conjeturar que lo que Jesús se propone no es condenarnos, ni
maldecirnos, ni descartarnos.
En
Mt 5, 3–12 -prácticamente desde el principio del Evangelio- ya Jesús había
entregado el buen enfoque. Nos había iluminado por dónde ir hacia el Reino. Lo
curioso es que tengamos tan rotundamente impermeabilizados los sentidos que
habiendo recibido “las llaves”, seguimos dando palos de ciego. Lo que se
propone es repasarnos la lección, desde otra postulación, desde otra manera de
enunciarlo. Ya lo había entregado como bienaventuranzas, ahora nos lo va a
refrendar como malaventuranzas:
Podríamos
sacar ahora el elenco de lo que no es conducente, porque quizá lo que Jesús
quiso señalar era poner en evidencia los puntos de “desenfoque”, entonces
enumerémoslos:
i.
Cerramos el Reino de los Cielos a los hombres. Parece que
nos paramos en la puerta y ni entramos ni dejamos entrar.
ii.
Nos hacemos reclutadores y ponemos nuestro esmero en estar
en el “equipo” de los “anunciadores”, de los “proclamadores”.…
iii.
Afirmamos que “jurar por el Santuario, o por el Altar es
fútil.
iv.
Que el asunto está cumplido con abonar el diezmo
v.
Nos quedamos en la limpieza externa de “la copa”.
vi.
En la parte interna, si uno va a revisarse, encontramos
iniquidad e hipocresía.
vii.
Hacemos monumentos para los Santos y los Mártires, y
aseguramos -con pies y manos- que, si hoy en día apareciera alguno, seriamos
los primeros en unírnosle y defender su causa, la de Jesucristo.
Queremos
insistir que el problema no está en no tener la “Luz”, sino en mejorar la
manera de dirigir el “Reflector”. Pensamos que, ahora, lista en mano y con toda
honestidad, tenemos que confrontarnos con el listado y ver cómo nos ayuda a
detectar el desenfoque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario