Am 3, 1-8;
4, 11-12
Dios tiene al profeta para pasarnos preaviso
Al
analizar la obra de Amós, los exegetas encuentran cuatro piezas, cuatro
fragmentos bien definidos: en la primera, que abarca desde 1,3 – 2,16 el
profeta pronuncia oráculos contra los pueblos extranjeros. En la segunda parte
que se extiende desde 3,1 – 6,14 se proclaman los oráculos contra el propio
Israel.
Hay
una voz de denuncia en los profetas que mucho incomoda a los impíos. La función
del profeta es también la denuncia, porque cuando Dios “ruge” en el corazón del
profeta, qué más puede hacer el profeta sino traducir el rugido en palabras
humanas. Amós capta en su ser los ecos de la Voz de Dios: cada causa conlleva
sus consecuencias y la serie de las consecuencias no se dan sin que existan sus
precedentes causales, así mismo es el habla de Amós, si dice algo es porque
Dios retumba en el ser de Amós, y cuando Amós oye el Rugido, ¿podría acallarlo
en sí y ahogarlo?
¿Y
qué es lo que Ruge la Voz del Señor en el pecho de Amós? Que Él los eligió,
hizo de las Doce Tribus su rebaño elegido y preferido, los libró de la
cautividad donde eran explotados; por eso, ahora les pide cuentas. Les había
otorgado la herencia de la libertad para que pudieran “libremente” elegir
honrar a su Dios-Libertador, pero decepcionaron al Señor, y correspondieron a
sus ternezas con indiferencia y traición.
¿Le
dicta Dios algo más a Amós? Sí, que, así como fue el castigo de Sodoma y
Gomorra, así serán las penalidades de Israel.
Sal 5, 5-6a.
6b-7. 8
Salmo
del Huésped de YHWH. Es un salmo de abandono, él se aloja en el Templo y se
ofrece a ser moldeado por la Voz del Señor. De alguna manera, el salmista
intuye que el Templo es el molde que aplica el Señor para configurar el
“penitente”. Pero nadie cabrá en el molde si sus “deformaciones” le impiden encajar.
Así, el salmista clama para que Dios elimine sus “turupes” y lo “limpie de sus
“imperfecciones”, para que no sea repugnante a las entrañas de Dios.
Lo
que dice expresa que Dios es Pureza y que toda limpieza es repulsiva a la
limpieza que conlleva la Santidad.
En
la primera estrofa suplica ser liberado de la maldad, y de la arrogancia.
En
la segunda, le muestra al señor otras pústulas suyas: es malhechor, mentiroso,
hombre sanguinario, y traicionero.
Finalmente,
en la tercera estrofa, se halla postrado a las puertas del Templo, en el Atrio
santo, esperando la señal absolutoria que marcara el momento de la acogida, la
orden de ingresar en el Templo.
El
verso-estribillo (antífona responsorial) enmarca en esa consciencia de
necesaria purificación, el afán absolutorio: “Señor, guíame con tu Justicia”.
Sólo Dios puede limpiarnos y sacudirnos de estos “afeantes”, a Sus Ojos.
Mt 8; 23-27
El asombro no debe quedarse en el “temor”
La
Iglesia no puede seguir su marcha, su peregrinaje en estas tierras sin darse
cuenta que se mueve en este contexto cataclísmico. La traducción nos habla de
una “tempestad muy fuerte”, en griego dice σεισμός [seísmos] que es un “temblor de tierra”,
y también, una “tempestad”, una “borrasca”. No podemos pasar por alto que en
ese ambiente es que “peregrina” la Iglesia. Amamos y anhelamos la calma, es un
bien inapreciable y, por lo mismo, tan anhelado. Sin embargo, no es ese el
contexto de la vida eclesial. En cambio, la Iglesia, a través de la historia,
se ha movido en situaciones muy difíciles, nada benignas, y ha sido víctima de
la persecución ininterrumpida, en diversas modalidades.
¿Ha de ser ese el motivo de nuestra desmovilización? ¿Debemos
trazar planes para desistir definitivamente y refugiarnos en catacumbas y
cuevas? ¿Podemos, de alguna manera evitar estas “crisis” y vivir en un ambiente
calmo y tranquilo? Y la propia perícopa nos responde: Nosotros no podemos hacer
nada, pero si acudimos al Señor, Él se levantará, increpará los vientos y el
mar, y ¡sobrevendrá la gran calma!
Fue entonces cuando ellos se preguntaron, ¿Quién es este
hombre, a quien el viento y el mar le obedecen?
Pensamos que antes de ir a despertarlo, tenemos que
contestarnos esa pregunta. Tenemos que reconocer su Divinidad y la autoridad que
de Él dimana, antes de mostrarle el oleaje embravecido. No se trata de hacerle
una exhibición de nuestros temores inmanejables, sino de hallar -lo que sólo Dios
nos revela- que Él es el Hijo de Dios, el Mesías, y sostenidos en esa “fortaleza”
admirar y loar, cuán Grande es el Poder de Dios.
El Señor no calma el oleaje embravecido para matarnos con
su “poder”, Él usa de la Autoridad que tiene sobre los elementos, precisamente
para Salvarnos y conducir la barca de la Iglesia para que sea ella, también,
Salvadora, «… ya que la Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento
de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano, …». (Concilio
Vaticano II. LUMEN GENTIUM, Constitución Dogmática sobre la Iglesia, #1)
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