Os
11, 1-4. 8c-9
El
profeta no se queda sólo en la figura del amor conyugal, si bien es cierto que
esa figura le sirve para trasparentar el Amor de Dios, llevándolo -inclusive-
más allá de los límites del adulterio, para podernos explicar que este amor es
ilimitado, que sobreexcede toda lógica y que no se desanima al ver su amor
quebrantado por la traición. ¡Ningún adulterio es más que la fidelidad de
Dios a su Alianza!
Hoy,
va a apelar a otra imagen, la del amor paternal, el amor del padre y de la
madre, es un amor que no se niega aun cuando las conductas del hijo/hija sean
completamente deplorables. A pesar de las barrabasadas de un hijo, su padre no
se desalienta, ellos saben que la paternidad dura por siempre, y que así el
hijo/hija tenga 50, 60 o más años, sigue siendo su hijo/hija.
El
episodio que leemos hoy se remite a la tutela que ejerce el Padre sobre el hijo
cuando es un tierno infante: en esa etapa de bebé, el hijo es la suma de todos
los factores de la total dependencia. El hijo, entonces, depende en todo y para
todo, para comer, para cambiar su ropa, para protegerse, para desplazarse. El
padre/madre, se encarga de todo.
Dios
quiere evocar la etapa de bebé de Israel y rememora cuando recién nacido fue a
sacarlo de Egipto. Allí, en su "salida" de Egipto la fragilidad de este tierno niño, se maximizó:
en todo dependía de Dios que, como Padre-Providente lo tuvo bajo su patronato
protector. El ser humano es, en ese momento más frágil y más dependiente que
nunca: no tenía que comer, era blanco fácil de las inclemencias del desierto,
del sol, del frío nocturno, de la carencia de agua, de las serpientes, -que, recordémoslo-
todos estos factores diezmaban al pueblo.
Nunca
como entonces, pero bien visto, toda la historia del pueblo, no cesaba de
mostrar al hombre vulnerable y a Dios Protector, que con dulce Ternura los preservaba.
Sí,
la Alianza puede leerse y nos ayuda a entenderla la perspectiva de una relación
nupcial adulterada, pero también, la óptica de la bina paternidad-filialidad,
nos da un lujo de penetración para poder decodificarla. Estamos ante dos
perspectivas teológicas.
Revestida
de la más dulce ternura, podemos acercarnos a Dios y mirar su rostro Paternal
que nos alimenta llevándonos el bocado directo a nuestros labios, cuchareándonos
los bocaditos.
Él
nos llamó de Egipto, pero nosotros más y más nos alejábamos: ¡Cuan ingrato es
el hijo cuando se siente autosuficiente y cree no necesitar más de los cuidados
y la providencia paternal!
Pero,
¿qué corazón -por duro que sea- no se entristece al vernos caer en manos de la
idolatría? ¿Cómo no dolernos al ver al arrogante bebé acurrucarse a dormir
junto a las estelas de los Baales?
Algo
se ha de dejar claro: Dios no tiene un corazón equiparable al de los humanos,
Él no sufre de la irritación que llamamos rencor, Él no es víctima de celos
asesinos, su Dulcísimo corazón desconoce el odio vengativo. Él mismo se
reconoce en tres pautas que hemos de tener en cuenta, no para caer en la desvergüenza
del pecador impenitente:
1) Yo soy Dios y no
hombre
2) Santo en medio de
nosotros
3) No se deja manejar
por la ira.
Sal
80(79), 2ac-3b. 15-16
Del
infinito caleidoscopio de imágenes que en la Sagrada Escritura nos permiten “entrever”
el Rostro de Dios, en esta perícopa del salmo encontramos tres:
1) La imagen del Pastor
2) Un Heliomorfismo
3) La imagen de
Viñador.
Este
salmo es una Súplica, en él le pedimos a Dios:
Identificado como Pastor
de Israel
Que, como si Él
fuera el sol tan benéfico y vital, resplandezca con su poder y venga a
salvarnos. Este “brillo” que el salmista reclama, alude a su Mirada, que es tan
poderosa que enceguece y en el límite, llega hasta a matar, como sucede con una
insolación aguda.
Y, a Él que plantó la
Viña de Israel, ahora que la ve amenazada, pisoteada, atropellada, revire a favor
del sembradío que Le pertenece.
El
versículo responsorial retoma por duplicado el clamor a Dios identificado con
una figura de Sol.
Mt
10, 7-15
Ayer
hemos iniciado esta perícopa que hemos divido en dos entregas, refiriéndonos al
Reino que ha llegado, en la Persona Divina de Nuestro Señor.
¿Cómo
se sabe que el Reino ha llegado? Pues en la medida que nosotros, sus discípulos-misioneros
elevemos el cuádruple estandarte:
1) Curar enfermos
2) Resucitar muertos
3) Limpias a los
leprosos
4) Expulsemos demonios
Pero,
en cumplimiento de esta misión. Hay unas pautas que precisan el cómo (una verdadera
metodología):
a) Gratis se ha
recibido, así que hay que darlo gratis
b) No hay que llevar
un “capital” que respalde la tarea.
c) Ni una alforja para
gastarla en el viaje, junto con otras expensas de “turista”
d) Ni doble túnica, ni
sandalias, ni bastón. Son adminículos que, en las manos de un misionero,
desmienten su calidad de Keryx, “proclamadores del anuncio”, portadores de la
Buena Nueva.
e) Lo que se vaya
ganando, será el aporte y el recurso para sufragar la Misión: Dios proveerá
f) Al llegar a un
lugar, investigar quien merece ser el anfitrión, pero no empezar de aquí para
allá, escogiendo la mayor comodidad.
g) El saludo ha de ser
el deseo de “Paz” del que somos portadores, sólo quien sea capaz de aceptar esa
“paz” es un verdadero cooperador del Reino.
h) Allí donde la
acogida es desprecio y rechazo, no aceptemos nada; hasta la mínima partícula de
polvo que se nos adhiera, hemos de sacudirla metódicamente. El que rechaza, ya
ha desenmascarado su voluntad negativa. Para ellos, las calamidades que
asolaron a Sodoma y Gomorra serán pálido reflejo de las que cosecharán los
sordos y duros de corazón.
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