Am
7, 10-17
Condenar al profeta al destierro
Esa es la función del
carisma profético: desenmascarar, desengañar, iluminar la verdad.
Luis Alonso Schökel/Gustavo
Gutiérrez
Ayer
hablábamos sobre la estructura del Libro del profeta Amós, y decíamos que podía
dividirse, para su estudio en cuatro secciones, y mencionamos las dos primeras
que contienen oráculos, respectivamente contra las “naciones, y contra el propio
reino del norte. Nombramos esas dos, porque ahí íbamos. Hoy vamos a pasar a la
tercera sección, la de las “visiones” que abarca del 7,9 – 9,10.
El
antagonista de la perícopa es Jeroboam II desde el 783 a.C. hasta el 743 a. C.
Vemos aquí al sacerdote de Betel, Amasias, en connivencia con el rey, se trata
-y lo hemos visto en el Nuevo testamento- cómo se alían los que gobiernan desde
el Templo con los que gobiernan desde palacio, para defender sus intereses,
azuzando tanto los unos como los otros contra el mismo “enemigo”, el profeta.
Jeroboam
había establecido dos santuarios: uno en Betel y el otro en Dan, puestos
simétricamente en el reino del norte, como polaridades en los límites norte y
sur de sus dominios. “Jeroboam, hizo dos becerros de oro, y dijo al pueblo:
«Basta ya de subir a Jerusalén, aquí está tu Elohim Israel, el que te hizo
subir de la tierra de Egipto», y puso uno en Betel, y el otro en Dan”.
¿Qué
le incomodaba Amós a Amasías? Pues que Amós se había radicado en Betel a
ejercer su profetismo. Le estaba pisando la “manguera”. El problema es, evidentemente, un tema
jurisdiccional. Pero el profeta está
encargado de entregar un mensaje, no a los templos, ni al rey, tampoco al
sacerdote. Este mensaje está destinado a la grey de Dios: “ustedes serán mi
pueblo”. La Boca de Dios no puede coserse, su Derecho a pronunciarla respalda
al profeta.
Dado
que el rey toma partido a favor de su “empleado” el sacerdote, Dios le envía
una sentencia a Jeroboam:
Su mujer sería
deshonrada
Sus hijas morirían
pasadas a espada
Sus tierras serían
medidas a cuerda para hacer minifundios entregados a labradores
El propio rey,
sería muerto por la espada en tierra de paganos.
Los israelitas
serían llevados en cautividad lejos de su tierra.
Que
es lo que hace Amasías, procura desterrar al profeta, enviándolo de vuelta a su
casa. No sabemos si Amós se fue, pero lo que consta en la perícopa es que el
sacerdote exilia al profeta.
Amos
por su parte le dice que él no posa de profeta ni pretende venir en nombre de ningún
gremio profético, lo que dice lo dice porque Dios se lo inculca, fue el propio
Dios quien tomo a este pastor (es interesante que Dios siempre llama a sus
“líderes y vicarios” -así lo hizo con Moisés, también con David- del sector
pastoril, gente entrenada en el cuidado de una grey”, ciertamente la labor que
se les va a encomendar está emparentada con la cuidadosa atención que se le da
al “rebaño”) y picador de sicomoros y le enraizó en el corazón los mensajes
proféticos. Y le revela su triste destino al rey. Para eso sirven los
funcionarios, como el sacerdote, para llevarle a su “jefe” los recados de Dios.
Muchas
veces la voz de los profetas se ha hecho responsable de la defensa del oprimido
porque Dios -como un León- ruge en su defensa.
Sal
19(18), 8. 9.10.11
El
salmo de hoy es un himno. La nuestra es una religión capaz de recibir una
Constitución que encarrile nuestras relaciones interpersonales para que podamos
funcionar como comunidad. Nuestro credo no mira hacia el sol -al que sólo
fetichistamente podemos nombrarlo fuente de vida- sino a un Dios que Crea y que
organiza armonizando.
La
ley, empieza diciendo la perícopa de hoy, es perfecta y en ella el alma encuentra
su entera comodidad. Como una almohada comodísima, como el más muelle colchón. Esa
misma Ley es “fiel”, porque la Ley Divina no está para acomodos o
manipulaciones, y da sabiduría al que no sabe mucho, al que no ha hecho
estudios de derecho, al que no se pretende “profeta” dueño de sabiduría
pontifical.
Las
leyes del Señor, se nos dice en la segunda estrofa, no son sesgadas ni
trocables, no son acomodables al interés mezquino, su rectitud es
incuestionable, cualquiera que las sigue encuentra dicha y buenaventura en ellas.
Es tan diáfana como un clarísimo hilo de luz.
En
el verso 10 hay una palabra un tanto enigmática a la vez que problemática, es יִרְאָה [yirá] que se puede
traducir perfectamente como “temor”, pero a la que cabe también traducirla por
“reverencia”, e inclusive por “piedad”. Ensayemos con esta último, el verso
quedaría así: «La piedad presentada al Señor es pura y eternamente estable; los
veredictos del Señor son “Verdad” y son “Justica” en plenitud”». ¡Qué es la
piedad? La piedad es un cariño delicado por aquello que es Santo, es un amor
que brota desde el mismo centro del corazón. ¿Qué sería lo tan amado aquí? Los
veredictos, la legislación divina.
La verdad que se anida en la Ley de Dios es -si la
comparamos por su valía- más valiosa que el oro de mayor quilataje; pero si lo
que comparamos es su dulzura, aventaja de lejos a la miel, de un panal
rebosante que chorrea.
La antífona se recrea mirando los dos rasgos esenciales de
los Mandamientos: Verdad y Justicia incuestionables.
Mt
9, 1-8
No el Don, sino el perdón
En efecto, cuando
todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los
impíos; -en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de
bien tal vez se atrevería uno a morir -; más la prueba de que Dios nos ama es
que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
Rm 5, 6-8
“¡Ánimo,
hijo! tus pecados te son perdonados” Más de uno cae en el desconcierto, ¿qué le
pasa a Jesús? ¿No ve que el pobre está paralitico? ¡Pero si es evidente!
¡Sí,
esta es la lógica que estamos habituados a usar! Ver y concluir. A nosotros nos
parece por lo menos raro que Jesús les pregunte a muchos de sus pacientes:
“¿Qué quieres que haga por ti?
Queremos
darle a alguien lo que nos suponemos que quiere o que necesita… Porque nos
parece muy “lógico”. Esa lógica nos parece de puro “sentido común”. Un ciego,
necesita la vista; un muerto, ser resucitado; un endemoniado, un exorcismo, a
uno con jaqueca, un acetaminofén, y así podríamos continuar.
Pero
nos cabe preguntarnos: ¿Qué podría hacer un paralitico que se le concediera la
movilidad plena y su autonomía amplia, pero sí sigue estando empecatado, de qué
le serviría?
Muchas
veces pensamos que sanar de una deficiencia física, o superar un problema, o
salir de un vicio, ya es todo. Y creemos -a fe viva- que no hay nada más que
pueda ser urgente. Es la lógica del inmediatismo. Sin entender que para alguien
que está perdido, lo más urgente es un mapa y una brújula; y para el que está
enviciado, un sentido de vida y un reconocimiento claro de su valía como
persona, van primero y sin ellos no hay vida ni futuro.
O
sea, que esa “lógica”, tan clara, tan fuerte y poderosa, tan sólidamente
cimentada: está errada. Por ahí no se llega a parte alguna.
Cuando
Jesús libera del pecado, está “redimiendo” al que estaba cautivo, al que el Maligno
sostenía amarrado por sus cuatro extremidades, y con una cadena adicional a la
cintura, para garantizar su condición de alienación. Se llama “alienación”
porque significa que no es dueño de sí, que fue secuestrado por las seducciones
del Patas, que para que re-encuentre sentido, alguien tiene que venir y pagar
el rescate.
Pero
todas estas cosas se nos escapan, nuestro “sentido común” no lo ve, nuestros
apetitos y anhelos van por otro lado: el tener, el aparentar, el poderío…
A
Jesús lo designamos “Salvador” porque Él va directo a negociar nuestra
liberación, y no se detiene “dando” algo, ¡lo da todo! Paga el rescate con el
precio de Su Preciosísima Sangre.
Esta frase la hemos oído cientos de veces y nos parece la promesa básica para promover algún producto, pero, si no reconocemos nuestra valía, no podemos captar que alguien se haya sacrificado por nosotros, y mucho menos Dios-Mismo.
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