Entre todos los profetas del Antiguo Testamento, Jeremías es sin duda la
figura más semejante a Jesús.
Carlo María Martini
Jr 20, 10-13
Jeremías
significa “YHWH levanta”, nació en el 650 a.C. de familia sacerdotal, se cree
que descendiente de Abiatar -sacerdote de David- desterrado por Salomón. Actuó
en la misma época de Sofonías, Nahúm y Habacuc. Del 1, 1 hasta el 25, 14
contiene los oráculos a Jerusalén y Judá; Está perícopa -que se lee hoy- viene
del bloque formado por 7,1 – 20,18, que registra los oráculos pronunciados en
la época de יוֹיָקִים
Yoyaquim, 609 – 598 a.C. fue una época durísima para el profeta, se suele decir
que este tiempo fue el “Getsemaní de Jeremías”. El profetizó en la era de los
últimos cinco reyes de Judá: Josías, Joacaz, Yoyaquim, Joaquín y Sedecías.
La
perícopa está insertada -como un sándwich- entre dos perícopas que se refieren
a la crisis vocacional de este profeta (20, 7-9. 14-18), una confesión que hace
Jeremías de su desespero ante la crueldad de su experiencia profética: Allí
declara que profetizar “violencia y destrucción” se le ha convertido en
escarnio constante, y dice que preferiría no haber nacido y que nadie les
hubiera dicho a sus padres que él estaba en camino. Está crisis vocacional se
inicia con la manifestación de que el llamado fue una seducción de parte de
Dios y él se considera seducido, forzado y violado.
Se
debe decir e insistir que hay una evidente similitud entre la vida de este
profeta y la de Jesús, y que ya en los tiempos de Jesús ese paralelismo era
evidente. Aquí, lo que se toca hoy, es precisamente esa amenaza a la vida de
los dos, ese riesgo de ser lapidados, Sus “amigos” -dice él, con acento
irónico- le buscan el “quiebre”, tratan de engañarlo con preguntas amañadas a
ver si les da materia de acusación y condena. Es -como si hubiéramos saltado al
Evangelio y leyéramos algún trozo entresacado de esta unidad de San Juan,
comprendida entre los dos signos, el sexto y el séptimo, a saber, la curación
del ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro, donde Jesús se muestra
como el Yo-Soy.
Concluye
la perícopa dejando todo en manos del Señor, rogándole que libre al אֶבְיוֹן [ebyon] “pobre” (“menesteroso”) de las
manos de la gente רָעַע
[ra´a] “perversa”, “hacedores de maldad”, “buenos para nada”.
♦ ♦ ♦
Sal 18(17),
Salmo de acción de Gracias. Porque Dios -más temprano que tarde- nos asiste
con logros y liberaciones, sanaciones y prodigios, porque todo cuanto recibimos
de Él es puro Don y su Único Motivo -detrás de todo- es el Amor. Dios es eso:
un castillo amurallado, estratégicamente ubicado para hacerlo inexpugnable, por
eso lo llamamos “fortaleza”, מְצוּדָה [matsu´d] “alcázar”, porque Es la
sólida edificación fortificada que me resguarda del ataque enemigo.
Y decimos mi fortaleza, mi alcázar, mi libertador, mi baluarte, Dios mío,
peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora ¡no porque pretendamos
adueñarnos de las cosas santas!, ya sabemos que todo lo Santo sólo es de Dios.
Pero les anteponemos el “posesivo” para declarar que Lo hemos aceptado, que es
el Dueño de cuanto somos y de todo lo que Él nos ha dado, que Él es el Único
Rey de todo nuestro existir. Y sabemos -también- que no le podemos quitar a
nadie, ni un poquitín de aquello que les da a los que también lo han aceptado y
reconocido como su Dios y su Rey. “¡Envidiosos, apartaos! No sois sus dueños,
en cambio ¡Él sí!
Lo invoco, porque Él es mi Libertador, El que me protege de los que actúan
en contra mía y se ponen en contra Suya, Él nunca desatiende mis ruegos, Él
presta Su Oído a mis gritos desesperados, Él me escucha y me autoriza a
llamarlo a gritos siempre que tenga menester de Él. Por mucho que grite, no lo
ensordeceré; pero cuanto más grite, más sabrá que sólo me fío de Él.
♦ ♦ ♦
Jn 10, 31-42
Esta perícopa se inserta en el Libro de los “signos”, como se ha llamado a
la primera parte del Evangelio de San Juan, que inicia con el prólogo (1,1-18),
luego si viene el Libro de las señales: 1, 19 – 12,50) emparedada entre el
penúltimo y el último “signos” (9, 1-41 y 11,1-44).
Podríamos estudiarla en 5 segmentos:
1. Se dispone el conato de lapidación.
2. Razón para lapidarlo, dicen ellos que porque Él “se hace pasar por Dios”.
3. El hace las obras que el Padre le ha confiado y para las cuales lo ha revestido
de Poder.
4. No pueden detenerlo y se les “evade” de las manos.
5. Alusión al Testimonio que a favor de Jesús dio Juan el Bautista.
Como podemos ver, la acusación es porque ellos creen que se hace pasar por
Dios, y no descubren que su filiación con el Padre está respaldada y
testimoniada por las Obras Prodigiosas que son “Signo” precisamente de ser el
Hijo, ya que sólo dotado del poder de Dios-Hijo se puede obrar lo que Jesús
realizó.
Esto los delata como “ciegos” que no aceptan ser curados de su ceguera.
Pero, en ese contraste, se trasluce que Jesús si es el “Yo Soy”. Quizás de allí
nació el adagio, “no hay peor ciego que aquel que no quiere ver”. Esta ceguera
no es la del pueblo, el pueblo sencillo lo acepta, lo reconoce, lo aclama, lo
recibe, bate palmas, tienden sus mantos a su paso; son los “judíos” -que, como
ya lo hemos dicho, debe entenderse como “aquellos que no aceptan el mensaje de
Jesús”, y no como distinción racial- de
la clase sacerdotal y de los escribas y maestros de la Ley, que se aferran y se
cierran apretando estrechamente su interpretación y su dogmatismo, y bloqueando
toda nueva interpretación, estos lo que quieren es defender a capa y espada sus
odres viejos, y derramar el Vino Nuevo a los pies de una Cruz.
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