2Cro 36, 14-16. 19-23; Sal 136, 1-2.
3. 4. 5. 6; Ef 2, 4-10; Jn 3, 14-21
…la
boca se nos llenaba de risas,
la
lengua de cantares.
Hasta
los gentiles decían:
«El
Señor ha estado grande con ellos».
El
Señor ha estado grande con nosotros,
y
estamos alegres.
Sal
125, 2-3
“Mirad
el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. ¡Venite
adoremus!”.
De la
Liturgia del Oficio de la Pasión
Desde
el Domingo pasado (3ro de Cuaresma) hemos empezado a contactar con una manera
de comunicar que trae la Palabra: se nos está induciendo a compenetrarnos en
una dinámica de ascenso, todo se
hilvana en una serie de expresiones que nos concitan al mismo objetivo: Subir.
¡Subir, levantar, construir, resucitar, con-resucitar!
Empecemos
mirando el evangelio del Domingo anterior: “Destruyan este templo y en tres
días lo levantaré”, dijo Jesús. En este Cuarto Domingo de Cuaresma, (el de lætare), hacemos un alto y abrimos un
paréntesis en este proceso penitencial, ablandamos el rigor de nuestras disciplinas
penitentes y, dejamos entrar un rayo de la Luz Salvífica que está ya más cercano
a la Pascua: es el Domingo de la veintena (in vicecima), que está más cerca del día treinta del
cuaresmario, (este año es el día 26º de la Cuaresma). En la Primera Lectura,
será Ciro el que ha sido exigido en la tarea de construirle un Templo –al
Señor- en Jerusalén de Judá. Si esto lo miramos desde la óptica que nos propone
Jesús se trata –no de levantar un edificio- sino de hacer de nosotros mismos Templos
vivos, valga decir, se trata de sacralizarnos; que la Luz del Victorioso que
Resucitó, rebote en nosotros y resplandezca para el mundo: ¡Alégrate Jerusalén!
(Ciudad de la Paz) Que se congreguen todos los que te aman (¿a la ciudad, o a
la paz? Nosotros creemos que se refiere a los que aman la Paz). Que se
regocijen con júbilo los que estuvieron tristes; que exulten y se sacien de su
maternal consolación. Mamarán de sus pechos el alimento que reconforta, y se
gozaran en su abundancia. (Cf. Is 66, 10-11).
Tengamos
muy presente que no es una tarea individualista, no consiste en que cada uno -en
su rincón- se sacralice, la ruta se enuncia con un sentido de colectividad, no
pone por delante el tema arquitectónico sino que fundamenta la construcción es
el envío de un pueblo proponiéndoles, a todos los que acepten y se reconozcan
integrantes de ese pueblo, que… ¡vuelvan! (es el mismo volver del hijo
derrochador que se convierte de su vida licenciosa y regresa –contrito- a la
“casa del Padre”).
El
fragmento que leemos, del Segundo Libro de las Crónicas, nos cuenta como, ese
pueblo-hijo pródigo, fue y malgastó la herencia llevando una vida de perdición:
nos dice que “todos los jefes, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus
infidelidades, imitando las aberraciones de los pueblos y profanando el Templo
del Señor”.
Hay
una llave que destraba las puertas de la Salvación, ¡Hay que destrancar para
poder entrar! este proceso se llama Redención. ¡El Hijo del hombre, tiene que
ser enarbolado en el Árbol de la Vida! La Serpiente de bronce que Moisés
enarboló sanaba del veneno de las picaduras de las víboras; ahí, precisamente,
retomamos la idea de la “dinámica ascensional”, dice el Evangelio de San Juan,
“tiene que ser elevado el Hijo del hombre” para que puedan sanar del veneno del
Maligno.
¿Sobre
quienes tendrá efecto este Antídoto? ¡Sobre quienes crean en Él! “El que crea
en Él no será juzgado; El que no crea ya está juzgado”, no es un juicio ajeno, es
uno mismo quien se juzga, es una opción, uno mismo opta. Recordemos ese saber
fundante que nos confirió San Agustín: Dios nos creó sin necesidad de pedirnos
permiso, para eso es Dios; pero no nos forzará a salvarnos, ahí está la
“opción”.
Él
nos sale al encuentro, Él “se hace el encontradizo”, Su Magnanimidad es Gracia,
viene explicado en la Segunda Lectura, en Efesios, esa Magnanimidad es llamada
“riqueza en Misericordia”, y –explícitamente- se nos dice “es Don de Dios, no
viene de nosotros”. La recibimos –si queremos, si aceptamos, si creemos-. Está
puesta allí, en la Mesa de la Gracia, La podemos aceptar o pasar de largo.
¿Por
qué Domingo de lætare?
Si venimos penitentes, ¿de dónde sacaremos alegría? Precisamente de allí, de la
Fuente de la Salvación, de mirar al Enarbolado y aceptarlo como Antídoto de la
muerte, y remedio para alcanzar la Vida Eterna; sacaremos gozo de nuestras
lágrimas, (Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares.) porque
allí, en el Altar, en el Árbol-de-la-Salvación, pende, bastará tomarla, es
gratis, de pan-coger, si la quieres, tómala. ¡Acéptala! ¡Acógela!
¿Sube
Jesús sólo hasta la altura de un árbol? ¡No! El Árbol de la Salvación, hunde
sus raíces en el Gólgota, pero eleva sus ramas hasta la Vida Eterna. “Ecce lignum
crucis, in quo salus mundi pependit.”
Ya
lo veremos resucitar, y ser elevado en Gloria hasta la Casa del Padre (pero no
nos quedaremos mirando hacia lo alto, boquiabiertos, aunque –es bien cierto-
que es hermoso contemplar su Victoria, si somos sus “galileos” tendremos que
bajar del Tabor, y guardarnos la “dicha” en el corazón, y no contarle a nadie, hasta
que el Hijo del hombre haya Resucitado, ¡todo tiene su momento!) No nos
quedemos, pues, estancados en la Teofanía, en saber que ya ha alcanzado la
Victoria, sí no nos movemos, ¡nos estancamos! Y el agua estancada se corrompe.
Trencemos
nuestras fuerzas vitales, acompañemos al Señor que va a sufrir a manos de ellos, de nosotros; esa compañía vale
como aceptación, como opción a su favor, como Credo vital. Ese acompañarlo está
sintonizado con nuestra santificación, caminemos con Él para alzarle el Templo
de nuestro propio ser, así nos fundiremos con Jesucristo, por Jesucristo y en
Jesucristo. Por eso hacemos un alto este Domingo (el Cuarto de Cuaresma), para
anticipar que será elevado hasta el Cielo y si queremos podemos seguirlo.
Hubo
la caída del Primer Adán (dinámica hacía abajo) que pena y qué tristeza, pero
ahora estamos enzarzados en el Ascenso (la dinámica ascensional, la ascética);
seguidores del Segundo Adán, marchemos con regocijo hacia la Pascua.
Llevemos
siempre en el alma el sabor de la Victoria y en el silencio del corazón
musitemos “Oh feliz culpa, que mereció tan grande Redentor”. Y ¡santifiquémonos!
¡Seamos Templo!
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