Ez
47, 1-9. 12
…el que cree en Mí,
nunca tendrá sed.
Jn 6, 35ef
El
profeta יְחֶזְקֵאל
[Yejeskel] Ezequiel (cuyo nombre significa “Dios fortalece”) profetizó entre 586
y 538 a. C., procede de la “casta” Sacerdotal, fue llevado cautivo a Babilonia
y ejerció allí su profetismo. El profeta tiene varias visiones y se puede
caracterizar como el profeta de las acciones simbólicas. Su simbología empalma
perfectamente con el lenguaje apocalíptico. En su Libro, los capítulos 40-48 se
nos da una visión del Templo escatológico y la Jerusalén del futuro: es la
cuarta gran visión. En ella se compilan años y años de reflexión. El marco
temporal es la era de la decadencia de Nabucodonosor
·
Como cosecha de la experiencia vivida
·
Como proyecto a desarrollar en el futuro
·
Como ensamble teocrático para el gobierno en los tiempos
venideros.
Tres
temáticas se desarrollan en esos nueve capítulos:
1) La arquitectura del
templo y de la Jerusalén venidera.
2) El desarrollo de
una legislación acorde con este esjatón, el linaje sadoquita del Sacerdocio,
con una separación más o menos neta del gobierno respecto del Sacerdocio que
detentaría la autoridad mientras que el conjunto del rey y su corte estarían
limitados a funciones administrativas.
3) El reparto y distribución
de la tierra prometida. Versos 1-8 del capítulo 48.
Había
un rio en el Edén (Gn 2, 10-14), que es el antecedente del agua que pasa por el
Templo y nutre toda la vida y sanea todo a su paso. Y una prolepsis, que fluye
y camina por la Puerta de las Ovejas, liberando, saneando dando Vida y Vida
Eterna.
Como
realidad teocrática, del Templo emana toda autoridad y toda vitalidad. Del Templo dimana toda la fertilidad. Es tal
la vitalidad del agua que mana el Templo que sanea hasta las aguas de mismísimo
Mar Muerto.
En
realidad, esta Lectura de hoy nos predispone para la Liturgia del Agua a la que
asistiremos en la Gran Vigilia Pascual (En ella leeremos nueve lecturas: siete
del Antiguo Testamento y dos del Nuevo, intercalando entre Lectura y Lectura,
un Salmo Responsorial; en esa Celebración leeremos también de Ezequiel, del
capítulo 36- trece versículos 16-17a. 18-28 -a manera de 7ª Lectura -antes de
proceder a las dos Lecturas del Nuevo Testamento- que nos habla del cambio que
Dios operará en nosotros, cambiándonos el corazón de piedra por uno dócil).
El
Agua que brota del Altar es el Agua de Vida: Del Altar brotara también el
Verdadero Maná el Pan de Vida- y la Sangre para lavar nuestras Vestiduras.
De
esa fuente que brota del bautisterio, manarán los nuevos cristianos. La Lectura
hace énfasis en el poder sanador de las aguas y en la vitalidad que ellas
prodigan.
Sal
46(45), 2-3. 5-6. 8-9
La
fuente que mana en Jerusalén es la de Siloé. Para el judío, esta fuente le
habla de la Gloria de Dios y de alguna manera alude al antídoto de lo más
temido en aquellas culturas: La muerte de sed.
¿En
Qué Dios creemos? En el Dios histórico que conoció Abrahán, el Mismo que
conoció Jacob. Nuestro alcázar como vamos a decirlo y a repetirlo cuatro veces:
es el Dios de Jacob. Él, que es el Dios Universal, está con nosotros. (Que
además también significa que está de nuestra parte).
Este
es un Salmo de Sion. Y si hemos de compaginarlo con la Primera Lectura, tendremos
que pensar que se trata, no de cualquier Jerusalén, sino de la Nueva Jerusalén
(ironía de las ironías, Jerusalén significa “Ciudad de la Paz”). Jerusalén es sinónimo
de inexpugnable, por eso, el salmo la adjetiva מִשְׂגָּב [misgab] “Alcázar” que es una palabra de
origen árabe: Al-qasr, que viene a ser “fortaleza”, porque no era una ciudad
inerme, sino que en ella acampaba un ejército. ¿A qué ejército se referirá? Al de
YHWH, el Señor de los ejércitos: YHWH Sabaoth, Dios de los ejércitos.
1ª
estrofa: así tiemble la tierra, no nos da miedo, aun cuando los montes se
derrumben o se hundan en el mar, tenemos a Dios que nos defiende de todo
peligro.
2ª
estrofa: esta ciudad tiene su rio. Que garantiza verdor imperecedero, es la
manera como Dios consagra su Ciudad Santa. Como Dios está allí absolutamente
Presente, desde la primera hora de la mañana, sabemos que Dios está aquí para
guardarnos.
3ª
estrofa: Es la invitación -porque esa es nuestra invitación- convidarlos a
todos, a toditos, que vengan a ser testigos de la Grandeza Incalculable del
Señor. Que veamos atónitos sus obras, ¡Vengan a descubrir y asombrarnos de
todas sus maravillas!
Jn
5, 1-3a. 5-16
El
marco espacial de esta perícopa del Evangelio joánico, es la Puerta de las
Ovejas, con una Fuente, la de Bethesda (esta palabra significa “Casa de la
Misericordia). Y pórticos, en número de cinco. Allí, arrinconados sucesivamente
estaban todos los limosneros: Ciegos, cojos, y tullidos todos tirados por el
suelo, tendiendo suplicantes sus manos.
¿Por
qué ciegos? porque tenemos una manera de mirar que mira sin ver. ¡No vemos!
¿Por
qué cojos y paralíticos? Porque Jesús
nos invita, nos llama, pero, a nosotros nos cuesta tanto incorporarnos y seguirlo.
Él nos la pone lo más fácil que se pueda imaginar, pero, si uno está tullido,
ni modo, ¡no arranca!
Pero
el asunto se pone más complicado si vienen algunos a decirle a los llamados que
no lo sigan porque esa invitación es violatoria de “principios fundamentales”.
Y se incurre en el purismo de estos “judíos” que le encuentran buen obstáculo a
la sanación, porque al que ha “sanado” se le encargó recoger su camilla y llevársela.
“En sábado no puedes cargar una camilla” ¿Quién te ha mandado eso? (No les
importa verlo andando, superada su parálisis, y no se admiran de lo admirable. Sólo
miran con su cegada memoria hacia los listados legislativos: leguleyos
redomados).
Para
estas personas, se inventó el semáforo, y debe permanecer siempre en rojo.
Nunca ha de cambiar a verde (los otros bombillos, fuera del rojo son inútiles, están
ahí, de adorno). Si hay algo en el camino, pongamos por caso una camilla ahí
botada, con mayor razón, que siga el semáforo en rojo. Pero, alzar la camilla,
quitarla de la vía, suprimir el estorbo ¡ni de riesgo! ¡eso nunca! ¡Anatema!
A
nosotros nos suena fácil, pero nuestro tozudo semáforo en rojo, también es pertinaz,
en otros aspectos, nosotros también tenemos nuestras “camillas” inamovibles. Pues
para ellos es esencial: Una manera de refrendar que habían sido librados de la
esclavitud en Egipto y una manera de agradecer el precioso don que habían
recibido del Potente Brazo del Señor.
No
se puede menospreciar la fidelidad judía a este respecto, más bien meditarla y
aprender todo lo bueno que de ella deriva. Tampoco estar demasiado prestos al
abandono de los elementos de fe que hemos heredado. Pero no cambiar por cambiar,
sino cambiar permaneciendo firmes en lo que la Iglesia enseña, ella es
guardiana, conservadora de la verdadera fe. Pero de lo esencial, no de las
regulaciones con impronta humana.
Leyendo
la perícopa con atención vemos que para Jesús lo importante es liberar de la
condición de inmovilidad y que el “tullido” pueda disfrutar de su “autonomía”,
de su Libertad para desplazarse. Pero debe -como gratitud- quedar muy vigilante
para “no pecar más”.
Hay
que notar el muy escaso interés que pone Jesús en que sepan quién es el obrador
de tanto bien: Lo sanó, lo despacho con bien, pero no le dijo ni siquiera el
nombre, no hay ninguna seña de proselitismo en su ejercicio taumatúrgico.
Cuando le preguntaron quién le había mandado cargar la camilla, él no pudo dar
razón.
Jesús
no va ganando adeptos, Él va sembrando el Bien, porque el Bien es lo que su
Padre Obra Siempre. El Bien es lo que el Padre le puso por Misión.
Si
el agua que mana del Templo trae “saneamiento”, al levantarse de la camilla, se
preanuncia la resurrección. Tan es así que la palabra que se registra en el
Evangelio es Ἔγειρε [Egeire] “Resucita”.
El que renace, ya no tiene el “defecto”, ha quedado sano. La palabra para “levántate”
es la misma que “Resucita”.
Tal vez tú también quieras probar las dulzuras del agua de
vida, hay allí un agua que manó para ti en el baptisterio, pero no se agota, ¡Él
sigue saneando!¡Ven al confesionario!
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