Dn
25, 34-43
Nabuconodosor
I, Nabucodonosor I, Nabukudirriusur I o Nabushadrezzar I era, aparentemente, el
papá de Nabucodonosor II - (606-562 a. C.), fue este el que arrasó Judea y
conquistó Jerusalén (597 a. C.). El templo fue saqueado, el rey Joaquim y parte
de la población deportados a Babilonia. Estos reyes tenían otra manera de
enfocar su imperialismo, llevaban los líderes deportados a su tierra y allá
eran sometidos a un acartillamiento, en materias como “sabiduría”, “lengua” y
“literatura” caldeas. Su eficiencia en el aprendizaje los calificaba para ser
los burócratas y asesores de gobierno. Entre ellos estaban cuatro jovencitos
judíos: Daniel, Ananías, Misael y Azarías.
Puestos
a cargo de un eunuco de confianza -Aspenaz- quien les cambio los nombres a
nombres caldeos, los llamó: Belsazar, Sidrac, Misac y Abed-Nego
respectivamente.
Daniel
demostró una inusitada habilidad para descifrar sueños y le interpretó un sueño
a a Nabucodonosor, lo que le valió ser colmado de honores y riquezas.
Más
adelante este rey puso una gigantesca estatua de oro y ordenó que todos debían
adorarla. Sin embargo, los jóvenes judíos -que guardaban muy estrictamente las
leyes de Dios, se negaron a adorarla y fueron condenados al horno. Por tratarse
de un desacato abiertamente sostenido por los jóvenes, el horno fue encendido
siete veces más caliente de lo normal. Sin embargo, los jóvenes en el horno, no
eran tocados por las llamas, y todos los que se acercaban el fuego los
consumía.
Entre
las llamaradas, Azarías pronunció una plegaria tan hermosamente penitencial,
que:
a) En primer lugar,
reconoce que todo castigo venido de las manos de Dios es merecido, por haber
pecado como el pueblo judío en Jerusalén lo había hecho. Por desacato a lo que
Dios les había enseñado, se habían hecho reos dignos de sanción.
b) Un punto de sanción
fue haber caído en manos de un pueblo idolatra.
c) Pero Dios no los
abandonó, y la oración de Azaría ruega que pesa a sus faltas Dios les mantenga
Su Parte de la Alianza. En esta se prometía convertirlos en un pueblo
numerosísimo, pero -en cambio- son solo un pueblo muy pequeño en número.
d) Llevaos a una
situación de desintegración, carentes de liderazgo, sin príncipes, sin
profetas, sin poder ofrecer sacrificios, ni ofrendas, ni incienso, ni pudiendo
ofrecer las primicias, desvalidos de recursos para implorar misericordia.
e) Entonces Azarías, a
cambio de las ofrendas tradicionales (consistentes en carneros, toros y
corderos cebados en gran cantidad) ofrece sus “corazones contritos y el espíritu
humilde”.
f) Suplica al Cielo
que acoja esta “ofrenda” tan personal y la reciba con agrado, con el argumento
de que quien en el Señor confía, no queda nunca defraudado.
La
oración de Azarías concluye apelando a la piedad divina y a su gran
misericordia y a su poder maravilloso. Y le pide que con esa Misericordia le dé
gloria a Su Santo Nombre.
Se
puede ver el carácter paradigmático de esta plegaria que sintetiza en sí el espíritu
penitencial que YHWH espera de nosotros. Nos proporciona un marco de “arrepentimiento”
para vivir a profundidad la preparación cuaresmal.
Sal
25(24), 4-5a. 6 y 7bc. 8-9
Es
un salmo de súplica que está puesto en tónica con el clamor de Azarías, que
acabamos de escuchar.
a) Se suplica a Dios
que Él nos enseñe los derroteros del cumplimiento de la ley, y que los sigamos
con lealtad. Sólo Él nos puede conducir para superar todos los obstáculos y
engaños.
b) El salmista ´pone
ante los ojos de Dios para reforzar su ruego la durabilidad de la ternura de
Dios equiparable en durabilidad sólo a Su Misericordia.
c) Junto a la Ternura
de Dios y a su Misericordia, están puestos otros dos atributos: Su Bondad y Su
Rectitud. Estos dos atributos, puede compartírselos a los חַטָּאִ֣ים [jataim]
“pecadores”, a sus עֲנָוִ֣ים [anawin]
“humildes”, “pobres”, “afligidos”.
Esta
súplica triple (en sus estrofas) es reforzada en cada responsorio, donde apela
a laזְכֹר־ [zekor]
“memoria” de YHWH, que no olvida jamás su Palabra y es eternamente Fiel. Así como
la Palabra de Dios crea, su “memoria” renueva, vitaliza, actualiza y reitera su
vigencia, lo que el “pensó” ayer, hoy se vuelve a hacer realidad por su recordación.
¡esa es la Mente de Dios! y así obra.
Mt
18, 21-35
Antes
de la perícopa de hoy, Mateo nos trae un Manual de Sinodalidad que nos ha
regalado Jesús, donde se nos dice “Cómo conviven los hermanos en la fe”:
a) Si alguien ha “pecado
contra mí”, lo invito a un rinconcito para “hablar a solas”, sí logro llegar a
buenos términos con él, ¡Gol en el Cielo!
b) En caso de no
lograrlo, apelo a alguien que me ayude a presentar “La Luz de la Justicia”
mejor, quizás no sea muy docto al hacerlo y requiero de consultivos.
c) Pero, si no se alcanza
tampoco con estos consejeros, habrá que llevar el asunto a la Asamblea entera,
para que “en pleno” con el apoyo de todos, se le muestre el desvió al “hermano”.
A
esta metodología la hemos bautizado “de la corrección fraterna”.
No
se limita a “corregir desvíos”; también es útil cuando para solicitar el favor
de Cielo, y entonces, a esta otra metodología nos hemos habituado a llamarla
“cadena de oración”. A Dios le fascina que hagamos plantones frente al
Antejardín de su Mansión Celestial, para rogarle algo.
Este
es el peldaño previo para ir sobre la parábola del que no perdonó a su
compañero.
Nuestra
sensibilidad espiritual es muy reducida, ofrecemos una “gota de perdón” y ya
creemos haber hecho las mil maravillas. Ahí tenemos nuestra imagen en el
espejo, bastaría mirar a San Pedro, orgulloso con su meta limitada a siete
perdones consecutivos, contrapuesta a la oferta Divina de “perdonar
siempre”.
El
Perdón para Dios, no tiene pasado, ni lleva cuentas de cuantas veces ha sido otorgado,
Él sólo recuerda que si una vez perdonó, contrajo una Alianza de Perdón con
quien se vio favorecido otrora, y con gusto, le renueva el “contrato” para
volverlo a perdonar.
Él
nos enseña algo completamente diferente, cambia nuestra manera de pensar. Él no
es de los que dicen una cosa y hacen otra, su Prodigiosa Memoria tiene una sola
falla -diríamos nosotros- que es Infinitamente Olvidadizo” respecto de nuestros
pecados y desvíos. ¿Qué sería de nosotros sí Él no olvidara siempre, “setenta
veces siete”?
Para
ilustrarnos, nos regala la Parábola de hoy: Vayamos directo al corazón de la parábola. -A
veces para entender la circunferencia hay que establecer, primero que todo, el
centro-. σπλαγχνισθεὶς δὲ ὁ κύριος [splagchnisdeis de o
kyrios] “al Amo se le conmovieron las entrañas”. Esta conmoción visceral es lo
que denominamos “compasión”; esta palabra quiere decir “ponerse en el lugar del
otro”, experimentar su padecimiento en la propia carne”, no se trata de pasarle
por alto la deuda, esa es apenas la consecuencia, pero lo esencial es hacerlo
porque entendemos que el otro también es un ser humano y que le duele, o lo
atormenta, o está sufriendo, o aguante las duras y las maduras. En fin, se trata
de asumir ese sufrimiento como algo muy propio que muerde en las propias
carnes. Esta compasión es el pivote de todo.
Ahora, el contraste entre la deuda del empleado al Rey (moneda
más moneda menos le debía 10 millones de monedas de oro), y la deuda del
compañero, que era una deuda minúscula en comparación (redondeémoslo en cien
monedas, para tener un punto de referencia), esta puesta aquí para entender que
el Amo es Dios -Señor nuestro- y que Él nos perdona deudas siempre muy grandes,
descomunales, inmensas. Frente a nuestras ofensas contra Él, las ofensas que
pueden hacernos nuestro “compañeros” son diminutas, insignificantes.
Ahora bien, nuestra tarea discipular es la Construcción del
Reino, la sinodalidad con nuestros “hermanos”, nuestros “prójimos”, y eso
requiere, ante todo, la aplicación del “principio de perdonabilidad constante”.
No podemos pensar que podremos abrir la puerta para acceder al rostro Luminoso de Dios en el Cielo, a menos que nosotros aprovechemos nuestro paso por este
planeta “entrenándonos” concienzudamente para que, al llegar Allí, tengamos el
brazo muy musculoso y al empujar se abra.
Hemos cultivado el mito de que San Pedro estará allí en la
puerta y que él se encargará de darnos el acceso y los ángeles descorrerán la
puerta a nuestro paso. Ellos serán -quizás- el Comité de Acogida, pero abrir
requiere que nos preparemos cabalmente desarrollando el musculo que puede abrir.
Ese músculo se llama “compasión”.
No nos vayamos a engañar, no se trata de darse la mano, y
luego ir arrastrando un rencor sordo y corrosivo. Se trata de impulsar un
proceso de sanación verdadera. Lo cual no es nada fácil. Hay situaciones de bullying que se eternizan y personas que se ensañan en seguir haciendo daño. Y
esto no es exclusivo de niños y jovencitos en edad escolar; hay personas
adultas que siguen recreándose en herir y gotear zumo de limón en la herida y
restregarle sal. Y tampoco se trata de acomodarse en la situación de víctima.
Lo que resulta vital y esencial es que el proceso de “sanación”
esté restringido, por todos los costados, a ser desarrollado en clave de
no-violencia. Y no caer en la trampa de
responder a la agresión con más agresión.
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