Os
6, 1-6
Antes
de Ezequías, gobernó en Judá, Ajaz (o Acaz) que gobernó entre el 734 a. C. -
715 a.C. Resulta que, Pecaj -rey de samaria- y Rasón el de Damasco, invadieron
el territorio de Judá para forzarlo a ir contra Asiria. Pero Ajaz apeló a
Tiglat-Pileser III rey de los Asirios, que han pasado a la historia como
símbolo de violencia y crueldad. esto lo encontramos narrado en 2R 16, 5-9. Esto
desató una guerra fratricida, la que conocemos como conflicto Siro-Efraimita.
Si
bien la ayuda le dio la victoria a Acaz, eso muy poco lo favoreció, la alianza
de posguerra únicamente dio problemas al reino de Judá: Acaz tuvo que pagar
tributo a Tiglat-Pileser III, y en eso empeñó los tesoros del Templo de
Jerusalén y las arcas reales. También tuvo que establecer ídolos de dioses
asirios en Judá para convencer a su aliado. ¡Caro y muy deshonroso precio tuvo
que pagar!
Pan
de hoy y hambre de mañana: Israel regresó brevemente a su lealtad con YHWH. Lo que
el pueblo tiene en su fuero interno es la idea de jugar con Dios, darle un contentillo
y mantenerlo a raya. Los judaítas ofrecieron sacrificios, y Dios que nos conoce
en el fondo de nuestro corazón les dice: Vuestro corazón se parece a una nube
mañanera, que prontamente si disipa”.
Ese
es el tema de nuestra perícopa: Dios les dice taxativamente: “Amor quiero y no
sacrificios; conocimiento de Dios y no holocaustos”.
La
חֶ֥סֶד [Hessed] Amor-Divino
es una palabra que refleja bien la lealtad de Dios a su Alianza. Nos habla de
la Misericordia que Él nos ofrece y con la que nos cobija. Pero no es tonto, ni
se deja hacer el tonto. Él nos dio su amable legislación y nos tendió Su Mano para
protegernos, pero es un nexo que obliga, es un pacto que compromete de parte y
parte, la Alianza es bilateral.
Dice
también que quiere דָּ֫עַת [daad] “conocimiento”,
pero esta no es una pieza arrumada en el cerebro, sino un motor activo que
mueve hacia la sinodalidad, hacia una praxis fraternal, la capacidad de
donarse, de servir, es la entrega y la idea de mutua pertenencia; no es un
conocimiento gnoseológico sino más bien “existencial”.
El
conocimiento ser reflejó en las Tablas de la Ley, donde el talló sus mandatos
en firme roca. Y, para descifrarla y decodificarla auxiliándonos con la opción de
comprenderla y pagar con fidelidad, nos dio a sus profetas.
Sal
51(50), 3-4. 18-19. 20-21ab
Se
confiesa la culpa y se pode perdón y ese es el núcleo del mensaje en este
Salmo. La perícopa empieza suplicando ser purificados. ¿Purificados de qué? De los pecados, de las
culpas, de la rebelión. Hay un especial y tierno equilibro entre Dios y su pueblo,
pero la balanza se ha desequilibrado. La armonía entre las partes en Alianza se
ha interrumpido, la violación del pacto conlleva el cese de la protección.
¿Cómo
se rompe esta armonía con los Alto? Hay maneras y maneras: abusando de los
pobres, violando la Doctrina Social que Dios enseña, con la profanación del
templo, que difama la honra de Dios, con todos los gestos idolátricos.
¿Cómo
se recobra el equilibrio? Definitivamente no con marullas y embustes, no
tratando de desfalcar a Dios, no matando a l.as pobres reses en el Altar sino
recobrando la fidelidad de corazón.
La
última estrofa de nuestra perícopa no pertenece al salmo original, es una
adición post-exilica. La muy triste experiencia de la deportación obligo a una
adición que repusiera a la orden del día, la vigencia de la súplica del
salmista. Esta adición ruega para que
Jerusalén sea rehecha.
Es
rotundamente, un salmo de súplica, con alma penitencial. Lleno de
arrepentimiento a la vez que de convicción en la bondad Misericordiosa de YHWH,
siempre abierto al Perdón. El primer paso para avanzar en el arrepentimiento es
el reconocimiento de la culpa, como nos lo enseñaba San Agustín: “… los hombres
sin esperanza, cuanto menos atentos están a reconocer sus pecados, tanto más
curiosos son respecto de los ajenos. No buscan tanto qué pueden corregir sino
de qué murmurar, y como no pueden excusarse a sí mismos, se muestran dispuestos
a acusar a los demás. No fue ese el ejemplo de oración y de satisfacción a Dios
que nos dejó el salmista, al decir: Porque yo reconozco mi delito, y mi pecado
está siempre ante mí”
Lc
18, 9-14
Sin humildad, la
oración es del yo y no de Dios; la confianza es en sí mismo y no en Él.
Silvano Fausti
En
la misma línea penitencial, esta vez apuntando hacia la manera de orar, la
perícopa lucana contrapone dos modalidades de oración:
·
Lo oración arrogante y pedante
·
La oración sencilla propia del humilde, que no se piensa ya
“justificado”, sino que verdaderamente reconoce la urgencia de que Dios nos
socorra su Piedad.
Ellas
están figuradas, tipificadas en dos personajes: el fariseo y el publicano,
respectivamente.
El
fariseo se jacta de no-ser como los personajes que él considera los más
pecadores: ladrones, injustos, impuros, adúlteros y cobradores de impuestos.
Hay que recordar que la base del fariseísmo consistía precisamente en eso, en
considerar que se habían separado de todo lo que podía contaminarlos. Como hemos
dicho otras veces, fariseo significa “puesto aparte”, algo así como “segregado
por consagración”.
¿Con
qué conductas certificaban su “purismo”? ¡Ahí está el detalle! Aquí es donde
nosotros -poniéndonos la mano sobre el corazón- tenemos que ver sí también “certificamos nuestra “religiosidad” con conductas piadosas de este
talante…
a) ¿Ayunamos dos veces
por semana?
b) ¿Pagamos el diezmo
sobre la ruda y la menta?
Pero
quizás hay otro tipo de pistas que nos desenmascaren y nos indiquen qué clase
de piedad es la nuestra, la que nosotros practicamos…
1) Nuestro examen de
conciencia no nos deja ni siquiera levantar los ojos al Cielo
2) Con sincera contrición
nos golpeamos el pecho. Nuestra jaculatoria es del orden de esta: “Oh Dios, ten
compasión de este pobre pecador”.
En
seguida llegamos a puerto firme y podremos concluir:
·
El que practica estas dos últimas, queda “justificado”.
·
El que se injerta en el primer paradigma, no regresará a su
casa con la consciencia tranquila.
Al
que aún no logra saber de qué lado está, Jesús le entrega una plantilla de comprobación:
§ El que se enaltece,
ese no alcanza la escala de la ascesis, queda atrapado.
§ El que se humilla,
ese tiene un ´poderoso motor de ascensión”, porque su espiritualidad es de la buena,
de la que conquista el Amor de YHWH.
Aquí
el punto se puede volver confuso:
Están los que se humillan ante los hombres, para construir
su propio pedestal.
El tema de la humildad está -en realidad- reservado a la
intimidad entre Dios y el hombre: se es humilde a los ojos de Dios; no para que
luzca en la vitrina.
Jesús
nos dio la piedra de toque en el Evangelio de San Mateo: «Tú, en cambio, cuando
vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu
Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará»
(Mt 6,6).
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