jueves, 14 de marzo de 2024

Jueves de la Cuarta Semana de Cuaresma



Ex 32, 7-14

Adorar, Bendecir, Glorificar al Señor consiste en vivir una vida coherente con su Sacratísima Voluntad. A veces -suprema arrogancia- pretendemos que Dios cobije nuestra existencia con bendiciones, porque “le hemos pagado por adelantado”. En esos casos olvidamos que todo el Bien que hagamos -aun cuando haya pasado por nuestras manos- ha salido de sus Eternamente-Bendecidas-Manos, nos ha hecho la Gracia, de dejarnos participar de su Obra, pero no hemos sido nosotros, que no somos más que siervos inútiles; también olvidamos que Él no necesita nada de nosotros, que Él es el Señor y Dueño de todo, y que su Grandeza es tan exorbitante que nuestros más necios delitos no pueden hacer mella alguna en su Perfección. Nuestras faltas son como gotas de agua que tratan de rayar el Diamante.

 

Cuando obramos el mal, lo volcamos sobre nuestra propia existencia y hacemos daño al prójimo y a nosotros mismos. Tal vez sean sólo minúsculas piedritas, pero las vamos juntando y al cabo del tiempo tenemos un arma altamente destructiva. Lo que Dios ha querido no es sencillamente sacarnos de Egipto para que seamos libres, sino que su economía salvífica quiere enseñarnos a vivir en Libertad y a disfrutar ese “privilegio” para que en medio de ese marco de libertad podemos -todos, sinodalmente, como pueblo de Dios- construirnos en la “Justicia” y alcanzar la “Santidad”, valga decir, retornar al Seno Paterno del que provenimos. Recordemos, aquí, que no somos otra cosa que un Soplo de Dios, salido de su Pecho y que nuestro origen está cerca, muy cerca de su Corazón.

 

Está mal enfocada nuestra visión si hacemos consistir toda la Bondad de Dios en habernos sacado de Egipto. Éxodo (έξ (ex) "fuera" y όδός (odós) "camino") o sea “camino de salida”; pero este Libro es mucho más que “la Salida”, cualquier atleta entiende que la salida es solo un punto que se ha escogido convencionalmente para empezar la competencia, pero que no es el todo; tampoco es el todo, la “llegada”, la “meta”, uno podría pararse un metro atrás de la línea de llegada y cuando den la partida, recorrer ese metro y simular que hemos ganado, pero eso tampoco es “haber corrido la carrera”. Pasar por la llegada no significa nada, y pasar por ahí no nos convertirá en fuertes y ágiles corredores. En nuestro caso, llegar a la Tierra Prometida, -después de la muerte de Moisés- tampoco marca el fin de la Historia de la Salvación.

 

Si uno va leyendo la Biblia en su consecutividad literaria, para llegar a la perícopa de hoy tendremos que recorrer

a)    La salida de Egipto

b)    Las jornadas de travesía para llegar el Sinaí

c)    Al llegar al Sinaí, La Alianza

d)    Las normas litúrgicas dadas por Dios para construir el Templo “la Tienda del Encuentro”, que terminan, por lo pronto con el capítulo 31.

e)    Y, ahí sí, el triste momento de hoy: El quebrantamiento de la Alianza.

 

En resumidas cuentas, el Libro del Éxodo, relata toda una travesía por el Desierto en la que el Pueblo de Dios se va formando, se va aquilatando, es una ruta acrisoladora, que nos gusta comparar con todos los años de estudio que pacientemente van llenando los años de nuestra juventud. Este tiempo conlleva un proceso de ordenación, de maduración, de conformación. Es importante entender que en Egipto nos habíamos cargado de mañas, de hábitos buenos, pero muchas veces malos, hasta pésimos. Dar vueltas por el desierto sin dirigirnos con prontitud a la Tierra de Promisión e iniciar su conquista, representó pues una purificación, una liberación, una re-educación. A veces nos escandalizamos cómo fue posible que el amado pueblo desembocara en la adoración de muñecos, representando un animal, fundido con oro, obra de las manos humanas.

 

Bien, demos otro paso: ¡Cavilemos! ¿Será posible que Moisés tenga que darle “enseñanzas” a Dios y explicarle lo que van a pensar las naciones de Él y de su pueblo escogido, si los llegaba a exterminar? ¿Será posible que Dios sea víctima de sus propios arrebatos de ira y que, al entrar a corregirlos, se pase de la raya y nos mate a todos? ¿Será que Él nos creó con la opción de que si cometíamos ciertas fallas más allá de cierto límite nos iba a borrar del Libro de la Vida de tachón y plumazo?

 

Nosotros vemos en este episodio una faceta más de la Pedagogía Divina, que está formando en su “Escuela de Líderes” a Moisés, para que aprenda a actuar como un “Intercesor”, como un pastor de buena laya. Los que guíen al pueblo -porque Dios les ha dado ese encargo- están para pastorear, inclusive para recoger -con el propio pecho- los dardos que se disparen contra las Ovejitas del Señor, por mucho que hayamos “metido la pata”. 

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Sal 106(105), 19-20. 21-22. 23

Salmo de la Alianza, pero de la Alianza quebrantada, porque aquí se traza el retrato de un pueblo desagradecido, rebelde, olvidadizo que en cinco minutos ya ha olvidado todas las bondades y los favores entregados por el Señor. Nosotros somos la clase de criaturas que pagamos mal el bien concedido.

 

Nuestra situación es gravísima: No solamente hay ingratitud, sino que somos capaces de reinterpretar lo que se nos ha dado por pura generosidad, como maldades indeseables, como si Dios nos hubiera querido entregar a las garras del mal.

 

Y, sin embargo, a pesar de todos nuestros entuertos, Dios siempre nos salva. Una y otra vez, con toda Su Paciencia, con toda su Benevolencia. Sin rencores, sin ajustes de cuentas. “No nos trata como merecen nuestras culpas”.

 

De todos los portentos obrados por Dios para sacarlos “a pie enjuto” de Egipto y ayudarnos para cruzar el Mar Rojo; de todo eso se olvidaron; y la rindieron tributos a un buey, de los que comen pasto, que no puede, ni tiene idea de lo que significa compadecerse.

 

A causa de la rebeldía sobre la que volvían una tras otra, Dios los perdonaba; Moisés tuvo que cargar y pagar con su propio sufrimiento la deslealtad de aquel pueblo para con su Señor.

 

Y Dios los perdonaba y les toleraba, no porque ellos hicieran algo por enmendar, sino, sólo y simplemente porque Dios no puede faltar a su Palabra y Él había empeñado su Palabra al pactar la Alianza. Lo perdonaba, sólo por honrar la Alianza.

 

La perícopa del Salmo recuerda punto por punto la rebelión en el Horeb. El verso responsorial se acoge al Amor que Dios le tiene a su pueblo y pide, poniendo por mediación ese Gigantesco Amor.

 

¡También nosotros, oremos, poniendo por Testigo al Amor Fiel de Dios! Y que todo el pueblo diga: ¡Amén, Aleluya!

 

Jn 5, 31-42



El evangelio gira en torno al concepto de avalar.  Se pregunta una y otra vez en la perícopa ¿quién meterá la mano en el fuego por mí? ¿Quién garantizará que soy verdaderamente el Hijo de Dios? ¿Llegada la hora de dar fe sobre Jesús, quién se hará cargo? ¡Quien regará su propia Sangre para hacer saber que Él es el Mesías, el Enviado del Padre?

 

En ambientes comerciales y laborales hablamos de padrinos y madrinas, en el marco financiero hablamos de fiadores, en los contextos forenses se les llama testigos; en todo caso se trata de una persona o personas que responden por otra frente a una obligación, comprometiéndose a asumir totalmente la responsabilidad.

 

En la perícopa hay todo un elenco de “avales”:

1)    El auto-testimonio, sin embargo, no siempre se acepta que uno de testimonio por sí mismo.

2)    El testimonio del propio Papá.

3)    Un primo, por ejemplo, en este caso era Juan el hijo del sacerdote Zacarías y de Isabel, prima de la Virgen María.

4)    Las obras especiales (signos y prodigios) que Dios Padre le concede poder realizar.

5)    La Escritura.

6)    Moisés.

 

Pero Jesús no requiere de testimonios humanos, el aval que lo acredita, no lo pueden dar los seres humanos, Él es avalado por Dios-Padre.

 

Ellos no lo pueden reconocer porque el Amor de Dios no los habita. Careciendo de este amor, somos incapaces de reconocer, nuestros sentidos y nuestros razonamientos se perturban y quedan “ciegos y paralíticos”.

 

Nosotros nos afanamos por los “likes” que los otros nos puedan dar, pero no nos urge el único “Like” que es válido: el que viene de Dios.

 

Siempre se plantea la imagen de Dios desde una perspectiva errónea. Se cree que Él es un “lleva-quejas” que tiene por oficio ir a decirle al Padre, noticias que nos perjudican a Sus Ojos. Hay personajes como Moisés que tiene esa tarea, ¡Jesús no!

 

En las Escrituras aparece Jesús y está definido Mesías e Hijo de Dios, pero, nosotros -para eludir la responsabilidad- lo negamos.

 

El Patas nos ha hecho una transfusión perversa, nos ha infundido sangre idolatra: Nos ha uniformado para ser “fans” (apocope de “fanático”, ¿qué es un fanático? Una persona que padece un apasionamiento desmedido, rayano en el paroxismo, por alguna creencia, opinión religiosa o política, o por algún personaje de la farándula). Mientras llega la hora de la Parusía, nosotros seguiremos -sin tregua ni descanso- fabricando ídolos, adorando becerros de metal.

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