Is
65, 17-21
Estamos
-hoy-en el capítulo penúltimo del Libro de Isaías, del Trito-Isaías: Son
páginas apocalípticas. Por eso, Dios ha recomendado “atesorar en la memoria”, y
heredar de padres a hijos los recuerdos de lo vivido, donde se testimonia la
Intervención Divina. Pero, cuando lleguemos al esjatón, cambiaran las
coordenadas temporales y, la recordación no tendrá ni objeto ni sentido: serán
un Cielo Nuevo y una Tierra Nueva, con otro sistema de coordenadas y valores
“purificados”. Ahí perderá su valor la memoria, y los recuerdos su sentido.
Después de la dolorosa experiencia de la “realidad”, del “penoso Valle de
Lágrimas” tendremos dos planos de una sociología diferente:
1. Jerusalén -un topos-
de pura alegría.
2. Una sinodalidad
-soporte estructural- del Nuevo Pueblo de Dios
Esta
Nueva Creación tendrá unos rasgos que darán regocijo al Propio Dios:
·
Desaparición del “llanto”, no por cesación de las funciones
lacrimales, sino por la desaparición de penurias que las desaten.
·
Dejaran de morir los niños, porque se descartará la guerra
como negocio, la hambruna de tantos pueblos, y las condiciones de salubridad se
optimizarán: ¡esto lo hará el Señor!
·
Nadie morirá prematuramente: al desaparecer la violencia y
maximizar el respeto a la Vida. (Esto aclara que no es una realidad del “otro mundo”,
porque ya desde hace mucho Dios nos dejó muy claro en su Revelación, que en la
otra vida no hay muerte).
A
estos aspectos se les ha agrupado bajo el acápite de “utopía”, y lo son para
nosotros, ningún gobierno, ninguna sociedad, ningún modelo cultural lo podrán
realizar. Dios lo traerá a su debido tiempo. ¿Eso se llama Esperanza!
Será
una Era en que la Presencia de Dios será aceptada, y no perseguida. En aquel
tiempo, todas las vides serán para sus sembradores.
Cuando
los judíos “regresaron” del exilio en Babilonia, nos imaginamos – como también
muchas veces creemos que después de cuarenta años del exilio fue así-, que
llegaron todos los mismos que salieron de Egipto. Así mismo de los deportados a
Babilonia, que todos volvieron. La verdad es que muchos se quedaron, que muchos
se “asentaron” y “usufructuaron” la situación alcanzada en Babilonia y el
status que habían alcanzado con sus negocios y su industria.
Este
error, que muchas veces se da por ocultamiento de los pasajes que lo aclaran,
produce la tergiversación que es la imaginación de un “retorno al Paraíso
Celestial”. Hoy lo dice muy claro: “Voy a crear un Cielo Nuevo y una tierra
Nueva”. ¡No dice que nos vaya a regresar al Edén!
Pálido
consuelo el de aquellos que -traen un tanque de pintura bien grande, llamado
“resignación”- para barnizar la Promesa porque detrás de una fe supuestamente
muy firme y muy formada, no les alcanza a caber la Grandeza del Poder de Dios.
Quien no confíe que se cumplirá, en verdad no cree. Esa es una religión
diferente, peluqueada bien a ras.
Sal
30(29), 2 y 4. 5-6. 11-12ª y 13b
Cuando
uno ha pasado por un gran riesgo y lo ha superado -por ejemplo, una enfermedad gravísima-
uno logra descubrir que fuerzas Superiores han dirigido los diversos hilos y
sólo gracias a esa intervención, ha sido posible la maravilla de la “victoria”.
Y entonces, uno ha sido testigo de la convergencia de “vectores”, de otra
manera inexplicable.
Siempre
– con un corazón endurecido, por la testarudez-, se podrá argumentar que no se
puede explicar porque no se ha hecho el debido esfuerzo. Alguno llegará
arguyendo que ya vendrá el día, cuando la “ciencia” lo explique. Ese día será cuando
bajemos la obsesión altanera del racionalismo.
Quiere
decir que debemos renunciar al racionalismo: ¡de ninguna manera! Todas nuestras
capacidades intelectivas son fruto de la Voluntad Creadora, y, si nosotros las
desecháramos estaríamos desechando a su Divina Majestad. ¡Desechar no! ¡Aplicar
con “humilde moderación, si!
Estaban
comprando ya el ataúd para el entierro, y Dios dijo ¡No, lo quiero vivo! Y a
continuación dijo, ¡Niño (o niña, o señor, o señora o el que sea), levántate! Y
lo dijo en arameo, pero le entendimos y nos levantamos.
¡Nosotros
no nos levantamos y cambiamos de tema! Empezamos a ensalzarlo, porque nos
libró. No dejó que sucumbiéramos en manos del “enemigo”, (ellos se dicen
enemigos, pero para nosotros son sólo nuestros hermanos).
No
es que nuestro pecado le sea indiferente, claro que Él se irrita, pero solo
momentáneamente, hace tiempo que descubrimos que guardar enojo sólo nos
autodestruye: y eso Dios lo ha sabido desde siempre, así que casi de inmediato
nos perdona. ¿Qué haremos nosotros? Fiesta, celebrando su Presencia en nuestra
vida, en nuestra mente, en nuestra sanación y liberación. Después de tener los
ojos anegados, súbitamente descubrimos que Él nos ha consolado y ha previsto y provisto
salida a nuestros pesares. Podríamos decir -no para abusar de su Misericordia-
que ¡su cólera es Instantánea! Con mayor razón, cuidemos de no enojarlo.
·
Cambió nuestro luto en danzas
·
Démosle, perennemente Gracias.
Jn
4, 43-54
Esta
semana vamos a trabajar una lectura semi-continuada del Evangelio joánico. En
el mismo capítulo 4, en los versos 4-42, encontramos el encuentro que tuvo
Jesús en Sicar, con la Samaritana, en la fuente de Jacob (es lo que viene antes
de la perícopa que leemos hoy).
Jesús
viene de estar dos días en Samaría y llega a Galilea donde es bien acogido, en
contraste con el trato recibido en Judea, que lo lleva a declarar en el verso
44 que “Ningún profeta es honrado en su patria”. En Judea le abren las puertas
porque hasta allí han llegado las noticias de los prodigios que ha realizado
(que en San Juan se denominan “signos”), además allí había obrado la
transformación del agua en vino; ahora viene a dejar una segunda honda huella,
ahora la transformación será de la muerte en la vida.
Viene
un miembro de la aristocracia, un “alto funcionario real”, una suerte de burócrata.
Tenía su hijo amenazado por la muerte, y enterándose que Jesús -proveniente de
Judea-, llegaba, le salió al paso para rogarle que lo curase.
A
la petición de vida para su hijo, Jesús le responde con una especie de
reproche. Lo malo no está en que acudamos a pedirle, tampoco que nuestro pedido
vaya contra los ritmos de la naturaleza, que, si uno está muy grave, lo lógico
es que sobrevenga la muerte; no, lo malo está en pedirle sin fe y condicionar
nuestro creer-en -Él a la realización de prodigios. Jesús lo que le dice es “si
no ves σημεῖα [semeia]
“signos” y τέρας
[teras] “maravillas”, no
crees”. Esta palabra τέρας, significa algo tan sorprendente
que es expresión del poder de Dios. Y, sin embargo, como el funcionario real le
insiste, Él se lo concede. Lo remite a su casa, y que se vaya tranquilo porque
el hijo ya está bien. Y, el empleado de Palacio, creyó.
¿Realmente uno se pregunta: el signo y maravilla fue la curación
del muchacho? ¿O el signo-maravillante fue que el papá creyera? ¿Qué es más
fácil, restablecer -a distancia- la vida de un enfermo o, curarle el alma a un incrédulo?
Se suscita en el relato, allí, justo en ese punto, la
cuestión de la hora. Cuál es la importancia de la “hora”. Nosotros entendemos
que no se está hablando de un asunto cronológico, no habría importado si fue a
las 3:00, a las 4:00 o a las 5:00, o en cualquier otro momento. Aquí se refiera
a una “hora kairótica”, un momento de Gracia: Dios ha entrado en la historia en
aquel punto, era el momento histórico exacto, Dios había salido del Cielo, y
había entrado en nuestra dimensión, se manifestó, y es la “hora de obrar sus
Maravillas, para entregarnos la Salvación. ¡Es una hora de Salvación! ¡Es un
giro Soteriológico! ¡El plazo se ha cumplido! Dios ya está con nosotros. ¡Señor
de la historia!
Esta perícopa tiene un trasfondo apocalíptico, ese
manifestarse de Jesús prodigiosamente tiene un carácter estrictamente revelatorio
-recordemos que apocalipsis significa “revelación”-; este signo-maravillante es
verdaderamente epifánico: ¿En qué momento fue? ¡A la hora ἑβδόμην [hebdomen] “Séptima”! ¡A la hora Perfecta! Ni un minuto
antes, ni un segundo después, sino, justo cuando Dios lo tenía dispuesto.
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