Mi
7m 14-15. 18-20
Entre
el pecado y la Tierna Misericordia de Dios hay una distancia, un gran abismo,
para cruzarlo requerimos de un puente que se denomina “arrepentimiento”: De eso
se trata la cuaresma, de tener un tiempo penitencial para atravesar ese puente.
De
Egipto salió un pueblo, el que llegó a la Tierra de promisión era otro
pueblo distinto. Por el camino, caminar de 40 años, murieron aquellos que
salieron y surgió otra generación. Esta imagen es parabólica, establece un
signo de muerte y renacimiento, así tendría que ser nuestra travesía cuaresmal,
para que, al llegar a la Semana Santa, lleguemos otros, cambiados, libres del
pecado, purificados en la Gracia Penitencial, y el que estaba habituado al
pecado se haya quedado muerto, por el camino.
Mucha
atención que la Absolución re-produce las Aguas Bautismales. En su Misericordia
Divina el Señor -sabedor de nuestra fragilidad- nos ha regalado una “Segunda
tabla de Salvación”: el Sacramento de la Conversión.
Nos
sentimos en la obligación de ratificar que el primer paso es reconocer nuestros
pecados -no según nuestra subjetividad, sino de conformidad con la Ley de Dios,
(fatal que inventemos una ley diferente a la que Él instituyó, para hacer pasar
nuestros pecados por beatitudes). Pero, ahí no para el asunto, nuestro
reconocimiento del pecado se devalúa en la misma medida que no lo acompañamos
de una firme y férrea decisión de no volver a caer en él. ¡Esa decisión cuenta
mucho y está a la base de nuestra absolución!
¿Qué
pasa si, a pesar de nuestra decisión, reincidimos? No pasa nada, habrá que
volverlo a confesar y nosotros tendremos que reincidir en nuestra firme
decisión de sacudirnos de ese “mal hábito”. Pero, si hay una condición, que de
verdad hayamos puesto y agotado todos nuestros recursos por librarnos de ese pecado. La decisión de no recaída es falsa si nosotros vivimos como polillas
voloteando alrededor de la llama, hasta quemarnos. Ya lo dice el sabio popular:
“El que juega con fuego, termina chamuscado”. No había firme decisión de
“cambio”.
El
perdón concedido a Abrahán y a Jacob, lleva a rememorar también el favor que
hizo YHWH a todo el pueblo de Israel sacado de Egipto y llevado en Éxodo.
Miqueas
-cuyo nombre significa “quien como YHWH”, nombre en la misma línea que Miguel-
nació en Moresheth-Gath a 35 kms. al suroeste de Jerusalén. Su trabajo
profético toca los reinados de Jotán, Acaz y Ezequías. En este Libro de Miqueas
que nació en el 740 a. C., y se estima que murió en el 670 a. C. – a la edad de
70 años- sin embargo, encontramos el bloque 7, 8-20 que los investigadores
sitúan en el post-Exilio que se fecha en el 538, o sea, por lo menos 132 años
después. Está muy claro que el Libro es producto de una labor redaccional donde
hay adiciones que no pueden atribuirse al profeta. (Con esta sección pasa lo
mismo que con los capítulos 4 y 5). ¿Quiere esto decir que esta sección es
falsa? De ninguna manera, pertenece también a la Biblia canónica y no hay
ninguna razón para suponerla apócrifa.
Profeta
de raigambre campesina. Es supremamente interesante la atención que concede al
tema social enfocado en ese tipo de pecaminosidad:
·
Explotación por parte de los ricos que se aprovechan de los
menos favorecidos.
·
Abusos hacia los ciudadanos sencillos y del campesinado
·
Violencia, lo que es denominador común y una tradición que
ha hecho carrera en la historia
Sal
103(102), 1bc-2. 3-4. 9-10. 11-12
Salmo
de acción de Gracias. Un penitente sube al Templo para ofrecer este sacrificio.
Lo dominante en este salmo es la relación de amor que envuelve la escena relacional
de Dios con el Hombre. Hay otra palabra que frecuenta este salmo y es la
palabra “ternura”.
El
salmo corrige de fondo una visión superficial que muestra el Primer Testamento
como una relación dominada por el “miedo”; según esta visión desenfocada, el Segundo
Testamento sería el portador del mensaje de amor de Dios.
Hemos
señalado otro desenfoque que se publicita pero que es igualmente falso: la
religión es un asunto de intimidad de Dios con la persona, y con esa mirada se
soslaya que la fe es un fenómeno hondamente comunitario. Si bien el salmo
empieza desde una perspectiva del yo, y el mí, en la segunda parte -a partir
del verso 7- la óptica es la del “nosotros”, en esta parte la referencia es
mosaica. Aún más, desemboca en una panorámica donde el sujeto “penitencial” es “global”.
El
verso 9 nos conecta con un género forense, el del “litigio: רִיב [rib] que aparece aquí יָרִ֑יב con
el significado de [ya-rib] “contender”, “disputar”, “pleitear”. Dios ha llevado
a su pueblo ante el Tribunal, lo demanda porque ha infringido el “pacto”.
En
la tercera estrofa de la perícopa de hoy, lo que se dice es que Dios no
frecuenta los tribuales, no está constantemente apelando a jueces y litigios. Lo más importante es precisamente eso, que
Dios no es rencoroso, ni tiene “base de datos” para llevar registro de nuestra
hoja de vida jurídica.
Los versos
finales nos convocan a בָּרֲכ֤וּ [baraky] “bendecir”, lo que redondea el carácter de acción de Gracias de
este Salmo.
Lc
15, 1-3. 11-32
Reunió todo lo que tenía, partió a un lugar lejano
Sabemos
que Jesús aceptaba abiertamente el trato con publicanos y pecadores. Por eso,
los fariseos y escribas, apuntaban su dedo hacía Él. Ante este desvelo de los opositores
de Jesús para encontrarle un “talón de Aquiles”, por dónde meterle muela. Jesús
decide contarles tres parábolas, que anidan un fuerte sentido polémico, y
ponen en escena la causa de incomprensión que hace ciegos a estos “rivales”. No
entienden que un médico no tiene nada que ir a hacer a la casa de los “sanos”.
El visitará con toda seguridad y plena lógica, a los enfermos, que tienen que
hacerse ver urgentemente.
Las tres parábolas son:
1) La de la oveja
perdida
2) La mujer que pierde
una de sus 10 monedas.
3) Y la de los dos
hijos y el Padre Misericordioso.
En
el caso de esta tercera parábola la situación es mucho más grave; ya no se
trata de un simple enfermo, en este caso “uno de los dos hijos ha muerto”. Entrar
en contacto con un muerto, esa era -según fariseos y escribas- la causa de
mayor impureza. Jesús trata con pecadores y -aún peor, con cadáveres- las
críticas y murmuraciones estaban más que justificadas. Por eso, era muy urgente
que ellos hicieran “metanoia” y lograran empezar a ver las cosas desde
otro ángulo completamente distinto; captando y discerniendo quienes son los que
realmente necesitan “sanación”, sólo así lograran entender por qué Jesús trata
con ellos.
Los
fariseos y los escribas tenían la misma ceguera que sufría el hijo que no se
había ido, el que le servía a su padre sin desobedecerlo jamás, el “santito”,
el “justo”. (Según su prejuicio egoísta).
Es
posible que, viviendo en la Iglesia, uno no llegue jamás a entender lo que
puede pasarles a los hijos que se han alejado; es muy probable que, al
alejarse, al pasar hambre y necesidades, al tener que trabajar con cerdos, “la
impureza de las impurezas”, uno llegue a entender con claridad lo que implica
estar lejos de “la Casa del Padre”. (No es necesario pasar hambres y sinsabores
para ganar la Sonrisa de Dios. Pero en cambio, si es preciso entender las
penurias que otros han vivido y ser comprensivos con ellos, en el sentido de
ponerse en sus zapatos. También es importante que no juzguemos al “sacerdote
que va a la casa de una prostituta”).
Aún
hay algo mucho más interesante, es ver con los ojos con los que lo vio el Padre,
ya desde lejos. Nada le importó, nada lo retuvo, nada se interpuso, corrió a su
encuentro y lo acogió. Ni siquiera le dio campo a pronunciar el discurso que
había preparado… ¡Sencillamente le abrió los brazos de par en par!
Este
papá no tenía un hijo muerto. Tenía dos cadáveres, sólo que uno de ellos permanecía
en casa. Cuando no es capaz de llamar “hermano” al que se había ido, y al verlo
volver lo único que le viene a la mente es su orgullosa permanencia en la casa
paterna y la supuesta obediencia que le profesaba al padre, deja ver la pobre “virtud”
que anidaba en su pecho. En verdad que en aquel momento se le cayó la máscara
de cordero y descubrió su rosto de lobo. Este hijo “bueno” -que ahora ha
quedado desenmascarado- representa a escribas y fariseos. A este gremio pertenecen
todos los que se creen “justos” porque “no han desobedecido” jamás.
Una
“religiosidad” de la obediencia, hizo de ella un fetiche. Lo único malo
de la obediencia es que sea ciega, que no alcance a ver y discernir, hasta qué punto
se obedece a Dios, y a partir de donde al egoísmo, a la tergiversación del Maligno,
al maquillaje con el que reviste el fruto prohibido para hacerlo ver sabroso.
Lo
que ordena el Señor es “Escuchar” que significa.
·
Oír atentamente la Palabra de Dios
·
Pedirle a Dios la fuerza y el discernimiento para acatar lo
que Dios dice.
·
Evitar la falsificación de los valores cristianos, con la
asistencia de Dios, de su Espíritu Santo y con el soporte de la Santa Madre Iglesia
que nos hace patente la voz del Espíritu Santo cuando nos cuesta entenderla o
cuando nos parece no alcanzarla a oír.
Miremos
una temática para que nuestra reflexión trasmute en batiscafo: El hijo que se
había ido ¿pensaba que la cercanía de su papá le impedía ver el “ancho mundo”?
¿tenía la idea que su papá era una limitante? Nos ha ocurrido desplazarnos para
ir a buscar, ¿quién sabe qué? Muy en el fondo ¿hay un anhelo escondido de ir a
probar las bellotas que les dan a los cerdos? Buscar y para poder encontrar el
fondo de nuestra mismidad, reconocer ¿de qué huimos?
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