Jer
11, 18-20
Los
biblistas, estudiosos eruditos, nos aportan segmentaciones de los Libros que
son un gran aporte a la hora de leer y ubicar las perícopas tanto temática como
cronológicamente. Muchos de ellos han consagrado la vida entera al estudio y ordenación
cronológica de las perícopas.
El
Libro de Jeremías se desestructura en 4 bloques, el primero de ellos -que abarca
los capítulos del 1 al 25- se refieren a los oráculos que remiten tanto a Judá
como a Jerusalén. Uno de los ejes de su acción profética fue la eliminación de
los santuarios múltiples, para lograr el centralismo del Santuario Único en Jerusalén.
Toda
su vida está puesta bajo la clave de la contradicción. Está muy consciente y
muy comprometido con su vocación profética y día tras día lucha para mantener
su coherencia. Pero eso lo lleva a ni siquiera poder establecer un hogar con su
amada. Su vida la ilumina ese celibato -que en aquella cultura era sintomático
de anormalidad- y a posicionarse como un excéntrico solitario. Se caracterizó
por soportar con entereza inquebrantable las múltiples acusaciones que sufrió de
los reyes, especialmente los de Israel.
Los
compatriotas de Anatot ven en él a un colaboracionista -con los caldeos- así que le expresan su “cariño” con desprecios
y torturas, desde azotes hasta el abandono en un aljibe, así como ser arrojado
a las mazmorras. A esto se refiere la perícopa de hoy.
Encontramos
algunos detalles de esta persecución que conllevan un denso paralelismo con el
Protagonista Neotestamentario:
1. Como manso cordero es
llevado al matadero. Consigna que vendría a ser el lema del Viacrucis.
2. Si, proponen que
-aun siendo joven- borrarlo de las páginas de la historia.
3. Y se afanan por
arrancarlo de cuajo de la memoria de Su Pueblo.
4. El objetivo es
lograr que se olvide hasta su Nombre.
Pero
Dios es Justo, Él es el Justo de los Justos. Su Juicio es Recto. No mira la superficie,
sino que examina lo más profundo del ser: sus entrañas y su corazón.
Jeremías
espera poder ver cómo el Señor les cobra tantos atropellos de los que lo hacen
víctima. Ruega al Cielo les cobre la arbitrariedad destinándolos a su masacre.
Hay
un interrogante que Jeremías pone como pivote. Por qué les va bien a los malos,
y donde son sembrados allí echan raíces y se multiplican como la cizaña y cargan
los frutos de su veneno, haciendo cundir el mal.
Aun
así, ¡la Victoria del Justo prevalecerá!
Sal
7, 2-3. 9bc-10. 11-12
Este
es un salmo de súplica. Podríamos descomponer este salmo es nos fragmentos
a) Que el Señor no
deje a los impíos salir gananciosos.
b) Se vaticina el
tristísimo fin que aguardo a los malhechores.
La
suplica que vertebra esa perícopa es el clamor del “Justo” para que lo libre de
sus perseguidores. Y, en cambio, reciba el bondadoso fallo de Dios que juzga
con Justicia y ve las rectas intenciones que nos animan.
Con
el versículo responsorial se pone bajo la protección tutelar del Propio Dios.
En
la primera estrofa compara los perseguidores con leones descuartizadores.
En
la segunda le pide al Señor que apoye al inocente, ya que Él es Justo.
En
la tercera, viene otra comparación, en este caso, Dios es comparado con un Escudo Blindado.
Hay
que entender y saber leer la Palabra de Dios, Él nos ha enseñado a Alabarlo.
Pero hay que entender que su protección no es un revestimiento: Su Fuerza vive
en nosotros, su Poder no es externo a nuestra vida, sino que puebla nuestra
conciencia, habita en nuestra alma. Exteriormente podemos parecer muy frágiles pero
nuestra consistencia es espiritual, sino, contemplemos la valentía de los que
han adornado su vida con el Poder de su Entrega y han alcanzado el podio del
Martirio.
No
pedimos para que aplaste a los demás, que pudiendo estar garrafalmente equivocados
son mis hermanos, hijos también Suyos; no Señor, nuestros ruegos apuntan a que fracasen
los mecanismos y los medios y canales injustos que les permiten construir
rascacielos de maldad y perversión, para ocultar tras de ellos, la Magnifica Belleza,
de Su Amorosa Propuesta.
Nuestro
clamor pide que no triunfe el engaño del Mentiroso, sino que Su Reino
resplandezca Triunfal.
Jn
7, 40-53
Jesús
ha subido “discretamente” a Jerusalén para la celebración de la fiesta de las
Enramadas, o sea chozas como las que tendían en el desierto para resguardarse
del sofoco diurno y de los fríos nocturnos, que para ellos se convirtieron en “signo”
de su itinerancia de 40 años. Se suele decir que era la más alegre y la más
solemne de las Fiestas del Judaísmo y que traía consigo el deber religioso de
peregrinar a Jerusalén. Esta Fiesta tiene su cúspide en la Simjat Torá, fiesta
de origen judío que se celebra al concluir la festividad de Sucot (choza,
cabaña), siendo una festividad en sí misma. Se refiere al día en que se termina
de leer en las sinagogas la última parte del Pentateuco en un rollo de la Torá,
y se recomienza a leer la primera parte, el Génesis, conocida también como
Bereshit. Esto es lo que nos dice el verso 37, señalando el Último Día como “el
más grande de la Fiesta”.
Hasta
los líderes religiosos que preguntan a las milicias romanas y a los adalides
del Sanedrín, por qué no se ha hecho efectivo el arresto del Agitador, reciben
por respuesta-sin poder salir del asombro. Que ¡nadie ha hablado como Él!
Jesús
grita una declaratoria -ahí se anula toda la discreción”, ofreciendo darles de
beber y saciar la sed de todo el que viniera a Él. Les calmará la sed, dándoles
a beber del Espíritu santo. (Cfr. 7, 39) El Espíritu todavía no se había donado
porque Jesús no había sido todavía, ἐδοξάσθη
[edoxasthe] “glorificado”.
Se
da una σχίσμα [schisma] “división”, un “sisma”, porque Él es visto como
Mesías, pero su cuna no lo confirmaba: según se esperaba el Mesías debía venir
de Belén, mientras que Jesús -según su manera de entender- provenía de Nazaret.
La división la da la cuna del Mesías.
En
la perícopa se deja sentado que los contradictores eran los fariseos, seguramente
en el momento de la discusión, ellos erán los únicos sobrevivientes allí presentes,
en condición de opositores, los únicos que conoció los de la comunidad joánica.
Aquí
se presenta una oposición entre los que saben / los que no tienen derecho a
saber. Según eso los que no saben se han dejado embaucar. A los que no tenemos
derecho a saber, los fariseos nos acomodan el sonoro título de “malditos”.
Nicodemo, -es curioso que la etimología de este nombre es estrictamente griega y
significa “la victoria del pueblo” (que también era fariseo) -a quien conocimos
en el cap. 3, que vino en lo oscuro, a platicar con Jesús- les pone de presente
que todo el mundo debe ser tenido por inocente mientras no se le haya oído en
descargos. Los opositores le dicen que, si se ha pasado al bando de los
Galileos, y, que la letra Escrituristica establece que Galilea no es cuna de
profetas.
¿Será
que la mención de Nicodemo -es un mensaje cifrado- y quiere decir que a la
larga el que salió ganancioso y venció a los demás fue precisamente el grupo de
los que “no saben nada”, de “los que no entienden de la ley”?
El
cerco se va cerrando en torno a Jesús, cada vez el anillo tiene menor diámetro,
la decisión de apresarlo flota como un drone artillado sobre Él, y la atmosfera que se respira
es la de una condena a muerte a punto de ser pronunciada, sin respeto a la ley,
ni a la Verdad.
Por
lo pronto, tanto alboroto para nada, no llegaron a ningún acuerdo, y se
disolvieron (que se sepa no fue necesario recurrir a los lacrimógenos), ¡cada
uno a su rancho!
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