Gn 18, 1-15
Es
importante hacernos una idea panorámica de nuestro recorrido a través de la
Biblia, para insertar cada Lectura Diaria en su co-texto, y comprender de qué
estambre se desprende el hilo de cada fragmento; a riesgo de quedarnos con una
serie de “cortos” desconectados unos de otros, en cuyo caso nos será más
difícil entender de qué nos habla Dios.
Empezamos
el lunes (26 de junio) la Lectura del Génesis, en el capítulo 12, con la
presentación de Abrán. Una y otra vez, el Señor le promete una abundante prole,
promete darle tierra y ahí vamos. Pero en sí, el relato parece no avanzar. Hoy,
cerraremos esta visita al Génesis, en la que hemos llegado al capítulo 18; sin
embargo, la historia de Abrahán se extiende hasta Gn 25, 11. O sea, que esta
semana hemos tenido como Primera Lectura, el Génesis y una parte de la historia
de Abrahán.
Pues
bien, la semana entrante, presentaremos a otro “patriarca”, Jacob (Israel), el
lunes y el martes. Luego, pasaremos directamente a José a quien nos dedicaremos
hasta el lunes 17 de julio cuando pasaremos al Libro del Éxodo.
En
la perícopa de hoy, Abrahán recibe la visita de Dios-Trinidad. Y, lo que se
revela este hermoso “carisma” que es la “acogida”. No les pide identificación,
no espera la presentación de credenciales y cartas de recomendación. Ruega que
le acepten su “hospitalidad” y les brinda alojamiento.
Les
ofrece, en primer término, agua para refrescar los pies del caminante a la
sombre de la Encina de Mambré. Les ofrece un primer “entremés” a manera de
“tente en pie”. Acto seguido, le pidió a Sara que amasara pan para “Él”, y a un
criado le pidió guisar un magnifico ternero para brindarle la Cena.
Hay
un dicho popular que reza: “Dios no se queda con nada ajeno”. Así que le ofrecen la maternidad para Sara de
un hijo de su propia sangre, de manera tal que – trascurrido el tiempo regular
entre visita y visita- para la próxima
vez que lo visitara, Sara estaría acunando ya al bebé propio.
Viene
el famoso episodio de la “risita de la estéril”, que ella justifica como risa
nerviosa. Ella era consciente que ya había llegado a la menopausia, se llama a
sí misma בָּלָה
“agotada”. “consumida”. Y la respuesta, similar a la que dará San Gabriel a
María Santísima: הֲיִפָּלֵ֥א מֵיְהוָ֖ה דָּבָ֑ר “¿Hay algo
demasiado difícil para el Señor?”
Lc 1,
46b-47. 48-49. 50 y 53. 54-55.
A
manera de Salmo, tenemos una perícopa proveniente del Magnificat que es una plegaria estructurada como
una Acción de Gracias, recordando que Eucaristía significa precisamente “Acción
de Gracias”, diremos que es una Plegaria Eucarística, con fuertes y claras
alusiones veterotestamentarias, emparentado con el Cantico de Ana en 1Sam 2,
1-11. Pero iluminado con tintes proféticos donde se anuncia la Acción Salvífica
y Redentora del Señor.
Exulta
María porque Dios se muestra favorable con sus pequeños: los hambrientos, los
desvalidos, los pobres de YHWH, los humildes. Se han estructurado cuatro
estrofas, y frente a cada una, la Asamblea proclama que Dios jamás, óigase
bien, jamás deja de ser Señor Misericordioso.
La
primera estrofa menciona el júbilo de Santa María. Ella misma reconoce su
Bienaventuranza.
La
segunda nos dice que, el Poderoso es “Nombre Santo”. Pero su Descomunal Poderío
no le impide mirar hacia su “Humilde Sierva”. Lo que dará motivo a todas las
generaciones por venir, a ver en María la “Felicitada”.
La
tercera estrofa sintetiza la “política divina”, mientras los ricos son
“despedidos vacíos”, los “hambrientos” son cobijados con la abundancia.
Cuarta
estrofa: Llega al tema que nos ha venido ocupando en las Primeras Lecturas de
esta semana: El Padre le hizo una promesa a Abrahán, una promesa hereditaria,
que va pasando a través de las edades; le ofreció su Misericordia, y Dios tiene
una Memoria digna de su “Poderío”, siendo así, nunca olvidará su compromiso de
mostrarse Misericordioso.
Mt 8, 5-17
Bienaventurados
los que pudieran llegar a causarle admiración a Jesús.
Se
muestran dos episodios en los que Jesús se revela “Sanador”, su divinidad se
revela a través de su Taumaturgia. Entre uno y otro se da la oportunidad de que
Jesús se muestre conmovido y verdaderamente tocado por la fe de un “gentil”, se
trata de un Centurión quien da una clase de teología explicitando porque la
realidad toda, le obedece al Señor, de la misma manera que los soldados
obedecen a sus generales.
El
centurión se explaya argumentando que la orden de un Alto Mando, no se requiere
darla presencialmente, él puede ordenar y mandar decir, y -a pesar de la
lejanía que pueda mediar- los subalternos acataran por la “autoridad” de quien
dimana la “orden”. Jesús acoge esta explicación reconociendo que los propios
miembros del pueblo elegido no han tenido la penetración para reconocerlo y
entender cómo se manifiesta la Misericordia Divina a favor de los “creyentes”.
Muchas
veces, basados sobre una fe mínima, decimos “ya pedir, significa fe”; sin
embargo, esa sólo es una fe minúscula. El siguiente paso es pedir con fe, lo
cual ya entra en un proceso, tal vez aún no logrado, pero en proceso. Existe
otra manera de pedir: Pedir convencidos (Cfr. Mc 11, 24b). ¡Seguros, que lo que
se pide se obtendrá!
Ahora
bien, decirlo es supremamente fácil. Desde nuestra más tierna juventud se nos
ha mostrado esta faceta: el pedir. Pero la fe que la apuntala siempre se deja
de lado. El slogan queda reducido y simplificado: ¡Pedid y se os dará!
La
educación en la fe ¿en qué consiste? Precisamente en evitar este descuartizamiento,
por un lado, el pedigüeñismo, y, quien sabe dónde, la fe. Religión significa la
re-integración de los dos componentes de la oración. Y no puede quedarse en
decir “Mijito, hay que tener fe”; el asunto va mucho más allá. Si no queremos
ser falsos fieles, tenemos que reunificar la fe y la petición, en particular la
oración de súplica, articulándolas con la vida. Vivir con la fe puesta, con la
fe en juego, con una fe “actuante”, que pudiera llegar a sorprender y admirar a
Jesús: “Os aseguro, que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande”.
En
este evangelio, a los miembros del pueblo elegido se les denomina “hijos del
reino”, pero Jesús nos informa, no basta ser “hijo del reino” para ser
admitidos a la mesa de Abrahán, Isaac y Jacob.
La
fe no está huérfana en este relato, anda acompañada de su hermana mayor, la
compasión. ¿Nos habíamos fijado? ¿Qué es lo que hace que el Centurión acuda a
Jesús? Darse cuenta que su “criado yacía en casa paralítico con unos dolores
terribles” (Cfr. Mt 8, 6).
En
el segundo fragmento (Mt 8, 14-15) tenemos un muy breve cuadro: la suegra de
Pedro está postrada en cama, asediada por la fiebre. Es un milagro espectacular
(Atención porque lo decimos con ironía para destacar cuan sencillo es Jesús),
primero suenan los redobles de tambor, luego todos los generales y los
centuriones presentan armas, a continuación, habla el Primer Ministro,
señalando la relación del Milagro con las promesas del Candidato Presidencial,
y luego toma la palabra el Delegado Pontificio quien nos explica con sumo
detalle, paso a paso, el milagro de la Sanación de la suegra de Pedro: “Le tocó
la mano y la fiebre la dejó”.
El
episodio concluye cuando, la suegra pide el favor a los generales de disparar
21 cañonazos en honor al maestro: “Se levantó y se puso a servirles”.
Los
versos 16-17 son una coda, dónde el evangelista se remite al Cuarto Cántico del
Siervo Sufriente, en Isaías (Is 52,13 – 53, 12), y se apoya para hacer la
hermenéutica de esta perícopa de su Evangelio, en los versos Is 53, 4-5). Es
como si, al concluir la relación de los hechos, con el puntero laser nos
señalara a que se refiere y cómo interpretar y actualizar, en nuestra propia
vida, la enseñanza.
¡Fe,
Compasión y Sencillez!
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