Gn
17, 1-2. 10. 15-22
Es
normal que el guía nos repita algunas instrucciones y prevenciones para el
camino, sobre todo cuando el terreno es desconocido y algunos peligros
especiales se avizoran en le ruta. Este guía muestra un desvelo “paternal”. No
quiere que nos distraigamos o nos olvidemos. Y nos recomienda, -ampliando la
alerta a través de los tiempos- tú y tu descendencia. ¡Ante tal Guía,
valga una inmensa gratitud!
Bien
que, hay riesgos y acechanzas que -aun cuando uno esté bien grandecito- vale la
pena repasar. Y el requerimiento ¡no se conforma con mediocridades! Pide dos
aspectos, estar conscientes de la Presencia y Compañía constantes del “Guía” y,
-nada más ni nada menos- ser תָמִֽים [tamim] “perfectos”, “íntegros”. La
mención al valor de la integridad ha decaído muchísimo, ahora somos perfectos,
pero no íntegros, por debajo de cuerda o en breves y bien disimulados momentos,
se introduce la nota falsa, el elemento no-metálico de la aleación.
Hay
un lenguaje muy particular, que se incorpora frecuentemente en la liturgia, a
veces nos referimos a él como un lenguaje sígnico, son elementos
“recordatorios”, y muchas veces conllevan algún factor que nos hace presente el
“compromiso”. Vistos desde otro ángulo, estos elementos “sígnicos” tiene su
propio lirismo, digamos que tienen rasgos poéticos. Las argollas matrimoniales,
y su circularidad que nos habla de permanencia; o, el aceite, con su valor de
“institución real y sacerdotal”, pero con su añadidura evocativa de protección,
fuerza y defensa.
Pues
bien, Dios le dio a ese, su pueblo elegido, uno de esos signos que es la
circuncisión. Su derramamiento de sangre alude a la consciencia de que la
Alianza es un compromiso hasta la entrega de la propia vida, y acompañado de
ese lirismo de enamorado que dice a su amada: “… y te entrego mi vida entera”.
Los varones de la estirpe abrahamica recibieron este “compromiso”. A ver si lo
olvidaban o estaba presente no sólo en sus genitales, sino, en lo que cuenta,
en su corazón. La circuncisión, pues, tiene un valor sacramental -diríamos nosotros-
puesto que nos habla de la “Presencia” de Dios en nuestra vida, Presencia
siempre bañada de Romanticismo.
Se
hace elipsis del fragmento en que Dios le cambia el nombre de אַבְרָם
Abrán -que significa “padre exaltado”- a אַבְרָהָ֔ם
Abrahám -que significa “padre de multitudes”, “padre de naciones enteras”,
“padre de muchedumbres” (Gn 17, 3-8).
Saray
-es un nombre que significa “dama de la nobleza”- tuvo un cambio de nombre, (ya
sabemos que en esta cultura semita el nombre es resumen de todo un programa de
vida), de ahora, en adelante se llamara Sara, que significa “Princesa”. Si bien
hijo de dama noble es ya un aristócrata, hijo de princesa será Rey. Y así se lo
promete Dios, en su descendencia se contarán “reyes de naciones”.
Se
nota, por lo que comenta Abrán a continuación -y por la sonrisa que emitió, por
lo bajo-que él ya estaba resignado a no tener hijos, y a dar por descendiente
al hijo de su criada, Ismael. Pero Dios le contradice afirmando que será
generoso también con Ismael, a quien pondrá por cabeza de todo un linaje, pero
que la Alianza que concierta con Abrán, alude a יִצְחָק [Yitzchaq]
“Isaac”, “él reirá”, (obsérvese la similitud con צָחַק [tsachaq]
“rio”, son exactamente las mismas tres consonantes, solo falta el sonido [yi]
previo), el hijo que tendrá con Sara pese a haberse reído disimuladamente.
Sal
128(127), 1bc-2. 3. 4-5.
Salmo
Gradual. Se suben las “gradas” que conducen al Templo. Estos Salmos implican un
aspecto dialogal, entre el Sacerdote que los “conduce” en este ascenso, y el
pueblo que se regocija al sentirse cada vez más cerca de la “Presencia”.
Comprende los salmos 120-134. En particular este salmo suele proclamarse en los
contextos nupciales. Nos habla de familia, de comer juntos, de reunir a los
amados en torno a la bendición de los alimentos. Indirectamente nos habla de
“Iglesia doméstica”. También, indirectamente menciona el sentido Eucarístico
propio de un Banquete, que fortalece la unión incrementando el cariño, el amor.
Añade, pues- ese factor de “romanticismo”- del que participa la Alianza. Subir
al Templo es un ejercicio de ratificación de la Alianza.
En
la primera estrofa nos habla de alcanzar la bienaventuranza por medio del
cumplimiento de la Alianza.
La
segunda estrofa nos muestra el aspecto idílico de la familia en torno a la
mesa.
La
tercera estrofa se refiere a la Bendición Sacerdotal que se gana como
indulgencia subiendo hasta el Templo.
Mt
8, 1-4
La
semilla del pecado se aloja en la convicción de que la maldad está al mismo
nivel de la bondad. Que se reparten la realidad 50-50%. En no comprender que la
Palabra es Vida, y que la Vida que nos viene del Verbo es Victoriosa. El pecado
viene de la duda, de la desconfianza, de querer robarle a Dios el poder para
hacerlo dócil a nuestro capricho y arbitrariedad. Necesitamos ver en Jesús su
Misericordia y no buscar como recluirlo en la cárcel de nuestros propios
designios. Estar dispuestos a ponernos de rodillas y someterlo todo a lo que Él
quiera: Si quiere-o-si no quiere. Poder orar con sinceridad “Hágase tu
Voluntad”.
Vamos
de la Palabra a los Milagros. Nosotros diríamos “de las palabras a los hechos”.
En Jesús, la distancia de la Palabra-al hecho se aminora.
Jesús
baja del monte, es una expresión diegética para significar que Jesús ha
concluido su primer discurso. Vale la pena comentar que no viene a traerles las
Tablas de la Ley, ni siquiera las Tablas de una Nueva Ley. Se le atraviesa un
“leproso”, digamos el colmo de la impureza, que hace -a cualquiera que lo toque-
inmediatamente impuro. Como tal es un “excomulgado”.
Este
se arrodilla, no prolonga ningún discurso, pero reconoce en Él la Divinidad:
“Señor, si quieres puedes limpiarme”. Es -prácticamente- una jaculatoria. Al decirle “Señor”, reconoce su Realeza, no
se arrodilla ante cualquiera, no le pide sanación como a cualquier viandante se
le pediría una moneda. No lo ve bajar con las pesadas Tablas de Piedra sino con
un Cántaro de Mansedumbre y Amor.
Jesús
por su parte, se implica; los fariseos dirían, se complica al tocarlo. Y viene
el salto del dicho-al-hecho: “Quiero, queda limpio”.
No
vemos aquí que Jesús quiera cuestionar al Templo, ni al sacerdocio allí
instituido ni a la ley mosaica. Al contrario, muestra acatamiento y le dice al
recién sanado que cumpla al pie de la letra lo prescrito en la Torá.
Así
queda restituido el leproso a la comunidad, ya no estará excluido, ya no será
un marginal. Así que este milagro es un signo de resurrección. Un sacramento de
Vida.
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