martes, 18 de julio de 2023

Martes de la Décimo Quinta Semana del tiempo Ordinario



Ex 2, 1-15a

Un hombre de la tribu sacerdotal, se casó con una mujer de la misma tribu, y tuvieron -preciso- un niño. En consecuencia, lo esperaban las aguas del Nilo (se cree -no es dato seguro- que Nilo viene de una palabra latina que significa “valle del río”); la mamá lo tuvo escondido por tres meses, hasta que se hizo imposible retenerlo por más tiempo, entonces, lo puso en una cesta de mimbre, debidamente impermeabilizada con barro y brea. Lo dejaron allí, entre las cañas, y una hermanita suya iba “monitoreando” cuál era el destino del niño.

 

Feliz coincidencia, las cosas que Dios tiene previstas: la Hija de Faraón se había ido a bañar al rio, y descubrió la canastilla con el bebé dentro llorando. Se conmovió y dedujo que era un niño hebreo. La hermanita del niño, le propuso buscarle una nodriza hebrea que se lo cuidara, lo que la hija de Faraón aceptó. Trajo la niña a su mamá, y la hija de Faraón le confió al niño, bajo paga. La hija de Faraón lo adoptó como hijo propio y lo nombró Moisés, como recordatorio que lo había sacado del agua.

 

Pasados los años, y habiendo llegado ya a la adultez, Moisés fue donde estaban los hebreos oficiando de cargueros, y vio que un egipcio mataba a uno de los de su raza. Así que, mató al egipcio y lo enterró en la arena. Al otro día, encontró a dos hebreos riñendo y les llamó la atención, a lo que uno de ellos le contestó que por qué actuaba como árbitro entre ellos, si era que también pensaba matarlos. Moisés cayó en la cuenta que el asunto se sabía. Y cuando Faraón lo llamó para ajusticiarlo, tuvo que huir e irse a vivir a Madian, al norte del desierto de Arabia, cerca del golfo de Ákaba, -aun cuando no se ha podido precisar con certeza, se cree que incluía la parte oriental de la Península de Sinaí- tierra de pastizales propios para el pastoreo.

 

Sal 69(6(), 3. 14. 30-31. 33-34

Es un Salmo de súplica. Se puede pensar que es David el que ora, o Jesús, inclusive, nosotros mismos, hoy vamos a ponerlo en labios del pueblo hebreo que sufre en cautiverio, subyugado por los egipcios.

 

En la primera estrofa, estamos ante un suplicante que es consciente que se está ahogando, que clama con urgencia que “le lancen el salvavidas”, pero es muy consciente, también, que está sólo y nadie -sino únicamente Dios- puede auxiliarlo.

 

La segunda estrofa lo declara, la plegaria está dirigida al Señor, para que prontamente suene la hora en que Se manifestará, cuando veremos que su Brazo Poderoso está lleno de Bondad y de Fidelidad. Esta calidad lo caracteriza, su Alianza no se rompe, aun cuando no hemos hecho nada para honrarla, por el contrario, vivimos de espaldas al Amor de Dios. No obstante, Él no nos abandona, Su Fidelidad dura por siempre.

 

La tercera estrofa vuelve a dirigir la mirada sobre sí mismo y descubre su maltrecha situación. Es “pobre” y está “malherido”. Una sola cosa lo puede recuperar: Que le llegue la Salvación de Dios. Le ofrece consagrar su vida a la Alabanza, si el Señor lo rescata en esta hora de fatalidad.

 

¿Quiénes son invitados a clamar por esta Bondad Salvífica? Los pobres, los humildes, los cautivos. Sí recurren al Dios de la Infinita Bondad, ganaran alegría, revivificación de su vida, seguros de que Él los escuchará y no los despreciará.

 

Mt 11, 20-24

Abrahán repuso: Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Supongamos que faltan cinco inocentes para los cincuenta, ¿destruirás por cinco toda la ciudad?

Gn 18, 27 -28ab

 

Jesús menciona a Corozaín, esperando y extrañado de que no hayan reaccionado con penitencias, vistiéndose de saco y cubriendo sus cabezas de ceniza, ya que era gente que vio en su cotidianidad al Divino Maestro y tuvo ocasión de oírle en persona, suficiente para que brotara de sus consciencias el afán del arrepentimiento. También fue densa la Presencia de Jesús en Betsaida, donde realizó el milagro de los panes y los peces, caminó sobre el agua y devolvió la vista a un ciego, con justicia podía esperar de estos lugares que brotara la mayor devoción y las respuestas más pías. En Cafarnaúm, Jesús curó a un poseído, a la suegra de Pedro enferma con fiebre, a un sirviente del centurión Romano y curó a un paralitico. La gente estaba asombrada por su enseñanza, pero ¿en qué se convirtió ese asombro? ¡En paja que el fuego quemó instantáneamente!

 


οὐαί [uuay] es la expresión que tenemos en griego y se ha traducido ¡Ay de ti! Ciertamente que es una expresión de dolor, a la vez que de denuncia. Quiere decir: “cómo es posible” y esto, con el corazón transido de dolor; pero, también, “¡Atentos, esto hay que evitar!”. Figurémonos, el destino de estas tres ciudades será más penoso que el de Sodoma y Gomorra, y será más duro el juicio que el de los habitantes de Tiro y Sidón, ciudades donde se practicó la idolatría y se rindió culto al dios Mammon, divinidad “monetaria”; y a Astarté, divinidad de los placeres carnales.

 

¿Cómo será de riguroso nuestro juicio, nosotros los que hemos tenido el privilegio de tener en nuestra Iglesia a Jesús total, con su Alma, Cuerpo, Sangre y Divinidad?

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