lunes, 31 de julio de 2023

Lunes de la Décimo Séptima Semana del Tiempo Ordinario



Ex 32, 15-24. 30-34

Vamos a considerar estos 15 versículos del capítulo 32 del Éxodo, separados por la perícopa Ex 32, 25-29, que no leeremos (5 versículos).

 

Moisés baja del Monte Horeb, trayendo las Tablas de la Ley, un Documento escrito de Puño y Letra por el propio Dios: Josué le comentó a Moisés que le parecía oír el canto de guerra del campamento; Moisés lo corrigió, era el canto de la derrota. Llegaron al campamento y los encontraron en pleno ejercicio de la idolatría, adorando un becerro de oro y danzando en torno a él. Se trataba de un atentado contra la primera prohibición que Dios les había dado: no hacer figuras y menos adorarlas.

 

Comprendiendo la gravedad de la trasgresión Moisés rompió las Tablas y las redujo a polvo y, obligo al pueblo a beber agua con aquel polvo disuelto para que se asquearan del sabor de su propio pecado. Moisés interrogó a su hermano Aarón, ¿cómo había llegado a ser complica de tan grave falta? Aarón se intentó justificar, señalando al pueblo como un pueblo “perverso”. Su perversidad se había detonado -según Aarón- por la demora de Moisés que se había quedado por mucho tiempo en el Monte de Sion y por eso, ente la demora, él les había hecho el becerro-ídolo; según Aarón, él había echado al fuego el oro, y había brotado espontáneamente el becerro fraguado. ¡Para qué se había demorado!

 

Ahora, se verá la concordancia entre los sentimientos de Moisés y los de Dios: no gastan sus fuerzas en reproches, no se dedican a dar “cantaletas” al pueblo; por el contrario, Moisés sube de nuevo al Horeb para interceder ante el Señor, sólo les hace notar que no es cualquier pecadito sino, uno gravísimo.

 

 Moisés se interpone entre el castigo y su pueblo diciéndole a Dios que antes de proceder a castigar el pecado en la carne de los pecadores, empiece por borrarlo a él mismo de su Libro.  A lo que Dios responde que no descargará su Justa-Ira sobre los inocentes, sino que cada culpable tendrá que pagar su propia falta.

 

Manda a Moisés que baje y continúe liderando la travesía por el desierto, regalándole la confianza de ponerle un Ángel precursor que le sirva de mapa y brújula; el castigo no se pospondrá, ni se anticipará; el Día del Juicio no será según el afán humano sino según el Reloj de Dios. ¡Dios implementa su cronograma según los ritmos previstos! Así como en la sinfonía, cada nota se toca -no según el gusto del Director de la Orquesta-, sino según el Compositor la haya precisado.

 

Salmo 106(105), 19-20. 21-22. 23

Este es un salmo de la Alianza. O mejor de la infidelidad a la Alianza por nuestra parte. La perícopa ha reunido los versos que resumen con exactitud la Primera Lectura.

 

Con tres puntos:

1)    Cambiaron la gratitud hacia el Glorioso, por la idolatría de un toro-come-pasto.

2)    Habiendo testimoniado de primera mano todos los prodigios obrados por Dios en la tierra de Cam -nombre bíblico de Egipto-, se olvidaron de su Salvador.

3)    Moisés se ofreció y puso el pecho para cargar con la Justa-Ira y así apartó el castigo del Señor.

 

Queda sin embargo un punto flotando, frente a un pueblo tan olvidadizo e ingrato, sería que Dios si guardó memoria de esas faltas…. O, quizás, con su Misericordia proverbial, prefirio el perdón al castigo.

 

Tal vez esto se silencia porque si de salida se dijera que no hubo castigo, quizás nosotros, más al fondo nos hundiríamos…

 

Mt 13, 31-35

¡El tiempo de Dios es perfecto!


 

El Reino se nos ha dado, como semilla, y una hermosa virtud -diferentísima de la resignación- se nos ha regalado, se trata de la paciencia. Parece innecesario decirlo, pero -a riesgo de ser redundantes- valga la repetición: la paciencia consiste en llenarnos de Paz, la hemos puesto así, con mayúscula, para destacar que es una virtud teologal; puede haber otras paces, como el cese de las beligerancias o el restablecimiento de una amistad rota, pero aquí, estas parábolas del Reino, que nos trae la perícopa, aluden a la Paz que viene de Dios. Consiste en reposar en las manos de Dios, y saber que la promesa puede tardarse siglos, pero podemos contar con lo ofrecido.

 

¡Misterio! No sabemos cómo avanza, como se va construyendo, no alcanzamos a distinguir cuales de tantas acciones contribuyen a acercarlo, pero el Reino ya está allí. Puede ser que no lo notemos porque su talla provisional es la de una semillita de mostaza; pero sabemos que crecerá, y se hará tan frondosa que -nosotros, cientos de miles de pajaritos, podremos venir a anidar en Él. Puede ser que se nos oculte a la vista, porque ha sido amasada esta levadura, y se ha fundido con toda la masa, con todo el acopio de los otros elementos, la harina, la mantequilla, el huevo la difuminen, pero indudablemente está actuante haciendo “que todo fermente”.

 

Quizás si el Reino estuviera en la vitrina, ya listo, nos pasaría desapercibido. Quizás, sólo anhelándolo fervientemente, nos vayamos comprometiendo con nuestros aportes de solidaridad, de fraternidad, de samaritanidad. Puede ser que muchos valores indispensables al Reino, no hayamos cobrado consciencia de su importancia y sean componentes sin los cuales la masa no pueda llegar a ser Pan.

 

¡Sólo podemos estar convencidos que además de tanto, Dios nos ha engalanado con la opción de poder llegar a ser partícipes de su construcción! Pensamos que, en muy diversas situaciones, con acciones muy simples, se nos llena el corazón de un gozo inefable, como si un Ángel nos susurrara al oído, has aportado, quizás ni una molécula, pero ¡has aportado!

 

Todo esto -que es un anuncio fiable, que no son promesas políticas de temporada- se nos ha anunciado así, como secretamente, que nos cuesta trabajo entender; pero, como todas sus parábolas -no hay que hacer un estudio extenso y complicado para entenderlas- su significado está allí, ¡claro! ¡patente! ¡sencillo!: La semilla es pequeñita, la levadura, se confunde con la masa; pero ya llegará el momento en que crezca y en el que toda la masa fermente, sólo hay que aguardar con confianza y paz aportar todo lo bueno, todo lo mejor que seamos capaces de dar. Que en nuestro corazón cunda el anhelo -como impregnado de una levadura eficaz- de llegar a colgar en sus ramas, algún día, nuestros propios nidos.

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