Za 9, 9-10; Sal 145(144),
1-2. 8-9. 10-11. l3cd-14; Ro 8, 9. 11-13; Mt 11, 25-30
…a Dios no le gustan
los compromisos al aire...
José-Luis Caravias s.j.
Me quedo con
Jesús. Quiero ir con él, aprender de él,
ser manso y humilde de corazón. No voy a
cargar con la guerra. Prefiero que me
maten los enemigos, si es que no sean imaginarios, pero morirme con la
conciencia tranquila. Elijo el yugo
suave de su paz.
Nathan Stone sj.
Para
adentrarnos en este Domingo, requerimos tener una comprensión de lo que
significa la Alianza que Dios ha querido con nosotros: «La iniciativa viene de
Dios: es Él quien “hace salir a Israel
del país de Egipto”. Subrayo esta expresión porque es la fórmula que se
repite como un estribillo para exaltar la
iniciativa de Dios que precede a la respuesta del hombre y le da un
sentido. En definitiva. Lo primero en la Alianza es la revelación de Dios.»[1]
Este
Domingo tiene un tono de fondo, tono de fiesta, se exulta de alegría. La
alegría rozagante de esta liturgia proviene de la Alianza que se ha pactado,
mejor aún, que se nos brindó y a la que nos hemos acogido. Sabemos que la
llevamos a cuestas como llevando nuestra cruz, pero –bien vista- no es una cruz
insoportable, es más bien “yugo” llevadero y “carga” liviana. Esa dicha festiva
–hecha consciente- ha de ser el marco y el fondo de esta Eucaristía. Con ella
queremos agradecerle a Dios que haya hecho pacto de Amor con nosotros y que su
fidelidad sea el sello de ese pacto: “El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan”.
El
Pueblo de Dios que nos presenta la Biblia iniciaba la celebración rememorando
la historia del Éxodo en sus 40 años por el desierto,
«Uno de los canticos
que más complace al pueblo es El pueblo
de Dios en el desierto andaba. Cada estrofa recuerda un episodio de la
travesía del pueblo de la Biblia: 1. “El pueblo de Dios en el desierto
andaba…”; 2. “El pueblo de Dios también dudaba…”; 3.”El pueblo de Dios también
tuvo hambre…”; 4. “El pueblo de Dios a lo lejos vio…”. En seguida el estribillo
repite: “También yo soy tu pueblo, Señor, y estoy andando el mismo camino…”.
¡Canto curioso! Porque
en sus estrofas hace que el pueblo de hoy vuelva al pasado. Y en el estribillo
el pasado se hace presente. Une al pueblo de hoy con el del pasado. Es todo un
pueblo, el de hoy que recorre solitario el desierto, duda, siente hambre y, de
lejos, ve “la patria querida que el amor le ha preparado”.
Lo mismo sucedía con el
pueblo de la Biblia. Todos los años, en la celebración de la Alianza, al
escuchar la historia, los peregrinos volvían al pasado: caminaban por el
desierto (Ex 19, 1), se reunían a los pies del monte Sinaí (Ex 19,2) y se
disponían a renovar la Alianza (Ex 19, 8). Y, al mismo tiempo, recordaban el
pasado para determinar el presente (Ex 19, 5; Sal 95, 7). Afirmaban “Yavé no
hizo la Alianza con nuestros padres, sino con nosotros, los que hoy estamos
aquí, los que vivimos” (Dt 5,3). Era un solo pueblo, el del pasado y el de
hoy…. Son los peregrinos de todos los tiempos, nosotros también, que atraviesan
el desierto de la vida en búsqueda de la tierra prometida, cantando: “También
yo soy tu pueblo, Señor, y estoy andando
el mismo camino. Cada día más cerca de la patria esperada”.[2]
«El
Dios de Moisés, Dios que vive en medio del pueblo en proceso de liberación, quiso
celebrar una alianza que fijara para siempre su relación con aquel pueblo. Libertados
ya de las estructuras opresoras, les propone Dios a los hebreos un pacto de
amistad. Dios les propone: “Yo seré el Dios de ustedes. Y ustedes serán mi
pueblo”. Y ellos aceptan: “Haremos todo cuanto ha dicho el Señor” (Ex 19, 8).»[3]
Ya
con esa óptica podemos ir sobre la perícopa de Zacarías: En la Primera lectura,
el profeta tiene un propósito claro, quiere enseñarnos a ver a nuestro “rey que
viene”, un Mesías totalmente diferente, uno que deplora la guerra, que no viene
con estruendos de poder o escándalos de fuerza. Zacarías nos muestra sus rasgos
novedosos que son la indefensión, la humildad, la mansedumbre al límite, no
pacificador, sino pacífico y, sin embargo Victorioso: “Su poder se extenderá de
mar a mar y desde el gran río hasta (inclusive) los últimos rincones de la
tierra”. Todo esto es fundamental porque tenemos que reconocer Quién es nuestro
Aliado, saber a cabalidad en manos de Quién nos vamos entregar, de Quién nos
fiamos, Quién trazará toda nuestra táctica, Quién gobernará la estrategia. Él
es Quien tiene diseñado el Plan Salvífico. Y nos invita a seguirle, nos da
señas para confiar, no nos recluta como soldados, nos congrega como hermanos y
la verdadera fraternidad presupone un Padre común. Es Él, El Dios de la
Alianza, Quien depone las armas, es Él Quien renuncia a “los carros de Efraín”,
Él es Quien quiebra los arcos guerreros, Quien renuncia a los caballos de
Jerusalén; y, en cambio, ha escogido por
cabalgadura –para significar que no es combatiente- un pollino. Así se rompe
con toda una tradición guerrerista que envolvía la imagen del mesías y se nos
revela otro Liberador distinto.
En este capítulo octavo
está el eje de esta carta.
Carlos Mesters.
«El
privilegio de conocer a Dios está reservado a los últimos. Es un don concedido
a quien lo desea, lo desea quien lo necesita, y lo necesita quien carece de
él…además de las palabras, existe una sabiduría silenciosa, propia del pobre.
Es la “docta sabiduría” del que es puro corazón, al cual Dios se muestra (Mt 5,
8)…»[4] Pero todo el mensaje del
Evangelio se vuelve incomprensible y suena absurdo a menos que contemos con la
gracia clarificadora del Espíritu. Es el Espíritu Quien nos libera la mente y
el corazón y nos ilumina con su resplandor. Ese es el tema de la Segunda
Lectura, tomada de la carta a los Romanos.
El
ciclo A dedica 16 Domingos a reflexionar la carta a los Romanos, de los cuales
este ya es el 6º. De esos 16 dedicaremos 5 (empezando hoy) al capítulo Octavo,
donde se trata la vida del cristiano inmerso en el Espíritu, la Esperanza y el
Amor de Dios.
Hoy
se nos explica, en la Carta a los Romanos, que uno no capta nada y no le haya
razón de ser a la propuesta cristiana a menos que nos libremos de vivir
“conforme al desorden egoísta del hombre” σαρκὶ [sarki] “carnal” (en otras versiones leemos “instinto”). Para
adentrarnos en el Misterio de nuestra fe, en la Alianza con Nuestro Señor
Jesucristo, tenemos que vivir, dice San Pablo, ἐν πνεύματι [en pneumati] “conforme
al Espíritu”. ¿Cómo es esto de vivir en el Espíritu? San Pablo nos responde a
renglón seguido: que “El Espíritu de Dios nos habite”, la palabra griega es οἰκεῖ [ekei] “hacer casa en”, y es
que, si no mora el Espíritu de Cristo en uno, uno no es de Cristo; así, fácil y
sencillamente.
¡Ojo! ¡Mucho cuidado! Que no vayamos a leer esto desde el
dualismo de la filosofía griega que escinde a la persona en dos. «Para San
Pablo el hombre es una unidad, un solo bloque. En la σάρξ [sarx]
“carne” él ve al ser pecador. En el espíritu, el ser del justo. La misma única
persona puede vivir según la carne o según el espíritu. Muchos hoy se embarcan
en ese dualismo, adoptan esa duplicidad en la persona y viven exhibiendo ese “espiritualismo”,
diciendo valorar solamente las cosas del espíritu y despreciar las cosas de la
carne. Pero viven atascados en ellas. Ese espiritualismo es la falsa capa de un
individualismo brutal: se ve la sociedad como un montón de individuos sin tener
nada que ver los unos con los otros. Son “almas” como antes se hablaba en la
Iglesia. Para muchos, sobre todo los grandes, la Iglesia debe preocuparse
solamente por su misión espiritual” solamente por las almas, cuidando de las
personas individualmente. Cuando la Iglesia se preocupa por los problemas de la
sociedad y por las verdaderas necesidades del pueblo, ellos gritan que está
abandonando su misión espiritual.»[5]
Las dos Lecturas y el Salmo actúan como prótesis correctivas
para que podemos aceptar y cumplir con la Alianza que se nos propone: “Vengan a
mí, todos los que estén fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré”.
(Mt 11, 28). Podemos ascender al Monte, al Monte Sinaí y desde allí ver la
panorámica:
«Por
los caminos de Galilea pasó un hombre aparentemente común... Pasó tres años
renovando el mismo anuncio: "¡El reino de Dios está cerca!”… Un día entró en la ciudad de Jerusalén. El
pueblo no se contuvo y empezó a aclamarlo: “Bendito el que viene, el rey, en
nombre del Señor” (Lc 19, 38). Fue una fiesta, una bellísima fiesta. Todos le
cedían el paso al Rey, y al mismo tiempo extendían sus mantos y ramas de los
árboles por el camino… Cuatro días después, aquel mismo Jesús que fuera
aclamado como enviado de Dios, estaba ante Pilato… Pilato le preguntó: “¡Eres
tú el rey de los judíos?” y oyó una respuesta que los dejó más confundido: “¡Tú
lo dices! ¡Yo soy el rey! (Mt 27, 11) Por su parte el pueblo, ahora ya no lo
aclamaba bendito. Por el contrario,
en un solo grito decía: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!” (Mt 27, 22-23)…. Algunas
horas después se realizaba el deseo del pueblo… ahora estaba inmóvil, colgado
en una cruz. Por ironía, habían colocado sobre la cruz una inscripción: Jesús Nazareno, rey de los judíos (Jn
19,19). Bajo la burla de algunos, el alivio de otros y el dolor de unos pocos,
murió, después de haber perdonado y haber colocado su vida en manos de su
Padre.
Si
hubiera sido un simple rey, todo habría terminado allí. Pero, demostrando su
origen divino, tres días después resucitó. Volviendo junto a su Padre, y
enviando el Espíritu Santo que había prometido, garantizó la extensión de su
reino. Quedaba cada vez más claro que no había venido para un pequeño grupo de
personas o para determinada época. Su proyecto era y es para todas las personas,
de todos los tiempos y lugares. Por tanto, es reino que no se confunde con los
límites territoriales de un país, ni está formado por grupos cerrados o por
personas que se consideran dueñas de la verdad. Es reino que nace y crece en
donde menos se espera. Un día después de tanto oír hablar a Jesús de él mismo, los apóstoles le preguntaron: Al
fin de cuentas ¿cuándo vendrá él? Recibieron una respuesta que en ese momento
no entendieron bien: “El reino de Dios ya está entre ustedes” (Lc 17,21).
En
verdad, aunque no sea de este mundo, es aquí y ahora en donde se construye. Así,
él crece cuando tú estudias o trabajas, cuando te diviertes o rezas, cuando
vences la tentación o te donas al hermano necesitado. Crece cuando perdonas o
eres perdonado, cuando penetras en el Misterio de Cristo o cuando llevas a
otros a conocerlo; cuando formas parte de un partido político y luchas en él
para introducir criterios de justicia y de fraternidad, o cuando te unes a los
vecinos en un trabajo social; cuando haces un retiro espiritual o participas en
la comunidad de base, cuando te indignas ante la injusticia y luchas para
extirparla…
En
cada una de esas oportunidades o en tantas otras, es Jesús quien está pasando
por tu camino y te dice: “Se cumplió el tiempo y el reino de Dios está cerca.
Conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15). Escuchando ese llamamiento y
aclamando al rey que viene en nombre del Señor, estas colaborando en la
extensión de ese reino que es siempre fiesta, bellísima fiesta.»[6]
“Te
doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a
los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre,
así te ha parecido mejor” (Mt 11, 25). Qué inmenso júbilo, qué enorme y
descomunal dicha, que nos hayas tenido entre la gente sencilla para entregarnos
tu revelación, para hacernos partícipes de tu economía salvífica. Esta perícopa
del Evangelio de San Mateo es, también conocida como el “himno de júbilo
mesiánico”.
[1]
Equipo “Cahiers Evangile”
PRIMEROS PASOSPOR LA BIBLIA. #35 Ed. Verbo Divino Navarra- España 1992 p. 12
[2] Mesters,
Carlos. LA BIBLIA EL LIBRO DE LA ALIANZA. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá –
Colombia 1995. pp. 15-17
[3]
Caravias, José L. s.j. DE ABRAHÁN A JESÚS. LA EXPERIENCIA PROGRESIVA DE DIOS EN
LOS PERSONAJES BÍBLICOS. Ed. Tierra Nueva y Centro Bíblico Verbo Divino.
Quito-Ecuador 2001 p. 28
[4]
Fausti, Silvano. UNA COMUNIDAD LEE EL EVANGELIO DE MATEO. Ed. San Pablo Bogotá-Colombia 2da re-imp. 2011
p.242
[5]
Mesters, Carlos. CARTA A LOS ROMANOS. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia.
1995 pp.50-51
[6] Krieger, Murilo. DEJA SALIR A MI PUEBLO. Ed. Paulinas. Bogotá, D.E.-Colombia 1990. pp. 64-66
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