Ex 1,
8-14.22
Con
el correr del tiempo, y como es natural, con el cambio de gobernante, también
José cayó en el olvido, todos los Israelitas, eran simplemente una amenaza para
el nuevo Faraón, y nada más. Lo único que ellos podían ver en este pueblo, era
que se multiplicaban con pasmosa velocidad y que -como era tan grande su
número- podían llegar a aliarse con cualquier pueblo enemigo de los egipcios y,
luego de “atacarlos”, podrían partir y conquistar su independencia.
Entonces
diseñaron un sistema de sometimiento y opresión que garantizara su dominio y
sumisión. Les impusieron capataces y los
explotaron como obreros para la construcción de las famosas ciudades-granero:
Pitón y Ramsés.
Irónicamente,
toda esta opresión y la ´pesada carga que conllevaba, no mermó su número, y,
por el contrario, más creció su población. En una espiral de desprecio, cuántos
más eran., más los detestaban los egipcios. Con mayor saña les clavaron la
espuela de los trabajos forzados, asignándoles la producción de los ladrillos
para las obras civiles y otras pesadas faenas agrícolas.
Faraón
determinó que se aplicara una política de control natal contra los Israelitas,
consistente en ahogar, tan pronto nacían, los varoncitos del pueblo de Israel.
Sal
124(123), 1b-3. 4-6. 7-8
Dios
rodea a Jerusalén como una muralla protectora circunda la Ciudad Elegida. ¿Se
imaginan ustedes, qué le habría pasado a este pueblo, si Dios no hubiera estado
a su cuidado? Con semejante trato vejatorio como les dieron los egipcios,
habría sido borrados del mapa sin pasar a la historia, totalmente desapercibidos.
Los
enemigos habrían sido equivalentes a las aguas torrenciales que los habrían arrastrado
y ahogado y terminado con sus vidas; como Sodoma Y Gomorra, sus nombres habrían
dejado solo unas cuantas letras escritas en el polvo y la arena. Que el correr
del tiempo habría borrado y los arqueólogos ningún rastro tendrían.
Como
los pajaritos en un territorio sembrado de trampas, habrían sido atrapados
completamente en las jaulas, y la raza de aquellas aves, habría dejado de
existir.
Este
es un salmo gradual, como lo son todos, del 119-133; que los peregrinos que avanzan
-sinodalmente- hacia el Templo, en Jerusalén, entonaban, a medida que subían las
gradas, es un salmo que hace glosa del 121, con el tema de los versos 6-9:
Deséenle la Paz a Jerusalén,
vivan allí seguros, cuantos la aman,
dentro de sus murallas florezca la Paz,
y esté el Palacio Seguro.
Por todos los hermanos y vecinos,
pronuncio la plegaria de la Paz, que la
Paz sea contigo,
por el linaje de Yahvé,
¡sea para ti, todo lo bueno!
Gradual-escatológico, porque nos habla de la
Jerusalén Celestial, la que se anuncia en el Apocalipsis.
Mt 10,
34-11,1
Hemos
estado trabajando el discurso apostólico, que incluye los versos Mt 9,25 -
11,1.
Hoy
consideramos el último aparte de este discurso: En los versos 10, 34-42, se
tocan dos subtemas diversos: 1) ¿Jesús ha venido a traer la paz o la espada? 2)
La recompensa que merecen aquellos que acogen la “Buena Nueva”. El verso Mt 11,
1, funciona como una especia de conclusión, o inclusive de transición: después
de decirle a sus discípulos como se implementa el Envió, y darles las
instrucciones correspondientes, Él mismo va a mostrarles con su ejemplo
personal, qué significa lo que les ha dicho. Los capítulos 11-12 mostrarán
precisamente esta dualidad de acogida y rechazo: La respuesta de los
“sencillos”, de los “pequeños; y, por otra parte, los “fariseos”, los “doctos”
que darán la espalda al Evangelio. Los pequeños serán los Israelitas, los
ciudadanos del Nuevo Pueblo de Dios.
El Señor ha Llamado a sus discípulos, luego, los ha “formado”, en un proceso de
sinodalidad, no son prioritariamente “lecciones”, sino, un “darse cuenta”
mientras permanecen junto a Él; pero, aquí se les hace caer en la cuenta que no
han sido “convocados” para estar toda la vida en esa “Compañía”, sino que deben
ir pensando que llegará la hora de vivir cada uno su Misión: hacerse
conscientes de ser parte de un “Proyecto”, la Iglesia, la comunidad de los
Convocados.
Les
explica, que ellos serán Él, que se convertirán en los “portadores” de su
Mensaje, y, entonces, cualquier cosa que les hagan -buena o mala- será como si
la hicieran a Jesús Mismo. ¿Por qué al terminar de brindarles esta etapa de
formación, parte Él mismo a “enseñar”? Nosotros leemos en esto algo que dice.
“No descargo mi Misión en ustedes para que ustedes sean mis sirvientes y, yo pueda
recostarme en la hamaca; ¡No! yo les he entregado este legado, consciente, que
la mies es tanta, que Yo solo no la puedo recojer; no sería Iglesia, sino
fuera el producto de nuestros esfuerzos unificados.
Tenemos
que darnos soberana cuenta que, de otra manera, Él habría descendido del Cielo,
y con dos pases de su “varita mágica”, habría concluido la Evangelización. ¡Eso
habría sido violentar nuestra “libertad”, ahí nos habría atropellado! En
cambio, pone su propuesta delante de nosotros, y nos deja para que la
ensamblemos. Y siempre obra así, desde el primer signo, pidió que dispusiéramos
el agua para que Él la hiciera sabroso Vino, o en la multiplicación de los
panes y los peces, contó con lo que el muchacho puso a disposición.
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