Ex 20, 1-17
Ayer, dejamos a Moisés que había entrado en la Presencia del
Señor subiendo a la Montaña. Igualmente dejamos al pueblo entregado a un
proceso de “limpieza”, a un ritual de preparación para lo que iba a venir: la
entrega de la “Constitución”, el conjunto de Leyes básicas para regular su vida
como Comunidad, para mantener y respetar la Alianza con su Dios. Él los quería
amorosos respecto a Él y fraternales, respecto a todos sus prójimos. En un
fragmento que no se lee Dios manda a Moisés que baje de la Montaña y les
recuerde que no deben traspasar el límite de lo permitido, que no pueden
acercarse más de lo estipulado, so pena de muerte. Y le manda a regresar, no
solo, sino acompañado de su hermano Aarón.
Antes de entregarles “La Ley”, lo primero que les pone de
presente, como dándonos una razón y justificación para que comprendamos por qué
Él tiene Derecho a Ser-Nuestro-Legislador, dice: Yo soy el Señor, tu Dios, que
te saqué de Egipto, de la esclavitud”. Muchas veces entendemos estas Palabras
pronunciadas por Dios como un código, y no las sabemos aceptar como Palabra
Creadora, como Fuente de Inspiración, como cédula de identidad Filial.
El “sembrador de la Cizaña” ha propalado con férrea
continuidad su sermón anti-legislativo, con bombos y platillos sienta su
presuntuoso teorema: “Toda ley es esclavitud”. Hay que desenmascararlo y
descubrir que las de Dios no son cadenas, sino dicha y jolgorio, fraternidad y
sinodalidad, esencia y fundamento de la “projimidad”.
¡Recibamos, pues, este Decálogo como fragancia inspiradora
para nuestra vida!
Sal 19(18), 8. 9. 10.11
El
antiguo Testamento y la liturgia judía están tan impregnadas de júbilo ante las
normas divinas.
Este Salmo es un himno. Tiene 14 versos, de ellos empleamos 4
versos para disponer cuatro estrofas:
Muchas veces concebimos que Dios ha estipulado y escrito en
lo intrínseco de la naturaleza las leyes como ecuaciones físico-matemáticas, y,
que el hombre arbitrariamente ha legislado sobre la convivencia y la armonía
para vivir la concordia, sus caprichosas leyes; divorciamos de esta manera la
fuente de una Ley que nos cobija a todos, pero que pide una hermenéusis
específica, puesto que no se reglan del mismo modo los “cuerpos” que los
cuerpos-animados-con-voluntad-y-libertad.
Si en vez de exudar rebeldía, destiláramos complacencia por
los dones, lograríamos acatar con amor ferviente y subir a la Barca del que ha
legislado con ningún egoísmo, ha decretado todo bien y toda bondad, y ha fijado
para procura de nuestra concordia las señales de circulación que impiden
trancones, accidentes y colisiones.
Si pudiéramos declarar que La Ley del Señor es perfecta y sus
preceptos fieles, no momentáneos, veríamos que estas “Diez Palabras” nos llevan
al solaz de nuestras almas. Ese descanso se da por la transformación
benevolente de nuestros corazones. Su Ley fructifica en Conversión.
En la segunda estrofa se muestra que la rectitud contenida en
sus mandatos es una iluminación que baña de pureza, y hace hábiles los ojos al
discernimiento.
En la tercera estrofa, retorna sobre la perdurabilidad de la
Ley Divina, no es una legislación para cierta época y que en otra va a volverse
obsoleta; su constancia proviene de su verdad y justicia inmanentes.
Esta ley -metafóricamente hablando- podríamos llamarla
finísima y compararla con el oro; podríamos llamarla cómoda, agradable, dulce y
tierna, y compararla con la miel.
Como verso responsorial se ha escogido del Evangelio de San
Juan, el verso Jn 6, 68: Señor, Tú tienes Palabras de Vida Eterna.
Mt 13, 18-23
¿Qué
es lo que siembra el Sembrador de la Parábola? La Palabra, cual Palabra, la
Palabra del Reino, la “Constitución” de esa Patria. Y la parábola nos habla de
tres peligros principales que amenazan la Palabra:
a) No entenderla.
b) Que no arraigue
c) Que sea estéril.
Si
uno no la entiende, está varado, el patas viene y se la roba.
Si
no echa raíces en uno, fue inútil la siembra, cualquier dificultad o las
persecuciones, fácilmente la harán sucumbir.
Cuando
los afanes de la vida y el enamoramiento de las pretendidas “riquezas” nos
confunden, vendrá -sin duda- la esterilidad y será vana la semilla, no cargará
nada.
Señor
te lo rogamos: ¡Ayúdanos a escuchar y a entender, para que rindamos el ciento,
el sesenta o -al menos- el treinta por uno!
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