Gn
41, 55-57; 42, 5-7a. 17-24a
El
salto que hemos dado nos ha llevado hasta una hambruna que asoló la región y
que llevó a los diversos países a viajar a Egipto para aprovisionarse, y
también tuvieron que ir los hijos de Jacob. La situación está llena de la
ternura que un hermano siente por los de su sangre al volverlos a ver, corrido
el tiempo. Sin embargo, José simula dureza y hace que medie un traductor, lo
que no refrena las lágrimas emocionadas de José con las que concluye la perícopa
de hoy.
En
el capítulo 37 se inicia el -así llamado- ciclo de José, donde se nos va
narrando que desde muy joven tenía sueños en los que Dios le permitía conocer y
entender lo que sobrevendría. José era el hijo preferido de Israel, y lo decoró
con una túnica con mantas que fue detonante de la envidia de sus hermanos y el
motivo para que, llegaron al extremo de querer matarlo. Judá freno el
cometimiento de este fratricidio, proponiéndoles a sus hermanos venderlo a los
madianitas. Simularon, empapando en sangre retazos de la túnica de José con
sangre de cabrito, hacerle creer a su papá que había sido víctima de alguna
fiera.
En
el capítulo 39, nos encontramos el episodio del mayordomo de Faraón, que se lo
había comprado a los Ismaelitas (o sea el clan de los medios tíos de José, por
la línea de Ismael, el hijo que Agar -la criada de Sara- lo había concebido,
antes de que naciera Isaac). He aquí que, algún tiempo después, la mujer de Potifar,
procuró seducirlo. Como no lo consiguió, tramó un relato acusándolo de intento
de violación, lo que llevó a José a la cárcel. El señor, que vela por los
desvalidos, seguía protegiéndolo e hizo que el carcelero lo delegara su
secretario personal, encomendándole absolutamente todos los asuntos de la
prisión faraónica.
Llegaron
a prisión el panadero y el copero de Faraón y tuvieron un sueño, que José se
ofreció a interpretárselos ya que אֱלֹהִים [Elohim] le concedía esta facultad. al interpretar el sueño
José les vaticino al copero que sería restituido en su cargo y al panadero su
triste fin, morir colgado.
Al
cabo de dos años Faraón tuvo el muy famoso sueño de las vacas gordas y las
vacas flacas, que dejó maravillado a Faraón cuando José se lo interpretó. Lo
puso Segundo en Egipto rodeado de honores y autoridad. Por su parte José, se
dedicó a lucrar los depósitos de grano, aprovechando los 7 años de abundancia, preparándose
para los años de escases que iban a sobrevenir.
Sal
33(32), 2-3. 10-11. 18-19
Es
interesante que Jesús envió a los discípulos de dos en dos y, este salmo está
estructurado también de dos en dos. Cada verso tiene un asociado que hace
retumbar la voz del primero. El segundo complementa lo que dijo el primero, y
los ratifica. El uno hace resonancia del otro.
Es
un verdadero modo de ser. Por su estructura, es un himno; más, por su calidad
didáctica es proverbial, -mejor diríamos- sapiencial, comunica una ética que
tiene como eje bendecir a l Señor y nos pone al corriente de unas razones
esenciales para esta alabanza.
Los
paralelismos van ensalzando una victoria que Dios le ofrece al pueblo elegido,
ser sostenidos por un Poder que nos desata, nos acompaña, vela por nuestro
desvalimiento y cicatriza nuestras lesiones.
Primero,
con acordes de cítara, cantar nuestra gratitud. Descubrir un canto Nuevo, como
es Nueva la Ley que nos trae el Evangelio.
Luego
darnos cuenta -además- que los designios de Dios no se socaban por la nuca
rebelde que todas las edades vamos exhibiendo, sino que se sostienen en la
fidelidad de su Palabra.
Que
Dios sólo tiene Ojos para mirar a los que perseveran en su fidelidad, que está
dispuesto a desatarnos y a traernos la tan anhelada Sanación.
Mt
10, 1-7
Entramos
en el Discurso Apostólico: El verso 1 nos habla del “llamado” y del doble poder
que se les entrega: para expulsar demonios y para curar, toda enfermedad y toda
dolencia. Los versos 2-4 nos dan el nombre de los Llamados para el Envío. Los
versos 5-7 dan tres “instrucciones” iniciales:
a) No ir donde los
gentiles ni donde los samaritanos.
b) Dirigirse a las ovejas
perdidas de la Casa de Israel.
c) Proclamar que el
Reino de Dios está cerca.
Israel,
en la época que se escribe el Evangelio mateano, ya no es tanto una alusión
geográfica, ni se remite tanto el personaje del Libro del Génesis, en esta época
alude a un pueblo que está potencialmente llamado a aceptar a Jesús y a reconocer
en Él al Salvador. Así como vislumbrar con certitud la trasmisión que, en el
seno de la Iglesia, nos ha acarreado una continuidad jerárquica para regirla si
apartarnos del destello de calidad que nos legó el Mismo que nos llamó.
Permítasenos
transcribir aquí una cita del numeral 20 de la Constitución Dogmática, Lumen
Gentium que nos brinda una clave insuperable para encajarla en la cerradura hermenéutica
de la perícopa mateana que hoy nos ocupó: “Enseña pues, este Sagrado Sínodo que
los obispos han sucedido por institución divina en el lugar de los apóstoles
como pastores de la Iglesia y quien a ellos escucha, a Cristo escucha, y quien
los desprecia, desprecia a Cristo, y al que lo envió”.
Cada
uno, desde el nicho en el que la historia lo ha anidado, ha de tener bien
presente que -a pesar del modesto lugar que tengamos en toda la estructura-
todos trabajamos con la misma asignación: liberar de la esclavitud demoniaca
para que la sanación sea verdadera. Nadie se levanta de su afección si primero
no se exorciza la nefasta atadura que lo somete. Recogemos nuestra misión, nunca
como piezas sueltas, en cambio siempre conscientes de ser células del Cuerpo
Místico.
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