Gn 32, 23-33
Ahora,
es el momento de que Jacob regrese a Canaán. Toma toda su heredad, se despide
de Labán, y continúa su viaje. Al llegar a un lugar que él llamó Majnaym
“campamento de Dios”, se encontró con unos “mensajeros de Dios”. Desde allí
envió mensajeros a Esaú para anunciarle su regreso. Sus comisionados-al
regresar- le dijeron que el hermano había salido a su encuentro con 400
acompañantes, y fue ahí cuando el espanto se adueñó de Jacob
El
vado de יַבֹּֽק [Yaboc]
“que fluye”, esta palabra provendría de [abboq], que significa “luchar”.
Asistimos al cambio de nombre de Jacob, que pasa a llamarse [Yisrael]; y leemos
en el verso (Gn 32, 28) que este nombre se debe a que ha שָׂרִ֧יתָ
[sa-ri-tah] “luchado” con Dios y con los hombres y ha vencido. La palabra que
traducimos por “luchado”, es la palabra שָׂרָה [sa-rah], que más estrictamente traduciríamos por “perseverar”,
“persistir”.
Divide
su clan en dos caravanas, pensando que, si su hermano Esaú lo atacaba, por lo
menos el otro grupo se salvaría. Y, pernocta allí en Yavoq. Hay una hermosa
persistencia de Jacob en su reconocimiento de Dios, pero todavía hay mucha
autosuficiencia y muchos “trucos”, donde se fía más de su maña que de la Providencia.
Dios
le da un cacharrazo en la ingle y queda renco. Así, el que vuelve no es el
altanero, sino el cojo. Ha luchado con dioses y hombres, y ha יָכֹל “aguantado”.
De esta “perseverancia” sale “renqueando”; pero, reconoce que es mucho que,
habiéndose encontrado con אֱלֹהִ֛ים [Elo-him] “Dios”, y habiendo visto su
“Rostro” (Penu-el), hubiera conservado la vida.
En
la perícopa siguiente se lee el encuentro tan fraternal y cariñoso de Israel
con su hermano Esaú que no guardaba ningún rencor, y a quien el Socorro Divino
había muy bien proveído: Será un encuentro de abrazo, donde todo lo malo había
sido sepultado por el amor fraternal que los unía. Sin embargo, esa perícopa no
se leerá este año; saltaremos directamente al capítulo 41 del Génesis, ya en el
ciclo de José.
Sal
17(16), 1bcde. 2-3. 6-7. 8 y 15
Salmo
de súplica. En este Salmo se ruega que al despertar no nos levantemos envueltos
en desconfianza y angustias, sino que, al abrir nuestros ojos a una nueva
mañana, reconozcamos en ella un nuevo comienzo, con una vida nueva, con un
nombre nuevo, y, siempre, siempre, bendecidos por estar bajo la Mirada Paternal
de nuestro Dios, que nos cobijará con Perdón y Dicha.
Va
más allá: esta súplica pide para que el desenlace sea la Visión de lo Inefable,
es pues una súplica “escatológica”. Se pide para que el horizonte final de la
existencia sea de Justicia y Gloria. Que el Señor guarde nuestros corazones con
apetitos de pureza. Que a la hora de la verdad no haya nada truculento en
nuestro pecho que nuble la Mirada resplandeciente de Nuestro Dios y Señor.
Que
“persistamos”, marchando -a través de toda la travesía- por los caminos que son
gratos al Señor, sin que nuestros pasos jamás hayan tropezado. Que nos guarde
el Señor contra el “Agresor”, por su Gracia Infinita, nos blinde contra los
mordiscos de la Fiera-malvada.
Suplicamos
para vivir siempre bajo las Alas Protectoras de Dios. Y así, al despertarnos,
lo que veremos será su Rostro. ¡Qué dulce despertar!
Mt
9, 32-38
«Aquí se requiere la
paciencia de los santos, de los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de
Jesús. Luego oí una voz que decía desde el cielo: “Escribe: Dichosos los
muertos que mueren en el Señor. Desde ahora, sí - dice el Espíritu -, que
descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan”.»
(Ap 13, 12-13)
Le
presentan a Jesús un mudo. Su mudez provenía de un demonio que lo poseía. Jesús
expulsa al demonio y el mudo empieza a hablar. La gente, -son los que cuentan,
son los que tienen una opinión válida: reconocen que esto no se ha dado en
ningún otro caso, que es un “hombre excepcional”. Que es una manifestación del
Cielo. Los fariseos, en cambio, se inventan -para desautorizar a Jesús- que no
es obra de Dios que aquel pueda hablar, sino que se lo atribuyen al jefe de los
demonios.
No
polemiza el evangelista con esta blasfemia, y -mejor- pasa a enumerar todas las
bondades que Jesús iba sembrando a su paso: donde quiera que iba enseñaba en
las sinagogas, proclamaba el Reino, curaba enfermedades y dolencias,
compadeciéndose.
¿A
quienes les daba todos estos regalos? A las muchedumbres extenuadas y
abandonadas, “ovejas carentes de pastor”.
Viene
algo vital para nosotros: Él nos convida a unirnos, que no son dos o tres los
que están menesterosos de socorro, sanación y liberación, que el cereal para
hacer pan, es mucho, que se requieren muchas manos que se enlacen para ir a la
siega. ¡Vamos todos! Nos pide Él, a recoger el grano y a amasar los panes,
vamos todos a distribuirlos, por “todas las ciudades y aldeas” a enseñar,
predicar, curar y compadecerse. Estas son las únicas cosas que nos acompañarán
-como leemos en Apocalipsis- como lecho de descanso al alcanzar la Vida Eterna.
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