Hch 12, 1-11
Dos
vicisitudes marcan esta perícopa, Herodes – no es Herodes llamado el Grande que
murió en el año 4 a.C., sino Herodes Agripa I, el nieto de aquel- mata al
Apóstol Santiago -haciéndolo acuchillar- y toma prisionero a San Pedro.
Jerusalén seguirá siendo la sede de la Iglesia Madre, pero surgirá un nuevo
centro de acciones que será Antioquía de Siria.
Se sella una primera parte de la historia de la Iglesia que muestra la
conclusión de la Misión Petrina.
Parece
ser que Herodes Agripa llegó a posesionarse en la Pascua del año 41, él no era
verdaderamente judío, sino que tenía ascendencia idumea, y esta persecución
contra los cristianos era un intento de granjearse su simpatía.
Pone
en celda a San Pedro, vigilado por piquetes de 4 soldados, dos de ellos dentro
de la celda, dos en el exterior. Ya al
otro día iban a presentarlo al pueblo judío. Viene el Ángel y le dice, “Date
prisa”, “Ponte el cinturón y cálzate”, “abrígate con el Manto”. Se la cayeron
las cadenas de las manos y caminó siguiendo al Ángel, quien lo escolto hasta el
exterior, las puertas del palacio real se abrieron automáticamente; al llegar a
la esquina, el Ángel desapareció.
Este
relato nos deja ver que la protección de Dios no ha cesado y que el Señor sigue
actuando.
Sal
34(33), 2-3. 4-5. 6-7. 8-9
A
lo que acaba de suceder debe acompañarlo una intensa acción de Gracias, y
también en nuestro corazón al recordarlo. Acompañemos con nuestra dicha a San
Pedro que con esta salida de la prisión inicia su Éxodo, que no consiste en morir,
sino en una liberación de las cadenas y en un caminar con los Ángeles ante la
Presencia.
Él
puede decir con total sinceridad que la Alabanza para Dios se ha vuelto
constante en sus labios desde aquel momento. Y no es una alabanza que sólo se
oye en el Cielo, sino que su eco llega a todos los piadosos, que son el linaje
de los sencillos, la parentela de los humildes.
Pensemos
en aquellos momentos mientras estaba preso: ¿qué diría? ¿qué pensaría? Muy
seguramente le relataba a Jesús sus padecimientos, ofreciéndoselos como
ratificación de su amistad y como propiciación por sus negaciones. Y el Señor,
“lo libro de sus angustias”.
Y
con tan magnifica experiencia angelical, de la Presencia Liberadora de Dios, da
testimonio: “Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha, y lo salva de sus
angustias.
Y
nos hace ver que el Ángel no es que, estaba muy ocupado y no llegaba, sino que
el Ángel estuvo todo el tiempo “acampando” a su lado, hasta el momento exacto
que Dios marcó para liberarlo. Bienaventurado todo viviente que confía
plenamente en el Señor.
2Tim
4, 6-8. 17-18
La
vida del Misionero es una Maratón Olímpica: Esta es la comparación que propone
San Pablo, y él señala que ha puesto todo su empeño en cada paso de la carrera,
procurando correr dando siempre lo mejor de sí, a la Gloria del Señor. En esta
competencia, se debe entender así, no será premiado un solo competidor, tampoco
es el caso que haya sólo un podíum
exclusivo para oro, plata y bronce; la muy merecida corona la recibirán todos
los que hayan perseverado en la espera de su venida.
No
se logrará si Dios no interviene proveyendo las fuerzas necesarias a esa
constancia, a esa fidelidad. No solo hay que anunciar, sino que hay que
anunciar con integralidad, no dejando por fuera elementos vitales para una
buena comprensión de El-Dios-Revelado.
Sabe
que va a ser sacrificado y no ruega para evadirlo, sólo implora la asistencia
para no quebrarse, para experimentar ese “paso” con Fortaleza, sin deficiencias
de última hora, preservado dentro de la Fidelidad que lleva al Cielo. Esto es,
no para su orgullo, ni para colmar sus vanidades; sino para llevar al Reino
toda la Honra, Gloria y Majestad propias del Señor.
Mt
16, 13-19
PRIMUS INTER PARES
El
marco espacial de la perícopa es el extremo norte, muy lejos de Jerusalén, en
territorio pagano. Pedro en su proceso formativo alcanza un estatus de solidez
probada; su fe llega a ser de piedra. Sobre esa fortaleza Dios ha decidido
edificar y poner el encargo de dilucidar lo que es Eclesial y lo que está por
fuera. No se ignora que toda autoridad puede eclipsarse, puede desgastarse,
puede corromperse, puede contaminarse. En vez de ser algo que edifica, puede
ser algo que roe la verdad, que declina en libertad.
Se
trata de una trasferencia de autoridad, Jesús le entrega a San Pedro, “las
llaves del Reino de los Cielos”, lo designa su עַל־בֵּיתֹ֔ו
[al-bayith] “Mayordomo”, se dice en hebreo; esta que es una categoría
verdaderamente “teológica” y significa que está a cargo de “gerenciar” todos
los asuntos de la Casa. La definición que da el texto Evangélico dice “lo que
ates en la tierra, será atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra
quedará desatado en el Cielo”.
Le
asigna el cargo porque pasó el examen y contestó correctamente la pregunta “Y
ustedes ¿quién dicen que soy yo?”. ¡Qué pilo San Pedro! No lo entendemos así.
Entendemos que Dios-Padre lo escogió y la manera que tuvo esta comunicación del
Padre al Hijo fue ser portador de la respuesta, no era algo que él sabía por su
enorme agudeza teológica, fue algo que brotó de su espontaneo, señal con la que
el Padre le indicó a Jesús cuál de sus Apóstoles sería el “titular del
llavero”.
Es
por esta razón que Jesús no le dice: Te pongo a cargo porque eres muy listo y
con tu claridad has dilucidado con precisión mi identidad. En cambio, le dice “Dichoso
tú, Simón Barjonas, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso,
sino mi Padre que está en el Cielo. (Mt 16, 17bcde).
La
Iglesia no está construida ¡y ya! Es la comunidad donde vive la fe, no es una
colección de láminas ya completa que lo único que debe hacerse es guardarla en
la caja fuerte (o aplicarle una densa inyección de líquido momificante, como
quisieran algunos). Cada creyente, que es Iglesia -de una manera no solo
literaria- sino Iglesia-viva, va desarrollando una maduración y una -vivencia-y-comprensión
de su ser-Iglesia; el conjunto de esas individualidades constituye un sistema
de capilares por donde circula la Sangre de la Iglesia-viva-y-actuante de cada momento
histórico. La Iglesia es, como ser vivo, mucho más que la Biblioteca Vaticana y
estriba en ese dinamismo, que es -por mucho- tan frágil como todas nuestras
limitaciones y donde la sola Perfección y Completitud es el Señor.
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