Gn 13, 2. 5-18
Muy
posiblemente, los clanes se iban escindiendo por su crecimiento. Con pocos
recursos, un grupo pequeño se las apañaba. Sin embargo, en la misma medida en
la que la abundancia se daba, los límites de los unos se solapaban con los de
otros grupos, como se muestra en esta situación del único clan de Abrám, y por
otra parte el grupo de Lot y sus pastores. Resulta muy armoniosa la propuesta
de separación para resolver los conflictos internos que se empezaban a
presentar. Si tú quieres ir hacia allá, nosotros iremos hacia acullá o,
viceversa. Lot eligió irse hacia el oriente y -en consecuencia- Abrán se fue
hacía Canaán.
A
medida que Lot avanzó fue llegando a Sodoma, donde según parece las prácticas
en uso incluían el homosexualismo y este era el pecado más corriente, junto a
una lujuria desmedida.
El
Señor le dijo a Abrán que mirara en todas direcciones, a los cuatro puntos
cardinales y todo lo que alcanzara a ver desde allí, toda esa sería su tierra,
de él y de su descendencia. Además, le ofreció que serían una tribu de muy
rápido crecimiento, de modo que se volvería imposible contar su linaje. Y lo
impulsó a recorrer aquellas comarcas para hacerse a una idea de la vastedad de
sus territorios.
Entonces,
recogiendo sus bártulos se fue, con todas sus propiedades, al territorio de la
encina de Mambré; allí construyó un Altar al Señor, en las tierras del Hebrón.
Sal
15(14), 2-3a. 3bc-4ab. 5
Este
es un Salmo de Peregrinación. La peregrinación, recordémoslo bien, nos habla de
sinodalidad. No consiste en salir de un cierto punto y llegar a otro. La
peregrinación originalmente significaba el rigor de la trayectoria, el
cansancio acumulado día tras día, significaba andar juntos, llevar un ritmo de
conjunto, compartir lo que se tenía, velar los unos por los otros; era menos
riesgoso si el grupo era grande, un grupo numeroso donde se protegían los unos
a los otros, en particular de los asaltantes de caminos.
En
la peregrinación se tiene la figura y el origen del “compañero”, el que
compartía y comía del mismo pan, también algo de la camaradería, compartiendo
el hospedaje, el lecho si lo había, la dura y fría piedra cuando no se hallaba
alojamiento, y la intemperie cuando se llegaba y, ya toda la capacidad de
hospedaje se encontraba copada.
Todavía
hoy, la Iglesia propone peregrinaciones a los lugares santos, donde mucho del
compañerismo y la camaradería se despliega y los lazos que nos unen a la
comunidad se fortalecen. Déjennos decirlo nuevamente, una peregrinación
significa sinodalidad en acción.
Al
llegar a las puertas del Templo, los peregrinos preguntaban al Sacerdote: ¿qué
nos pide Dios para entrar dignamente en su Sagrado Templo? Los peregrinos se
hacían a la idea que venían a habitar en el Templo, y que no se iban a devolver
a sus lugares de origen. Luego, se trataban de peregrinos -que así fuera
figuradamente- procedían como potenciales huéspedes de YHWH. Hoy, en la
perícopa, tenemos las siguientes condiciones:
a) Proceder
honradamente
b) Tener intenciones
leales.
c) No proferir
calumnias con sus labios.
d) No hacerle mal al
prójimo.
e) No difamar al
vecino.
f) Considerar
despreciable al impío.
g) Honrar a los que
temen al Señor.
h) Prestar sin cobrar
intereses, y si los cobra, no incurrir en usura.
i) No aceptar sobornos
menos los que conlleven daño al inocente.
De
estos 9 preceptos, hay al menos uno ingrato al corazón cristiano: el de
despreciar al impío; para nuestra perspectiva, nadie es despreciable. Cada cual
que acuda con sus culpas al Altísimo, no somos nosotros sus jueces, que quizás
nuestra impiedad sea aún peor.
Mt
7, 6.12-14
Los
paganos eran puestos en el habla y en el corazón judío, al nivel de los perros
y de los cerdos: verdaderamente al nivel de los despreciables. ¿Cómo podría
pensarse en entregar en sus manos las cosas Santas?, ¿Cómo depositar en ellos
las cosas de gran valía? Y, sin embargo, no se puede concebir que ellos sean
marginados del aprecio Divino.
No
es que les demos un puntapié y luego la espalda. Es que para ellos hay que
preparar un “preámbulo” de adecuación, hay que darles una “catequesis”; tenemos
que preparar un catecumenado específico para que puedan recibir con conciencia
los bienes tan preciados de la fe. Es muy cierto que, si no se recorren esas
fases preliminares, es bastante probable que ellos se voltean -llenos de
resentimiento- y nos devuelvan sus escupitajos y sus pedradas.
Si
queremos que ellos nos escuchen, seamos capaces de escucharlos pacientemente;
si ellos nos piden razones y fundamentos, no escatimemos ternura y claridad en
el esfuerzo de hacernos entendibles, recordando que sus categorías de
“conocimiento”, no son las nuestras; -en vano intentaremos forzarlos a la
aceptación-, quizás, al concluir un concienzudo proceso nos encontramos ante un
bloqueo contumaz, ofrezcamos al Señor este rechazo, que no disminuye la Verdad
del Mensaje, pero quizá cuestiona poderosamente los procedimientos empleados.
La
anhelada victoria se alcanza -no con el acre rechazo- sino con la perseverancia
en la búsqueda de mejores maneras de dar razón de nuestra fe. También cuando
nos ha costado acercarnos al Señor, Él ha hecho gala de Ternura Paternal, hasta
que el Paráclito -por fin- nos ha iluminado.
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