2Cor 1, 1-7
En
un pasado no tan remoto, cuando las cartas eran toda una forma y vehículo de
comunicación, se tenía mucho cuidado de estudiar la estructura de las cartas,
la diferencia de su estructura cuando se dirigía a una persona cercana,
familiar, amigo, novia o esposa; cuando era un documento más formal, por
ejemplo, una carta comercial, o profesional, un informe o una reclamación, o
todavía más formal, si se dirigía a un gobernante, o a una autoridad civil o
religiosa. Lo más importante eran los factores de la estructura, la fecha, el
saludo al destinatario, precedida por una fórmula vocativa, que enunciaba con
claridad a quien estaba dirigida, su rango y dignidad, y, después se pasaba al
cuerpo de la carta -propiamente dicha, pasando por fórmulas de despedida, antes
de concluir con la firma y la identificación del remitente. Todas estas
fórmulas y los detalles preceptivos para organizarla, formaban parte del
acercamiento al género epistolar.
En
el caso del presente Libro Bíblico, la Carta inicia con la identificación del
remitente, Pablo -quien se auto define “apóstol de Cristo Jesús- y señala,
también, quienes son los destinatarios, la Iglesia de Corinto y de toda la
región de Acaya. Los saluda con la Gracia proveniente de Dios Padre del Señor
Jesucristo, y Padre nuestro. Estas fórmulas introductorias de cuño paulino han
marcado a la Iglesia que las ha incorporado en la liturgia y también han estado
presentes en el corazón de los Sacerdotes y predicadores, para saludar de manera
cordial a los feligreses en la liturgia, al dar inicio a una homilía, por
ejemplo.
Pasa
luego San Pablo a tocar el tema de las tribulaciones -que son elementos
cotidianos en la vida de los pastores, en su misión, y -a su lado- la
consolación que Dios no cesa de regalar y que actúa como paliativo para mitigar
esas tribulaciones y sinsabores.
San
Pablo señala que la consolación es un aporte Divino al misionero y que tal
bálsamo no se destina sólo a los pastores, sino que reconforta a la comunidad
eclesial toda ella, porque ellos sufren tanto o más, junto con sus pastores;
las tribulaciones vienen por apacentar el rebaño del Señor, y el consuelo
otorga aguante a los pastores tanto como a las ovejas.
Se
consolida la esperanza en la grey, porque se experimenta que la consolación
viene a redundar en provecho de los unos tanto como de los otros. Del rebaño,
así como de su cuidador.
Sal
34(33), 2-3. 4-5. 6-7. 8-9
Este
es un Salmo de Acción de Gracias. Sus versos tienen un tono didáctico,
proverbial. El salmista quiere capitalizar unas enseñanzas que se desprenden de
su propia experiencia y de la experiencia del Pueblo de Israel. Esas
experiencias son precisamente las que motivan su gratitud. Gratitud y
admiración por los favoritos del Señor que van siendo presentados a lo largo
del salmo: los humildes, los afligidos, los que buscan al Señor. En cambío, los
ricos -en el desenlace- serán los desprovistos.
Este
salmo es alefático, tiene 22 versos para las 22 letras del alefato. De ellos se
toman 8 para configurar las 4 estrofas de la perícopa a proclamar:
Primera
estrofa: Bendición, alabanza y gloria al señor, que עֲנָוִ֣ים
[anawin] “los humildes” disfruten la alegría de su amistad.
Segunda
estrofa: Se convida a ensalzar y proclamar la glorificación del Señor, y se nos
recomienda buscar su Consejo que nos liberta de la angustia.
Tercera
estrofa: Cuando uno se atiene a la Bondad Divina, no queda ni defraudado ni
avergonzado, por el contrario, sale resplandeciente llevando en su mano la
presea de la Victoria.
Cuarta
estrofa: Los que se acogen en el Señor cuentan con la Compañía Protectora de Su
Ángel. Se nos llama, es más se nos reta, se nos desafía a observar la Bondad
Descomunal e inabarcable del Señor, ¡Bienaventurados los que han elegido estar
siempre bajo el resplandor de Su Luz Misericordiosa!
En
el responsorio repetimos la invitación a טָעַם [taam] “degustar” y רָאָה [raah] “contemplar” la Bondad de Nuestro Dios. Algo así como “saborear
lo que está al alcance de nuestros sentidos, lo que se trasluce de las “Obras
Divinas, dentro de los limites nuestros”.
Mt
5,1-12
Tres
elementos que enlazan con la Primera Lectura y el salmo: las tribulaciones, el
degustar y el ver. Degustar es saborear la fidelidad a nuestra
Alianza, dicha fidelidad es la única Dicha verdadera y que ¡bien vale la pena! Ver,
¿hacia dónde? ¿A quién? Si lo que se nos muestra es un kinetoscopio de
infinitas imágenes desesperanzadoras, donde sobreabundan los “malos”, pretendiendo
generalizar la maldad y la violencia como componentes naturales e inevitables del
ser humano: esa sería -dizque- nuestra naturaleza.
Hay
que mirar no en esa dirección de la mirada deformante- sino hacia Alguien que
cumpla los rasgos de la bienaventuranza, porque esa sí es nuestra verdadera
naturaleza. Mucho se ha hablado de una ética que apunte hacia la felicidad,
pero -inclusive allí- podemos fallar si nuestro criterio se deforma hacia el
hedonismo fácil, el aplauso fanático y la carcajada chabacana.
¿Cómo
sería -entonces- ese “ideal” humano? Es Alguien que cumple ser, πτωχοὶ [ptochoi]
“indigente”, “mendigo”, acurrucado, encogido, ovillado, como tratando de pasar desapercibido,
arrinconado. Abandonando la línea de traducción y adentrándonos en las connotaciones
de la palabra encontramos “marginado”, “invisible”, “relegado”, “excluido”. Ah,
ya “vemos”, para entender esto de las “bienaventuranzas” hay que entrar en otra
lógica, hay que tratar de ver con el Nuevo Espíritu que tanto nos ofrecían los
profetas, y llevar las palabras al “corazón de carne” que sustituya nuestro
corazón duro y nuestra nuca rígida. ¡Es por ahí!
Continúa
enumerando los rasgos de Quien es paradigma de la bienaventuranza nombrando: b)
los mansos, c) los que lloran, d) los que tienen hambre y sed de justicia, e)
los misericordiosos, f) los limpios de corazón, g) los que trabajan por la paz,
y para llegar a la cima, dice h) los perseguidos por que buscan la δικαιοσύνης [dicaoisunes]
“aprobación de Dios”, lo que se ha traducido por “justicia” pero que no es
cualquier justicia sino el Bien, desde la óptica Divina.
Algunos
-de pronto muchos nos dirán- pues no es nada atractivo vuestro paradigma de
bienaventuranza. Dejemos así, hablaremos de eso otro día (Cfr. Hch 17, 32c). Sin
embargo, aun cuando nos pongamos en contrahílo de una comprensión dulzona y ordinaria
de las Bienaventuranzas, intentemos ver si Jesús puede leerse con validez en
esta perspectiva. ¿Pretendía lujos, comodidades, palacetes? Según sus propias
palabras, carecía hasta de una simple almohada para reclinar su cabeza (Mt 8, 20).
Lloró entristecido ante la perspectiva de una Jerusalén sitiada y arrasada como
resultado de su impiedad (Cfr. Lc 19,41-48). ¿Nos invitó a ser retaliativos y
agresivos? No, su propuesta ente la agresión fue que ofreciéramos la otra
mejilla (Cfr. Lc 6, 29-42). Nos pide ser más altos en las miras de nuestra
justica que los escribas y los fariseos (Mt 5, 19-20). Nos incita a ser
compasivos y Misericordiosos como Su Padre del Cielo lo es (Cfr. Lc 6, 36) y a
la limpieza de corazón (Cfr Lc 23, 34), procurando hacer de la sociedad una
comunidad de paz y bondad, destacando -eso sí- que la Paz a la que nos llama
está distante de la paz que se nos suele proponer, que es más bien un espejismo
conveniente a los intereses particulares de algunos. (Cfr Jn 14, 27).
Las
condiciones de la bienaventuranza no son propósitos a alcanzar, así que
tengamos que postrarnos en un rincón a mendigar; sino oportunidades que la vida
nos puede llegar a presentar; no hay que perseguirlas como “ideales”, pero si
fueran arrojadas a nuestras manos no las tendríamos que desdeñar. Tomemos por
caso: no hay que andar inquieto buscando quien nos cachetee, al contrario, con
toda paz y con toda consciencia, procuremos en todo momento el entendimiento y
la comprensión sazonados con efusivas dosis de buen dialogo; pero si el momento
desagradable del tortazo llegare, que, no encontremos buena excusa para iniciar
un interminable intercambio de bofetadas que -muy riesgosamente- más temprano
que tarde- implicaría a otros. Si te las llegas a tropezar, recuerda que son
marcas en tu mapa del verdadero Tesoro.
La
última de las bienaventuranzas en el Evangelio según San Mateo, nos hace caer
en la cuenta que la búsqueda y la práctica de la justicia -a la manera como la
enfoca Dios- acarrea mucho de persecución y bastante de la
condición de víctima, y nótese bien que el origen de la palabra “victima” era “lo
que se ofrendaba a Dios”, sinónimo de hostia que ha pasado a significar exclusivamente,
la que se presenta en el Altar, como Pan, para ser consagrado. Victima también
ha llegado a significar solamente aquel que es afectado o muere o recibe el
daño en cierta situación o incidente, pero se ha abandonado toda la relación que
tenía inicialmente como mediación en la acción cultual, que señalaba hacía la
presa, quitada al derrotado y ofrecida a la deidad, la víctima originalmente
tenía que haber sido propiedad del vencido. El derrotado, estaba obligado a “pagar
el pato” (que originalmente tampoco era “pato”, sino “pacto”, aludiendo a la
Alianza del Pueblo Elegido con YHWH). En fin, la tribulación siempre
aparece en el horizonte de la fidelidad a nuestra fe.
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