2Cor
11, 18. 21b-30
Ya
se viene señalando que los superapóstoles se querían mostrar -como pasa muchas
veces- como los legítimos continuadores y enviados por el Señor a Corinto; sacaban
a relucir ciertas “credenciales”, un elenco de títulos que los desconocedores
de Pablo, pensarían que lo deslegitiman, mientras que -a poco de informarse-
más bien demuestran que él es más probado y legítimamente verdadero Apóstol.
a) Que son hebreos
b) Que son del linaje
abrahámico.
c) Que son siervos de
Cristo.
d) Qué ratifican esa legitimidad por las torturas
soportadas, por los encarcelamientos, por las fatigas soportadas, por las
palizas resistidas, por las veces que han corrido peligros de muerte.
e) Por las
lapidaciones arrostradas, por la cantidad de naufragios a los que sometió su
existencia.
f) Por los viajes
hechos en la misión apostólica y por las distancias recorridas.
g) Por los incontables
peligros aguantados de bandoleros, de paisanos, de extranjeros.
h) Noches en vela,
hambre y sed, frio y desnudez.
i) El celo por todas
las iglesias.
j) Por su sinodalidad
en la enfermedad, en los tropiezos.
En
ninguna de estas credenciales es Pablo menor, sino mucho mayor -y con lujo de
ventaja-que cualquier superapóstol.
Sal
34(33), 2-3. 4-5. 6-7.
Este
es un Salmo de Acción de Gracias, que convoca a la gratitud a todo el que tenga
en su ser la identidad del humilde. Recordemos que es un salmo alefático. Este
“humilde”, recibe en del desarrollo del salmo otro nombre “afligido”; y para él
hay una declaración de Principios Divinos: si el afligido invoca al Señor,
obtendrá su atención y Él mismo se encargará de suplir todas sus necesidades.
Por
alefático, tiene 22 versos, por las 22 letras del alefato. Hoy se engrana la
perícopa tomando seis de sus versos, que se toman de dos en dos para obtener
tres estrofas:
En la primera el salmista se declara
consagrado a bendecir al Señor, también con el alma. Los עֲנָוִ֣ים
[anawin] “humildes” han de escucharlo y וְיִשְׂמָֽחוּ
[weyismajú] “alegrarse”.
En
la segunda estrofa, llama a ensalzarlo, mostrar a todos que Él es Grande. Y El
salmista invoca como testimonio que cuando estaba lleno de angustia recurrió a
su “Asesoría”, y Él se convirtió en su Almena.
En
la tercera estrofa insiste en “contemplarlo”, es decir, fijar la mirada en Él
para que el ojo del “Contemplante” se cargue de su Bondad y alcance
Discernimiento. Dios salva cuando nos embebemos de su Bondad.
Nos
tomamos ciertas libertades al traducir, procurando dar alas a la comprensión.
Guardándonos eso sí de procurar la fidelidad al Espíritu que anima la letra.
Mt
6, 19-23
Tres
aspectos, de mayor calado, nos resalta este Evangelio:
El
tesoro de la espiritualidad puede capitalizarse en un baúl reforzado, en una
caja fuerte, en un banco muy acreditado, en una caja de valores y caudales
avalada por instituciones financieras muy aprestigiadas; o, pueden atesorarse
en el altar del Señor, haciendo muy constantes depósitos a los pies del
Resucitado, trayéndolos a su Presencia Eucarística. Tengamos muy presente que
“donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”.
Según
estudiamos en la física, para que un objeto sea visible se requiere una fuente
luminosa que provea un mínimo de luminosidad que, al rebotar en el objeto,
podamos captarlo, según la fidelidad del sentido de la vista, cuanto más sano
más potente. Sin embargo, tendríamos que ir algo más lejos que lo puramente
físico, y esto es flagrante en la esfera de lo espiritual, se requiere que el
ojo produzca cierta “claridad” que ilumine al “objeto” para que se logre
discernir, por ejemplo, su bondad, su belleza, su piedad, su veracidad, su
salud (en términos espirituales, puesto que hay cosas que podemos ver y hacen
que el alma enferme), por eso, dice la perícopa que “La lámpara del cuerpo es
el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz, pero si tu ojo está
enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras” (Mt 6, 22-23ab). Esa Luz, ese
“discernimiento”, esa sabiduría para distinguir y poder percibir, es la luz que
hay en uno, pero que también puede escasear.
Faltó
en esta perícopa el verso 24, de tamaña importancia, porque nos avoca a una
dualidad incompatible, aun cuando muchos pretenden conciliarla: Nadie sirve
bien a dos señores, se ira por uno y despreciará al otro, porque son dos amos excesivamente
diversos, que tienden a absorber, que acaparan el corazón. Esta disyuntiva es
rotunda: O tu Señor es Dios -que Él mismo decía que es “un Dios celoso” cuando
nos prohibía hacernos imágenes -así fueran con billetes y monedas- (Cfr. Ex 20,
5), aun cuando su celo es el de rodearnos de la Plenitud de su Amor-, o te vas
por μαμωνᾷ [mamona], expresión de origen semita, que significa “dios de
la avaricia”, “el tesoro sobre el que se deposita la confianza”, valga decir,
“las riquezas”, que obnubilan el corazón y desatan la idolatría.
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