viernes, 23 de junio de 2023

Viernes de la Décimo Primera Semana del Tiempo Ordinario


 

2Cor 11, 18. 21b-30

Ya se viene señalando que los superapóstoles se querían mostrar -como pasa muchas veces- como los legítimos continuadores y enviados por el Señor a Corinto; sacaban a relucir ciertas “credenciales”, un elenco de títulos que los desconocedores de Pablo, pensarían que lo deslegitiman, mientras que -a poco de informarse- más bien demuestran que él es más probado y legítimamente verdadero Apóstol.

 

a)    Que son hebreos

b)    Que son del linaje abrahámico.

c)    Que son siervos de Cristo.

d)     Qué ratifican esa legitimidad por las torturas soportadas, por los encarcelamientos, por las fatigas soportadas, por las palizas resistidas, por las veces que han corrido peligros de muerte.

e)    Por las lapidaciones arrostradas, por la cantidad de naufragios a los que sometió su existencia.

f)     Por los viajes hechos en la misión apostólica y por las distancias recorridas.

g)    Por los incontables peligros aguantados de bandoleros, de paisanos, de extranjeros.

h)    Noches en vela, hambre y sed, frio y desnudez.

i)      El celo por todas las iglesias.

j)      Por su sinodalidad en la enfermedad, en los tropiezos.

En ninguna de estas credenciales es Pablo menor, sino mucho mayor -y con lujo de ventaja-que cualquier superapóstol.

 

Sal 34(33), 2-3. 4-5. 6-7.

Este es un Salmo de Acción de Gracias, que convoca a la gratitud a todo el que tenga en su ser la identidad del humilde. Recordemos que es un salmo alefático. Este “humilde”, recibe en del desarrollo del salmo otro nombre “afligido”; y para él hay una declaración de Principios Divinos: si el afligido invoca al Señor, obtendrá su atención y Él mismo se encargará de suplir todas sus necesidades.

 

Por alefático, tiene 22 versos, por las 22 letras del alefato. Hoy se engrana la perícopa tomando seis de sus versos, que se toman de dos en dos para obtener tres estrofas:

 En la primera el salmista se declara consagrado a bendecir al Señor, también con el alma. Los עֲנָוִ֣ים [anawin] “humildes” han de escucharlo y וְיִשְׂמָֽחוּ [weyismajú] “alegrarse”.

En la segunda estrofa, llama a ensalzarlo, mostrar a todos que Él es Grande. Y El salmista invoca como testimonio que cuando estaba lleno de angustia recurrió a su “Asesoría”, y Él se convirtió en su Almena.

En la tercera estrofa insiste en “contemplarlo”, es decir, fijar la mirada en Él para que el ojo del “Contemplante” se cargue de su Bondad y alcance Discernimiento. Dios salva cuando nos embebemos de su Bondad.

 

Nos tomamos ciertas libertades al traducir, procurando dar alas a la comprensión. Guardándonos eso sí de procurar la fidelidad al Espíritu que anima la letra. 

 

Mt 6, 19-23

Tres aspectos, de mayor calado, nos resalta este Evangelio:



El tesoro de la espiritualidad puede capitalizarse en un baúl reforzado, en una caja fuerte, en un banco muy acreditado, en una caja de valores y caudales avalada por instituciones financieras muy aprestigiadas; o, pueden atesorarse en el altar del Señor, haciendo muy constantes depósitos a los pies del Resucitado, trayéndolos a su Presencia Eucarística. Tengamos muy presente que “donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”.

 

Según estudiamos en la física, para que un objeto sea visible se requiere una fuente luminosa que provea un mínimo de luminosidad que, al rebotar en el objeto, podamos captarlo, según la fidelidad del sentido de la vista, cuanto más sano más potente. Sin embargo, tendríamos que ir algo más lejos que lo puramente físico, y esto es flagrante en la esfera de lo espiritual, se requiere que el ojo produzca cierta “claridad” que ilumine al “objeto” para que se logre discernir, por ejemplo, su bondad, su belleza, su piedad, su veracidad, su salud (en términos espirituales, puesto que hay cosas que podemos ver y hacen que el alma enferme), por eso, dice la perícopa que “La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz, pero si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras” (Mt 6, 22-23ab). Esa Luz, ese “discernimiento”, esa sabiduría para distinguir y poder percibir, es la luz que hay en uno, pero que también puede escasear.

 

Faltó en esta perícopa el verso 24, de tamaña importancia, porque nos avoca a una dualidad incompatible, aun cuando muchos pretenden conciliarla: Nadie sirve bien a dos señores, se ira por uno y despreciará al otro, porque son dos amos excesivamente diversos, que tienden a absorber, que acaparan el corazón. Esta disyuntiva es rotunda: O tu Señor es Dios -que Él mismo decía que es “un Dios celoso” cuando nos prohibía hacernos imágenes -así fueran con billetes y monedas- (Cfr. Ex 20, 5), aun cuando su celo es el de rodearnos de la Plenitud de su Amor-, o te vas por μαμωνᾷ [mamona], expresión de origen semita, que significa “dios de la avaricia”, “el tesoro sobre el que se deposita la confianza”, valga decir, “las riquezas”, que obnubilan el corazón y desatan la idolatría.

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